
Laura Mercedes Giráldez (Granma).— ¿Puede la fuerza del ejemplo mover los cimientos más profundos de todo un pueblo? Si en 1970 hubiesen existido las aceleradísimas vías de comunicación que tenemos hoy, el personal sanitario de la Isla que llegó a Perú para socorrer a las víctimas de un terrible sismo, hubiera llevado consigo muchas más donaciones de sangre de cubanos.
Las páginas de este propio diario mostraron una foto de Fidel siendo el primero en ofrecer su brazo, que serviría de impulso para las más de 150 000 donaciones que vendrían después, y que pasarían a formar parte de las memorias de hermandad entre ambas naciones de Nuestra América.
Aunque en ese momento no se habían restablecido las relaciones diplomáticas, hasta las comunidades arrasadas, allí donde el polvo y el olor a muerte hacían de esa tierra andina un infierno, llegaron los médicos y enfermeros de la Mayor de las Antillas, con la fe inquebrantable de quienes siembran la semilla infinita de la solidaridad.
Un terremoto de 7,9 grados en la escala de Richter había devastado la zona de Áncash, y a sabiendas de que el dolor compartido toca a menos, Cuba extendió su mano, esa vez y para siempre.
La historia guarda otras situaciones de emergencia en las que los de la Isla han vuelto a Perú, como en 2007, luego del terremoto en Ica. Al año siguiente inauguraron un centro oftalmológico en Cusco, mientras que en 2017 acudieron a atender a los damnificados tras las inundaciones en Piura.
Y en medio del azote cruel de la covid-19, una brigada de 85 especialistas cubanos se puso al servicio de ese pueblo, que luego defendió la campaña internacional por la concesión del Premio Nobel de la Paz a la Brigada Henry Reeve.
No proviene de la nada el agradecimiento de los peruanos hacia la nación caribeña, que bien ha sabido ser ese amigo que acude a ayudar cuando el mundo parece que se viene encima, o se cree que las fuerzas no dan para mantenerse en pie. Se trata de hechos, de ejemplo de solidaridad.