Leidys María Labrador Herrera (Granma).— La coherencia le permite a un político, primero, ser creíble, y respetado después. Máxime cuando su trayectoria ha carecido de brillantez, y ha llegado a un alto cargo, tras demasiados intentos fallidos y años de servilismo, de espalda a sus propias raíces.
Ahí, precisamente, radica la primera incoherencia del personaje; en promover, reclamar y apoyar todo aquello que, con el pretexto de derrocar a la «dictadura» cubana, lacera los derechos del pueblo de sus orígenes.
Aunque reveladora de su gran humanidad, no es esa la única nota discordante del ahora Secretario de Estado de Donald Trump. Resulta que, si bien no se ha cansado de decir que es hijo de emigrantes cubanos, y ejemplifica siempre lo duro que trabajaron para salir adelante, apoya la expulsión de millones de personas que, sin distinción, ya no son migrantes ilegales o indocumentados, son «delincuentes», «asesinos», «traficantes» o «ladrones».
Con este preámbulo de inconsistencias, no era de extrañar que, en su gira por varios países de Latinoamérica, promoviera la tesis que le programaron. Para hacerlo más claro, es algo así como: «vengo en representación del país más tristemente célebre por violar, de todas las maneras posibles, los derechos humanos, pero Cuba, Venezuela y Nicaragua, son los enemigos de la humanidad».
Lo cierto es que Marco Rubio se pasea con más de la misma hipocresía que se sustenta en un odio visceral contra las izquierdas. Su discurso, insostenible por carente de argumentos reales para las ideas que defiende, se desborona ante la opinión internacional, y ante algo mucho más poderoso: la verdad.
Pero Rubio es solo el emisario de turno, el conejillo de Indias, cuyos minutos de gloria pasarán, quizá incluso, cuando a cierto presidente no le convenga la «gestión» de su instrumento. Hemos visto pasar a muchos como él, hemos escuchado muchas veces el mismo discurso, pero seguimos aquí.
Resulta que «los enemigos de la humanidad» recibimos cada día innumerables muestras de solidaridad, de apoyo. Resulta que nunca, ni por un segundo, hemos estado solos ni lo estaremos. Cada quien recoge lo que siembra, ni más ni menos, y en esta historia, el desprecio y el aislamiento, claramente, no son los frutos nuestros.
