Alfredo Jalife Rahme.— Repentinamente, como Edipo de Tebas en las tragedias griegas, Trump 2.0 se encontró ante la bifurcación ineludible de optar por un G-2 con Rusia o aceptar la realidad de un G-3 con China para construir el nuevo orden tripolar global.
Faltaría ver que decide Rusia después de su triunfo en Ucrania y la derrota de EEUU/OTAN/Unión Europea.
Vale la pena recuperar la indeleble entrevista del entonces candidato Trump con Tucker Carlson, el conductor más popular de EEUU, cuando sin tapujos comentó buscar romper el G-2 entre Rusia y China.
En medio de las tratativas entre Trump y Putin —donde llama la atención el sereno silencio del presidente ruso frente a su homólogo estadounidense—, Trump intentó seducir nuevamente a Rusia mediante el anzuelo ya muy visto para reincorporar a Rusia al esquema carcomido del «G-8» y en el que sucumbió lastimosamente el cándido Yeltsin.
Nada nuevo: Trump 1.0 ya lo había propuesto durante su primer mandato, cuando todavía Rusia no había emergido como el gran triunfador de la guerra en Ucrania que definió y catalizó el nuevo orden mundial que, a mi juicio, será tripolar o no lo será.
En realidad, Rusia nunca perteneció al «G-8» como tal, ya que siempre la despreciaron, en la etapa de Clinton, para no ser invitada ni asistir a las más importantes conferencias financieras, por lo que en su momento califiqué que la Rusia de Yeltsin se había incorporado a un G-7.5 más que a un «G-8» a carta cabal.
Como si lo anterior fuera poco, en medio de las exitosas tratativas actuales de EEUU y Rusia en Riad, nada menos que el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, desechó la trampa para reincorporarse al G-8 que nunca existió: «El actual G-7 ha perdido significativamente su relevancia (…) une a países que no son líderes en el crecimiento global (…) este dinamismo se ha movido a otras regiones del globo».
La reunión en Riad de las delegaciones de EEUU y Rusia al más alto nivel—que ubicaron a Europa en su justo nivel global y despreciaron humillantemente al comediante Zelenski que el mismo presidente Trump califica de «dictador» con un solo 4% (¡mega-sic!) de aceptación—, pareciera reflejar el advenimiento de un G-2 entre Washington y Moscú sin China.
No hay tal. Una cosa es la sapiencia diplomática de Rusia en su inevitable transacción con Trump 2.0 para el finiquito de la guerra en Ucrania, que desde hace mucho ya fue decidida en el campo de batalla a favor del Kremlin, y otra cosa es que Rusia se deshaga de su compromiso, hoy indisoluble, con China y de su pertenencia a los BRICS+ que han superado geoeconómicamente al G-7.
Aunque lo desee Trump 2.0, será muy difícil que seduzca en la coyuntura actual al Kremlin para generar un G-2 sin China cuando la complementariedad geoeconómica entre Moscú y Pequín se antojaprácticamente indisoluble, ya no se diga en la perspectiva de las tendencias de las tecnologías críticas de impacto cuando China lleva la delantera en 57 de 64 rubros.
Más allá de la entrevista del secretario de Estado Marco Rubio a Megyn Kelly sobre la realidad del mundo tripolar, es decir, de un G-3 que no se atreve a decir su nombre, en las altas esferas del Olimpo bajo la modalidad de la ‘estabilidad estratégica’ de las tres superpotencias de la Vía Láctea, Trump 2.0 aceptó implícitamente la realidad tripolar de un G-3 cuando comentó esperar reunirse simultáneamente con el presidente chino Xi Jinping y el presidente Vladímir Putin «cuando las cosas (sic.) se tranquilicen», curiosamente en vísperas de su encuentro relevante con el primer Indio Narendra Modi.
Trump 2.0 lanzó una audaz propuesta de reducir a la mitad las armas nucleares de Rusia, EEUU y China que, sin duda, a mi juicio, aceptaría el presidente Putin, a la que se encuentra hoy aparentemente renuente China que es la menos dotada de las tres superpotencias nucleares.
El Kremlin invitó al aniversario 80 del Día de la Victoria del 9 de mayo al presidente Xi Jinping, quien también invitó a su homólogo ruso a Pequín para festejar el triunfo sobre Japón.
Por los azares del destino, el Kremlin también invitó al presidente Trump a celebrar la derrota de los nazis —que sería extensivo al régimen de Zelenski en Ucrania.
Sería una extraordinaria ocasión para el G-3 del nuevo orden tripolar que se reúnan en Moscú los 3 supremos mandatarios del planeta: Putin, Xi y Trump