
Elizabeth Naranjo (Granma).— «En una guerra siempre mueren inocentes», dice una dolorosa verdad consabida. Pero cuando la guerra es contra los inocentes, contra el vientre creador de vida –las mujeres y las niñas– no es una guerra, es un método para evitar la reproducción, la prevalencia de un pueblo, de una identidad.
De 53 573 palestinos asesinados por fuerzas israelíes, según ONU Mujeres, más de 28 000 son mujeres y niñas, lo que equivale a una mujer y una niña asesinadas cada hora.
Los tristes datos compartidos en x por el miembro del Buró Político y ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla, demuestran la impunidad israelí para cometer el genocidio en Gaza, el cual «persigue exterminar al noble pueblo de Palestina», argumentó el Canciller.
No se trata de política o de un deseo de expansión de un Gobierno; lo que Israel está haciendo hoy en Gaza es una limpieza étnica.
«Un país cuerdo no lucha contra civiles, no mata bebés como pasatiempo y no tiene como objetivo expulsar poblaciones», comentó ante la prensa Yair Golán, líder de la oposición política en Israel. Según el reporte de rt, en contraste con las declaraciones de Golán, el político y activista israelí Moshe Feiglin aseguró que «cada bebé en Gaza es un enemigo», como si eso fuera racionalmente posible.
Palestina se convierte en un territorio cada vez más «sinónimo de muerte, violencia, destrucción, hambre», como denunciaría ayer el papa León xiv. El Gobierno sionista sabe lo que quiere: asesinar al vientre donde crece la vida.
