Mark Twain, vital en el XXI

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A 115 años de su muerte, su legado permanece intacto y sigue estremeciendo

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Detalle de la portada de Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, publicado por la Biblioteca del Pueblo. Foto: Madeleine Sautié Rodríguez

Madeleine Sautié (Granma).— «–Ahora, Becky, ya está todo… Todo menos el beso. No tengas miedo… no es nada en realidad. Por favor, Becky.

«Ella fue cediendo y dejó caer las manos; su cara quedó al descubierto y Tom le besó los labios y dijo: –Ya está hecho todo, Becky. Y de ahora en adelante no debes querer nunca a nadie más que a mí y no puedes casarte con nadie más que conmigo. ¿Entiendes?».

A la casa ha llegado el libro Las aventuras de Tom Sawyer. Es un lejano día de la segunda mitad de los 70. La niña lee, extasiada, la fantástica novela del estadounidense Mark Twain, escrita hace casi 150 años; y se reconoce en algunas de las diabluras que emprende su protagonista, sobre todo en el modo en que burla los regaños de la tía Polly.

Dan ganas de ser amiga de Tom, y formar parte de sus días. En eso piensa, mientras lee y lee, y se topa con el fragmento citado. La hoja, no pasa rápido como las demás. Regresa a ella los ojos y vive la emoción de esos niños que se han enamorado, y le palpita el corazón porque es la primera vez que los libros le regalan una escena como esta.

Otros recordarán, tal vez, los sucesos acaecidos en el cementerio, en el que Tom y Huck (Huckleberry Finn, el niño pobre, hijo del borracho, al que todos desprecian, y que Tom considera su mejor amigo) serán testigos de un asesinato a manos de Joe «el Indio», o su estancia en la isla en la que juega con otros niños a ser pirata; o aquel pasaje en que, junto a Huck, se dispone a desenterrar un tesoro en una casa embrujada… No hay modo de toparse con esta historia –que recoge sucesos tomados de la realidad– y desentenderse de ella.

«Si bien mi libro tiene por objeto principal entretener a niños y niñas, espero que no por eso vayan a eludirlo hombres y mujeres, ya que parte de mi plan ha sido tratar de recordarles a los adultos, en forma amena, lo que en otros tiempos fueron ellos mismos, y cómo se sintieron, pensaron y hablaron, y qué raras empresas solían acometer a veces».

Así lo desea y consigue este genial escritor que, como nadie, estampó en sus escritos las injusticias sociales de su tiempo, entre ellas, la esclavitud, el racismo y las discriminaciones.

Más allá del título aludido en estas líneas, que recrea la vida de un niño, en el imaginario pueblo de San Petersburgo antes de la Guerra de Secesión, Mark Twain –del que el sureño William Faulkner dijera que «fue el primer escritor verdaderamente americano y todos nosotros somos sus herederos»– escribió también, entre otros, Las aventuras de Huckleberry Finn, El príncipe y el mendigo, Un yanqui en la corte del Rey Arturo, y Diario de Adán y Eva.

La llegada al mundo, de este humanista en 1835 –que fue, además, periodista, humorista y orador, y se declaró profundamente antimperialista– coincidió con una de las visitas del cometa Halley al planeta. Y «con él me iré», cuentan que dijo. Cumplido el vaticinio, Mark Twain fallecía el 21 de abril de 1910, a los 74 años.

Samuel Langhorne Clemens, su verdadero nombre, es uno de los clásicos de la literatura mundial. Por eso, a 115 años de su muerte, su legado permanece intacto y sigue estremeciendo, con igual intensidad, a cada uno de sus nuevos lectores.

Fuente: granma.cu

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