El Imperio alemán, unificado en 1871, se convirtió en una gran potencia mundial. En la Conferencia de Berlín (1884-1885), se hizo valer frente a los demás competidores colonialistas para que aceptaran como colonias alemanas en África a Togo, Camerún, Namibia y Tanzania (de la que entonces formaban parte Burundi y Ruanda); todo a partir de las áreas ya habitadas por misioneros y comerciantes alemanes, que desde 1840, se habían asentado en el territorio de Namibia. Así logró construir el tercer imperio colonial más grande, después de los británicos y los franceses.
La industria alemana, en pleno desarrollo, necesitada de materias primas y mercados para sus productos, impulsó la necesidad de nuevos territorios donde poder expandirse. Los alemanes fueron arrebatando a la fuerza las tierras de las comunidades locales, obligándolas a reasentarse en las tierras menos fértiles. Con las mejores tierras en manos de colonos alemanes, la población nativa fue obligada a trabajar en ellas, sometiéndola a todo tipo de abusos.

En 1903, las tribus de los Herero y Nama, en respuesta a las continuas expoliaciones, se rebelaron lanzando ataques contra los colonos que ocupaban sus tierras en los que murieron decenas de ellos. En respuesta, Alemania envió un ejército de 14.000 soldados con un general al mando que ordenaba a los sublevados: “Yo, general de los soldados alemanes, envío esta carta a los Herero. La nación Herero debe abandonar el país… Si se niegan, los forzaré a cañonazos… Cualquier Herero, con o sin armas, será ejecutado”. Contra las mujeres y los niños recomendaba que dispararan para asustarles y forzales a huir al desierto donde, envenenando los pozos de agua, encontraron la muerte por sed y hambre. Así, de un total de 100.000 integrantes de ambas etnias, se estima que murieron 80.000; el resto fue enviado a campos de concentración donde morían debido al trabajo forzoso extenuante.
Se reveló entonces una clara intención de exterminar a toda una etnia. Un genocidio que fue un preludio de las atrocidades que la Alemania nazi cometería años después en la II GM. A partir de los campamentos creados para estas tribus, el término “campo de concentración” entró al idioma alemán. En su demencia supremacista, cientos de cráneos de sus víctimas fueron enviados a Alemania para estudios con los que probar la superioridad de los blancos. La impunidad en que se ha mantenido este genocidio, desaparecido en los textos escolares de Alemania y Namibia, sin un monumento o estatua que lo recuerde, es lo que permite, aún hoy, que haya muchos alemanes que mantengan la propiedad de aquellas fincas robadas.
En sus afanes expansionistas, el naciente imperialismo alemán proyectaba hacerse con un cinturón de grandes territorios de África, en torno de la línea del Ecuador. Esta ampliación debía comprender Angola, la mitad norte de Mozambique, el Congo Belga, las minas de cobre de Katanga, el África Ecuatorial Francesa hasta la altura del lago Chad, Benín y Nigeria.
La Guinea Ecuatorial española junto a la isla de Fernando Poo y las islas Canarias estaban incluidas en el proyecto. A la vista de tales planes, se entiende que desde el principio, los comerciantes alemanes respaldados por su ejército, estuvieron codiciando y acosando los territorios fronterizos con las demás potencias rivales.
La Primera Guerra Mundial fue para el imperialismo alemán su gran oportunidad para hacer realidad sus ambiciones coloniales más “pangermánicas”. Suponiendo una victoria en esa guerra, se veían apropiándose de las colonias africanas de las potencias derrotadas. Un imperio que, sumado a las colonias que ya poseía, podría llegar a representar la cuarta parte del Continente. Pero los sueños de la Alemania Imperial se esfumaron tras su derrota. En el Tratado de Versalles se dispuso, entre otros muchos costos a pagar, el despojo de sus colonias en África. Para Gran Bretaña, Tanzania, para Francia, Camerún y Togo, para Bélgica, Ruanda y Burundi y para Sudáfrica, la actual Namibia.