¡Patria o Muerte!: El arma que no han podido volar como a La Coubre

Seis décadas después, la consigna parece acabada de pronunciar, por Fidel… para la acción triunfante

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Foto: Archivo de Granma
Foto: Archivo de Granma

Pastor Batista Valdés (Granma).— Hace 65 años y un día (4 de marzo de 1960), la consuetudinaria obsesión de Estados Unidos por el terror perpetró la voladura del buque La Coubre, en el puerto habanero, mientras manos y hombros de pueblo descargaban pertrechos militares, destinados a la defensa del país, como medida, precisamente, ante la creciente hostilidad enemiga.

Reacios a que la naciente Revolución se fortaleciera, los artífices del sabotaje organizaron la explosión. Granadas, municiones, cajas, hombres… volaron por el aire en dos estallidos que sacudieron a la ciudad.

Noventa millas al norte, deben haberse alzado copas en honor a una «hazaña» que oscurecía la mirada de 101 personas inocentes, desaparecía a 33, lesionaba o incapacitaba para toda la vida a otras 400, dejaba a 82 niños sin la posibilidad de volver a ser cargados en los brazos o en los hombros de papá…

A años luz –o «a años nunca»– de la verdad estaban de suponer que, horas después, en la despedida de duelo a las víctimas, Fidel le entregaría a cada cubano, congregado en las calles 23 y 12, o atento desde todo el archipiélago, un arma que nada ni nadie ha podido volar –como al buque– durante seis cruentas décadas y media: la histórica consigna de ¡Patria o Muerte!

Testigos de aquel acto recuerdan al Comandante como si fuese hoy, hablando desde la cama de una rastra convertida en tribuna.

«Sabremos resistir cualquier agresión, sabremos vencer cualquier agresión, y nuevamente no tendríamos otra disyuntiva que aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria: la de la libertad o la muerte. Solo que ahora libertad quiere decir algo más todavía: libertad quiere decir Patria. Y la disyuntiva nuestra sería ¡Patria o Muerte!».

Si enemigos internos y externos vieron en tal sentencia no más que una frase, erraron de cuajo. Aquello no terminaría ahí. Apenas tres meses después, en el Congreso de la Federación Nacional de Trabajadores de Barberías y Peluquerías, Fidel volvería a la carga:

«Esa es la consigna de cada cubano. Para cada uno de nosotros, individualmente, la consigna es: ¡Patria o Muerte!, pero para el pueblo, que a la larga saldrá victorioso, la consigna es: ¡Venceremos!»

Más de una vez me he preguntado cómo habrían terminado miles de discursos –no solo de Fidel– si aquel 5 de marzo no hubiese brotado de sus convicciones aquel ¡Patria o Muerte!

¿Con el aliento de qué frase, generaciones enteras hubiéramos enfrentado y superado momentos en los que el desánimo, la rendición o la derrota ni siquiera han rozado la epidermis mental, para dar seguro paso a la victoria?

Con ese ¡Patria o Muerte! (en esencia) dentro, y seguros de vencer, bayameses primero y tuneros después, prefirieron incendiar la ciudad, entregarla en llamas al enemigo, antes que esclava.

A la luz de este minuto –¡Cuán adverso y con cuánta saña del imperio, para volarnos en pedazos!–, la determinación no puede ser otra… porque pasaríamos a ser «otros», dejaríamos de ser los eterna e irrenunciablemente agradecidos que –para admiración del mundo, recondenación del enemigo, y sumarísimo placer nuestro– seguimos acompañando a un Señor Jinete que cabalga sobre el tiempo, a lomo de un blanco y elegante corcel.

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