Trump 2.0: Operación salvar al capitalismo estadounidense

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La actual política de Trump no se trata de la antigua rivalidad interimperialista que precipitó las guerras mundiales. Tampoco es una era de ausencia de dicha rivalidad. Más bien, se trata de un esfuerzo de la potencia hegemónica por subordinar a todos sus antiguos aliados imperialistas en beneficio de su propia clase capitalista, incluso si eso implica acostarse con antiguos enemigos.

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CP Chandrasekhar*.— Si el primer mes del segundo mandato de Donald Trump como presidente de Estados Unidos es indicativo, parece que el capitalismo global, con Estados Unidos como potencia hegemónica, se encuentra en un proceso de reestructuración de origen endógeno. Entre las numerosas señales tempranas de la administración Trump para modificar la política estadounidense, tanto interna como externamente, destacan cinco iniciativas en el ámbito económico.

En primer lugar , se está recurriendo a aranceles de importación más altos, por razones que van desde recuperar la producción estadounidense y acelerar el crecimiento de la producción y el empleo hasta utilizar los aranceles como arma para alcanzar objetivos de seguridad nacional.

La segunda es la descarada facilitación de la captura del Estado por parte de las grandes empresas. Una orden ejecutiva ha buscado subordinar a la Casa Blanca a las agencias gubernamentales de aplicación de la ley, anteriormente independientes, como la Comisión de Bolsa y Valores (SEC) y la Comisión Federal de Comercio (FTC). Su funcionamiento será supervisado y sus decisiones, examinadas. El impacto inmediato sería el desmantelamiento de los esfuerzos de la SEC para controlar el comercio de criptomonedas y los esfuerzos de la FTC, bajo la excomisionada Lina Khan, para frenar el monopolio y el poder de plataformas como Amazon y Meta.

La tercera iniciativa consiste en exigir enérgicamente a los socios extranjeros el acceso, e incluso la propiedad, de territorios e instalaciones estratégicos que sustentan el comercio global, como el territorio de Groenlandia, el Canal de Panamá o la Franja de Gaza, desalojados de su población palestina. Todo esto, mientras se retira el gasto estadounidense que protege a sus aliados y fortalece su poder blando.

En cuarto lugar, en las maniobras internacionales de Trump hay un esfuerzo bastante explícito por apoderarse, mediante amenazas hoy y quizás con cierta fuerza mañana, de reservas y suministros de minerales críticos, ya sea en Ucrania, Groenlandia o en otros lugares.

Por último, la estrategia de Trump hacia el resto del mundo, ejemplificada por el giro que ha tomado bajo su mando la relación entre Estados Unidos y Rusia por un lado, y Europa por el otro, parece puramente transaccional: llegar a acuerdos con Rusia para obtener acceso a mercados y materiales, y deshacerse de Europa, que se beneficia de los mercados estadounidenses pero no paga su propia defensa.

La historia desde principios del siglo XX sugiere que este dramático giro en la política bajo Trump 2.0 sólo puede entenderse como un esfuerzo por privilegiar el capital estadounidense como parte de la reestructuración de un capitalismo del siglo XXI que ha perdido legitimidad y no puede seguir funcionando como lo ha hecho.

Pero este giro sigue el cambio estructural del capitalismo que se produjo tras la crisis inflacionaria de la década de 1970 en Estados Unidos y otras partes del mundo occidental. Un aspecto central de ese cambio fue el abandono de las políticas keynesianas del New Deal, basadas en una política fiscal proactiva y una fuerte regulación del capital financiero, y la adopción de la desregulación financiera, las restricciones fiscales y las medidas de política monetaria para impulsar el crecimiento basado en el crédito.

El régimen de acumulación que se basa en burbujas financieras para aumentar la riqueza de unos pocos en todo el mundo está resultando difícil de sostener. Esta política surgió tras la crisis financiera de 2008, con la hegemonía y sus aliados adoptando un conjunto de políticas inusuales: una declaración abierta de que las normas que imponen al resto del mundo no se aplican a ellos.

Esta es una nueva forma que han adoptado las relaciones interimperialistas. No se trata de la antigua rivalidad interimperialista que precipitó las guerras mundiales. Tampoco es una era de ausencia de dicha rivalidad. Más bien, se trata de un esfuerzo de una potencia hegemónica por subordinar egoístamente a todos sus antiguos aliados imperialistas en beneficio de su propia clase capitalista, incluso si eso implica acostarse con antiguos enemigos.

La lógica parece ser que se puede prolongar un régimen insostenible de acumulación dentro de la jurisdicción del Estado estadounidense colonizando el resto del mundo de alguna forma. La teoría y la historia nos dicen que este es un ejercicio extraño e inútil que acabará mal para el capitalismo.

* Profesor de economía de la Universidad Nehru, Nueva Delhi

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