“Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”, le dijo más o menos Don Quijote a su fiel escudero Sancho Panza mientras buscaban con denuedo a la bella Dulcinea. Aquí, en este intenso e impactante filme del cineasta alemán Edward Berger (Wolfsburgo, 1970), director de películas tan sugestivas como Jack (2014) o Sin novedad en el frente (2022), no es a la dulce fémina de El Toboso que pesquisan, sino algo más perverso y sombrío. Algo que quita literalmente el sueño al cardenal decano Thomas Lawrence (impresionante Ralph Fiennes), encargado tras la muerte del sumo pontífice de reunir el colegio cardenalicio de la iglesia católica para elegir de forma vitalicia un nuevo papa. Una tarea que, contrariamente a lo que envuelve la mitificación del acto, se va a revelar sumamente intrincada y ardua; mostrando a lo largo del absorbente metraje los escabrosos y retorcidos caminos que conducen, según ellos dicen, al señor. Es decir, exponiendo una realidad desmitificadora, preñada de intereses personales, racismo, manipulaciones rastreras, confrontaciones ideológicas e inconfesables dudas (incluida la de la existencia de Dios), que cada uno de los prelados reunidos en cónclave lleva cargada sobre sus espaldas de simples, y nada ejemplares, humanoides. Asuntos que, además, se manifiestan cruda y hasta violentamente en un recinto suntuoso y hermético (la Capilla Sixtina) mientras en el exterior, es decir en la irrebatible realidad, un mundo capitalista plagado de miseria, injusticias, atentados y conflictos armados interminables se descompone irremediablemente.
No es oro todo lo que reluce
Edward Berger, en una entrevista concedida durante el último Festival Internacional de Cine de San Sebastián, a la pregunta de ¿por qué la gente debería ver “Cónclave”?, respondía resueltamente que “porque es un filme que nos lleva detrás de las puertas cerradas del Vaticano, desvelándonos la lucha descarnada por el poder papal, pero también porque es una película muy emocionante”. Razones suficientes, sin duda ninguna, para desplazarse a las salas oscuras de los cines o a cualquier plataforma y verla. La primera justificación, porque trata de una realidad, la de las entretelas y conspiraciones del poder religioso, poco conocida por la gente de a pie, y la segunda razón, porque a partir de lo que entendemos por “thriller sicológico y político”, el realizador germano logra, gracias también a unas dirección artística, banda sonora, fotografía e interpretaciones excelentes, una obra llena de suspense e intriga. Una cinta, por otra parte, poseedora de un sólido guion, adaptado magníficamente de la novela homónima de Robert Harris por el dramaturgo británico Peter Straughan. Resumiendo diremos, con lo que todo sugiere para una mayor y más profunda investigación del tema, que en la Iglesia católica, como en otras instituciones burguesas, no es oro todo lo que reluce.
Rosebud