MARCELO COLUSSI. La historia no ha terminado: África lo demuestra

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El socialismo, pese a toda la monstruosa campaña de desinformación existente en el mundo, es una promesa de cambio, una esperanza de un futuro más equitativo para todas y todos. Aunque golpeado en estos últimos años, no está muerto.

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Democracia burguesa: ¿fin de la historia?

 

En 1992, luego de la caída del emblemático Muro de Berlín, inmediatamente vendido en trozos para turistas que compraban un “souvenir” de épocas ya pasadas -y que, para la derecha triunfante, no deberían volver nunca más-, el pensador nipón-estadounidense Francis Fukuyama escribía su hoy ya clásico libro “El fin de la historia y el último hombre”. Planteaba allí que con la caída del socialismo real quedaba fehacientemente demostrado que el socialismo era una quimera, un sueño trasnochado que no tenía posibilidad de consumarse en la realidad. Ante la desintegración del campo socialista europeo y la desaparición de la Unión Soviética, la síntesis de su texto: “fin de la historia y de las ideologías” pretendía resumir el triunfo inapelable de las “democracias de mercado” (léase: capitalismo puro y duro, con formas políticas de democracia burguesa, con elección de autoridades por voto popular). La economía planificada y el partido único, según su parecer -y el de la clase dominante mundial, que levantó el grito triunfal de Fukuyama como una consigna sin atenuantes- pasaban a ser rémoras de la historia.

Lo curioso es que unos pocos años después, en el 2004, en su nuevo libro “Construcción del Estado: gobierno y orden mundial en el siglo XXI” afirmó algo radicalmente antitético: “Defiendo la construcción del Estado como uno de los asuntos de mayor importancia para la comunidad mundial, dado que los Estados débiles o fracasados causan buena parte de los problemas más graves a los que se enfrenta el mundo: la pobreza, el sida, las drogas o el terrorismo”. ¿Por qué este cambio? Difícil y complejo de explicar; lo que podría decirse rápidamente es que la constatación de cómo siguieron las cosas luego de esa caída del socialismo real no auguraron un mundo radiante para la gente, para la amplia población del planeta. Sin dudas Fukuyama tomó nota de eso. Muchas empresas privadas siguieron haciendo buenos negocios, y la democracia representativa -la que se promociona como la única y verdadera democracia: de la popular, de la democracia de base, no se habla- siguió cambiando autoridades periódicamente, pero las hambrunas, la explotación y las penurias de grandes mayorías continuaron. La democracia, digámoslo claramente sin cortapisas, es la democracia del capitalismo: aunque se vote cada cierto tiempo, la estructura de base no se toca. “Si votar sirviera de algo, ya estaría prohibido”, dijo Eduardo Galeano.

Es más que obvio que la historia no está terminada, y que las ideologías siguen siendo el cemento fundamental que mantiene en pie el edificio económico-social. Además de la represión abierta, si no hubiera ideología ¿cómo se mantendrían las sociedades? Como dijo alguien, remedando el superyo freudiano: la ideología es el policía que todo el mundo lleva en su cabeza.

El discurso dominante de estos últimos años -naturalmente ideológico– presentó al socialismo como una pieza de museo. La corporación mediática capitalista se encargó de mostrar el “estrepitoso fracaso” del socialismo en Cuba, en Venezuela, en Nicaragua, y ni qué decir del “vergonzoso colapso” de la URSS o el paso a mecanismos de mercado en China que, según esa ideológica visión, fue lo que catapultó su fabuloso crecimiento económico. De todos modos, cuando se habla de esos presuntos fracasos, no olvidar que la Unión Soviética fue destruida en un 75% de su infraestructura sumando 25 millones de muertos ante el ataque nazi en la Segunda Guerra Mundial, que Vietnam recibió casi 400 millones de toneladas de napalm y que la isla de Cuba lleva 62 años de inmisericorde y criminal bloqueo, todo por la osadía de querer dejar atrás el capitalismo. ¿Algún país capitalista pudo desarrollarse en condiciones similares?

