
Omar Valiño (Granma).— Por cuarta ocasión consecutiva, desde 2022, se celebra en Venezuela el Festival Internacional de Teatro Progresista (FITP). A pesar de los vaivenes de la economía, a causa de la guerra imperial estadounidense contra el país, el proyecto bolivariano ha defendido el sostenimiento de esta cita, como parte de las políticas culturales y sociales del Gobierno.
Y el público, su destinatario, responde con llenos completos en las numerosas salas y espacios, de Caracas y de otros estados. Para luego comprender, espectador por espectador, y estallar, muchas veces hasta el delirio, frente a las funciones.
La programación ofrece un gran abanico de opciones, diversas en sus orígenes de 22 naciones, las estéticas que trabajan, así como sus respectivos puntos de partida, motivaciones y búsquedas.
Circo-teatro, teatro político contra el fascismo actual, y de vindicación de figuras históricas, adaptaciones de clásicos, nuevas piezas, actores en el espacio lúdico como homenaje a la creación misma, defensa de la vejez y de la mujer, amplifican el término progresista para ayudar a que sea más humana la humanidad, como reza el verso cantado de Alí Primera, lema del encuentro.
A este mapa, el Festival suma la conciencia de que pensar la escena es también esencial para el desarrollo de la manifestación. Foros, seminarios, conferencias, talleres suman valor a esta fiesta del teatro y contribuyen a su afirmación, expansión y lugar actual en la sociedad.
Como cada año, Cuba está presente. El FITP se ha convertido en una excelente ventana de las mejores producciones de los últimos años. En esta oportunidad se presenta Teatro Andante, de Bayamo, Granma, con Faro, bajo la dirección de Juan González Fiffe. Y La Franja Teatral con Ana, la gente está mirando la sangre, texto y puesta en escena de Agnieska Hernández. Ambos reseñados, en su momento, a través de esta columna.
En tiempos de inteligencia artificial y despliegue de los mundos virtuales, el Festival Internacional de Teatro Progresista, desde Caracas, Venezuela, me reafirma en el valor inconmensurable de ese punto de encuentro entre el actor y el espectador como un gozoso refugio de la vida misma.