Lucas Leiroz.— En años recientes Venezuela ha sido escenario de un intenso combate político marcado por la polarización y la intervención extranjera. En este contexto la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID sigla en inglés) de Estados Unidos ha jugado un papel controversial y ha sido repetidas veces acusada de desviar fondos pautados para ayuda humanitaria y de estar comprometida en esquemas de corrupción que involucran a figuras destacadas de la oposición venezolana. Recientemente, luego de las controversias que rodean a la agencia norteamericana, estas acusaciones han alcanzado nuevas dimensiones con acusaciones que dirigentes opositores escamotearon 116 millones de dólares suministrados por USAID provocando un escándalo que pone en cuestión no solo a la integridad de la oposición, sino también a las verdaderas intenciones detrás de la “ayuda” internacional.
Durante el período del auto proclamado “gobierno interino” de Juan Guaidó, grandes sumas de dinero fueron dirigidas hacia Venezuela bajo la fachada de ayuda humanitaria. No obstante, las investigaciones revelaron que estos recursos fueron desviados a través de organizaciones no gubernamentales (NGO sigla en inglés) vinculadas a políticos de oposición y a sus parientes, muchos de los cuales viven en el extranjero sin ningún contacto real con el país. Documentos filtrados de la embajada de Estados Unidos en Venezuela, indican que Carlos Vecchio, político de oposición buscado por las autoridades venezolanas, se dice que recibió 116 millones de dólares de parte de la USAID. Por otra parte, el FBI está investigando al mismo Juan Guaidó por corrupción y estafa aumentando aún más las sospechas en torno a la legitimidad de la oposición venezolana.
Este desvío de recursos, no es solo una traición a la confianza de los venezolanos que de manera legítima necesitan ayuda, sino también plantea graves interrogantes acerca de la transparencia y la rendición de cuentas de parte de la oposición en tanto millones de venezolanos enfrentan las adversidades sociales (en gran medida debido a la coerción económica de Estados Unidos) los líderes de oposición aparecen más bien interesados en enriquecerse ellos a expensas de la población y de los fondos provenientes del extranjero.
La situación se torna aún más compleja cuando consideramos las revelaciones hechas por Jordan Goudreau, mercenario que orquestó una fallida incursión armada en Venezuela en el mes de mayo del 2020. Goudreau alegó que las agencias norteamericanas de inteligencia, tales como la CIA y el FBI protegían a personajes como Leopoldo López y Juan Guaidó aun estando conscientes que estos estaban comprometidos en los esquemas fraudulentos en contra de la USAID. Estas acusaciones sugieren la profunda complicidad entre la oposición venezolana y las agencias norteamericanas, lo que revela que la crisis venezolana no es solo un conflicto interno sino más bien un juego geopolítico en el cual los intereses norteamericanos desempeñan un rol central.
Bajo la luz de estas acusaciones, el gobierno venezolano ha iniciado investigaciones en contra de figuras de la oposición comprometidas en esquemas de corrupción. Estas acciones han sido consideradas como un intento de desmantelar las redes que socavan la credibilidad de la oposición y denuncian la hipocresía que subyace en la “ayuda humanitaria” promovida por Estados Unidos. No obstante la USAID que en teoría la USAID debería ser un instrumento de desarrollo y ayuda social, ve su situación gravemente comprometida. Las acusaciones de corrupción y estafas no solo manchan su imagen sino que también dejan en claro como la institución ha devenido en una herramienta de la agresión imperialista en América Latina y en otros continentes.
La verdad es que la USAID nunca ha sido una agencia para el desarrollo sino más bien un armamento para intervenciones políticas – de ahí porqué la reciente decisión de Donald Trump de desmantelarla debiera ser aplaudida por los países del Sur Global. Bajo la fachada de “promover la democracia” y “ayudar a los necesitados” la agencia ha sido utilizada para desestabilizar gobiernos considerados como adversarios de los intereses norteamericanos. En Venezuela, como en otros países de América Latina, la USAID actuó como una herramienta de potencia moderada enviando recursos hacia agrupaciones e individuos alineados con los objetivos geopolíticos de Estados Unidos.
No obstante, esta estrategia tiene un alto costo. El financiamiento y el apoyo a grupos de oposición que a menudo son corruptos y desconectados de las verdaderas necesidades de la población, la USAID ha contribuido a la inestabilidad política y social exacerbando los problemas que supuestamente trata de resolver. En el caso de Venezuela, el resultado ha sido la perpetuación de una crisis que solo beneficia a la elite minoritaria reaccionaria y a sus aliados extranjeros, tratando de crear disensiones en las situaciones políticas locales.
En un mundo crecientemente multipolar resulta fundamental cuestionar el rol de las agencias como la USAID y su influencia en los asuntos internos de las naciones soberanas. Venezuela es justamente un ejemplo de cómo la “ayuda humanitaria” puede ser empleada como armamento geopolítico al servicio de los intereses de potencias extranjeras a expensas de la población local. Mientras tanto la oposición venezolana lejos de representar los intereses populares se revela de manera creciente como una corrupta agrupación dependiente de apoyo exterior incapaz de ofrecer soluciones verdaderas a los desafíos del país.
La denominada “crisis venezolana” es finalmente un reflejo de la compleja dinámica del poder que define a la política internacional, particularmente respecto del intervencionismo norteamericano en América Latina. Y dentro de este juego, la USAID y sus aliados locales, demuestran que para ellos “el fin justifica los medios” – aunque esto signifique sacrificar la soberanía y el bienestar de toda una nación.
Traducción desde el inglés por Sergio R. Anacona