Presentar al socialismo como un fracaso es un mensaje altamente ideológico. Le guste o no a la derecha, el socialismo sigue siendo siempre una fuente de esperanza. Por cierto, no está muerto, y para muestra, lo que está sucediendo ahora en el Sahel, África.

La dictadura de mercado de Occidente, capitaneada por Estados Unidos, muestra la “democracia” -democracia burguesa, representativa, donde el votante no decide ni manda nada más allá de su sufragio- como un bien supremo. Repugnante engaño que encubre la explotación de clase: se puede acudir a las urnas cuantas veces se quiera, pero la situación de base no cambia. Cabo Verde, en África, ex colonia portuguesa, hoy utilizado por la NASA para realizar sus estudios sobre los huracanes del Océano Atlántico, es el primer país en ese continente en orden a las mediciones de “apego a la democracia”, según los criterios de las potencias occidentales, con elecciones periódicas y división de poderes, y uno de los pocos de toda la región que permite los desfiles lésbico-gay. Sin embargo, dada la falta de oportunidades de desarrollo económico que presenta -vive básicamente del turismo, pues fuera de sus playas tropicales, el interior es desértico (hambrunas a la vista) y el cambio climático tiende a desaparecerlo bajo las aguas oceánicas- tiene una mayor cantidad de población viviendo en la diáspora que dentro del propio territorio (el doble exactamente), pues la gente huye de la pobreza crónica. Es evidente: democracia al estilo occidental -que se presenta como el modelo “correcto”- pero situación concreta de la población espantosa. El problema real, ya sabemos, no es la forma política, sino la estructura económico-social.

África despierta desde Burkina Faso

Hay otras democracias: las de base, las populares

En la región del Sahel, en África del norte, zona semidesértica de transición entre el desierto del Sahara y la selva tropical que se extiende desde el Océano Atlántico hasta el mar Rojo, se encuentra un territorio particularmente empobrecido. En términos administrativos está formado por Senegal, Gambia, Mauritania, Guinea, Malí, Burkina Faso, Níger, Chad, Camerún y Nigeria. Esos países se ubican entre los más pobres del mundo. O, mejor dicho, sus poblaciones son las más empobrecidas de toda la humanidad, campeando las hambrunas y la falta casi total de servicios públicos, con condiciones de vida infrahumanas. Allí, por situaciones que sin dudas tienen una historia concreta -recordemos, por ejemplo, la Conferencia de Berlín, entre 1884 y 85, donde las potencias europeas se dividieron el continente africano sobre un mapa sin la presencia de ningún representante local-, se asiste como resultado de esa violencia suprema a la actual inestabilidad política de la región, plagada de problemas y guerras interminables, provocadas, en definitiva, por el “culto y desarrollado” Occidente capitalista. El “divide y vencerás” ahí está vigente sin atenuantes. Si allí existen los grupos fundamentalistas islámicos con considerables cuotas de poder -Al Qaeda, Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimin (JNIM), el Estado Islámico– no olvidar que ellos son producto de las políticas de la CIA que les dieron forma originalmente, como mecanismos protectores contra las propuestas de izquierda.- No está de más recordar que para 1914, cuando comienza la Primera Guerra Mundial, el 90% de África estaba bajo dominio colonial europeo, situación que, con nuevas modalidades -neocolonialismo y dependencia total en lo financiero y tecnológico- continúa. Las guerras que asuelan al continente son una vergonzosa herencia del reciente pasado colonial, todo lo cual no deja de ser buen negocio para quienes fabrican armas, casualmente, las potencias capitalistas.

