Fueron todos los niños yunteros que no pudieron ver al Gobierno republicano cambiar su destino de servidumbre en el campo a causa de la sublevación fascista que sumió a España en un atraso del desarrollo humano identificable hasta el día de hoy. Solo cuando podamos decir que al fascismo lo apoyan las grandes fortunas capitalistas en oposición al resto de la población, será posible constatar la derrota de la ignorancia.
Escrito para Viento del Pueblo, libro editado en septiembre de 1937, el poema del Niño Yuntero pertenece a la labor de propaganda desplegada por el poeta durante la primera etapa de la Guerra Civil, cuando todavía le quedaba esperanza. Es por ello que el niño yuntero se nos muestra orgulloso, erguido, sin agachar la cabeza con la mansedumbre de los bueyes, quienes, a mi entender fueron más dignos de piedad y cariño que los traidores al pueblo, electores voluntarios del bando sublevado contra el Gobierno de la razón.
La dignidad de su trabajo hará al niño merecedor de la libertad intrínseca a una educación de ser humano en oposición al aleccionamiento eclesiástico destinado a convertirle en instrumto de los dueños, de los patrones, de los explotadores. El niño yuntero es un poema dialéctico, nos coloca frente a la lucha de clases. Su objetivo es la toma plena de conciencia por parte de mujeres y hombres del deber de coger un arma si queremos acabar con el caciquismo de una vez por todas.
Nadie nos dice el nombre del niño yuntero, escapa del deseo burgués centrado en prevalecer al individuo sobre lo colectivo. Casi noventa años después, sin la muralla de su nombre, seguimos siendo uno con el niño yuntero.
Nos sobra la historia vacua de nuestros apellidos. Es momento de ser el niño explotado, bombardeado, en aras del beneficio norteamericano, europeo e israelí. Ser el niño yuntero es ser el dolor hacia el débil y reconocer el engaño ejercido por un sistema que no halla problema en pisotear todos los derechos humanos en nombre de uno solo: la propiedad. Es dolerse de haber perdido aquella guerra civil quedando nuestro futuro en las manos del puñado de codiciosos quienes, tras las inevitables concesiones al bienestar fruto de un triunfo imposible sobre el fascismo sin la intervención comunista durante la segunda guerra mundial, nos irían dejando desnudas de educación, de vivienda, de sanidad, del gasto social propio de una economía de igualdad; poco a poco nos fueron convirtiendo en la vanidosa personalidad de un objeto consumido mientras consume a otros consumidores en un territorio vaciado de Historia.
Miguel Hernández fue comunista, pero no después de haber sido fascista, como redactan textos actuales. Nunca fue fascista. Lo educaron en un pueblo de España gentes católicas, pero no el fascismo. Tuvo la suerte de poder ir más allá que otros cuando, ofreciéndosele la posibilidad de salir de Orihuela e ir a vivir a Madrid, entró en contacto con la izquierda intelectual de la época. No perdió nunca, sin embargo, el compromiso de clase: se negó a ser un elegido de las circunstancias, para ser el compañero de todos luchando por un mundo basado en derechos sociales y no en el riesgo y la suerte. Un mundo donde no haya que cumplir sueños como consigna, sino dejar de preocuparse por los sueños personales y construir la vida, esa cosa que nadie debería poder manejar ni eliminar cuando es de otros en beneficio de sus propios deseos.
¿Qué haría hoy el niño yuntero, sacarse fotos, para vender a los demás la imagen de su felicidad acallando de ese modo no ser feliz en absoluto? ¿Hemos llegado a la paradoja de hacer ver felicidad en la imagen evidente de la desgracia a fuerza de sonreír y negar cuanto pueda situarnos ante los otros con más razones para luchar que para continuar viviendo? ¿Hemos llegado a exigir a los otros abstenerse de mostrarnos la miseria que nuestro propio egoísmo les genera?
En un día como hoy, ochenta y ocho años atrás, murió de resultas de un lento asesinato perpetrado por el franquismo Miguel Hernández. No llegó a ver el abandono del campo por la ciudad. El campo quedó en las manos de quien quedó, de ladrones fascistas en connivencia con la Iglesia, hoy parte del nuevo fascismo plañidero, mientras, por otro lado, regresa a él una pequeña burguesía, explotadores todos ellos de los nuevos niños yunteros migrantes.
Después de casi noventa años, la dialéctica del Niño Yuntero continúa intacta.