Esa región del Sahel, empobrecida hasta la médula, tiene una gran, inconmensurable riqueza: en su subsuelo anidan enormes reservas de minerales, codiciados en forma creciente por la industria capitalista de las potencias occidentales. Hay allí depósitos de oro, uranio, diamantes, tierras raras, hierro, litio, fosfatos, carbón, petróleo, gas, magnesio y algún otro elemento de alto valor. Riqueza para las potencias neocoloniales, pobreza extrema para la población del lugar; riqueza para los países metropolitanos (Europa Occidental y Estados Unidos) al llevarse esos recursos, penurias extremas para la población que ve cómo se produce esa vergonzosa rapiña sin poder reaccionar. “Sin África, Francia no tendría historia en el siglo XXI”, dijo sin ninguna vergüenza el presidente ¿socialista? francés François Mitterrand, en abierta alusión a los recursos que rapiña la metrópoli en sus ex colonias (ahora neocolonias): el uranio de Nigeria, el petróleo de Gabón y Costa de Marfil, el gas de Argelia, el oro de Mali y Burkina Faso. Solo a título de desgarrador ejemplo: la “culta y refinada” sede de la UNESCO, en Europa, genera casi el 70% de su electricidad a partir del uranio nigeriano, que roba descaradamente con contratos leoninos, mientras que en ese país -al hasta antes de la revolución socialista que está teniendo lugar en la región y de la que vamos a hablar más adelante- no llegaba al 15% la población que contaba con energía eléctrica.

Sin embargo, ante tantas desvergonzadas injusticias, sí hubo reacciones. En 1983, en lo que en ese entonces se conocía como Alto Volta (colonia francesa), a partir de una insurrección popular de la que jamás habla la industria mediática capitalista, tomó el poder un líder nacionalista y antiimperialista, de claro contenido marxista: Thomas Sankara. Inmediatamente cambió el nombre del país a Burkina Faso, que en las lenguas locales mossi y diula significa “Tierra de los hombres íntegros”. En esa revolución socialista, apoyada por la Unión Soviética, se desconoció la deuda con el FMI, promoviéndose así la autosuficiencia nacional. En Adís Abeba, capital de Etiopía, en julio de 1987, Sankara pronunció un encendido discurso en una cumbre de la Organización para la Unidad Africana (actualmente Unión Africana) contra la deuda externa, que marcó claramente su posición: “Son los colonizadores los que endeudaron a África con los prestamistas, sus hermanos y primos. Nosotros somos ajenos a esta deuda. Por lo tanto, no podemos pagarla”.

En el marco de esa revolución socialista tuvo lugar una importante reforma agraria, adjudicándose tierras al eternamente postergado campesinado, se erradicaron la poliomielitis y la meningitis en solo dos años, hasta entonces afecciones endémicas. Se avanzó enormemente en la igualdad de género, prohibiéndose la mutilación genital femenina, así como el matrimonio forzado, herencias de un patriarcado milenario. Mujeres tomaron altos cargos en la dirección del país y fueron integradas al ejército por vez primera en el África Occidental. Esa revolución socialista, promoviendo la democracia de base, popular, directa -no la parodia de la democracia representativa- dio enormes pasos en las mejoras de las condiciones de vida de la población. Por ejemplo: se plantaron 10 millones de árboles para frenar la desertificación. Se combatió con fiereza la corrupción; de hecho, Sankara, apodado el “Che Guevara africano”, fue un ejemplo de austeridad y compromiso con la causa revolucionaria, pues vendió todos los automóviles Mercedes Benz que tenía el anterior gobierno, viajando él mismo en un modesto Renault 5, reduciendo los salarios de los funcionarios públicos. Fue histórica su frase “Quien te alimenta, te controla”, en alusión a la falta de autonomía alimentaria del país -situación que la revolución comenzó a revertir-, expresión que se articula a la perfección con lo dicho por Henry Kissinger exactamente en las antípodas: “Controla los alimentos y controlarás a la gente”.

Todas esas medidas, que cuestionaban de raíz el orden capitalista colonial, fueron percibidas como un inminente peligro por el capitalismo occidental, así como lo fue Cuba socialista en Latinoamérica: mal ejemplo que había que acallar. De hecho, aún llenándose la boca de palabras grandilocuente -pero vacías, en definitiva- como “democracia” y “libertad”, Francia y Estados Unidos apoyaron un golpe de Estado llevado a cabo en 1987 -poco después de aquel histórico discurso- por un títere de esas potencias: el militar Blaise Compaoré, quien asesinó al líder revolucionario, convirtiéndose en un dictador que gobernó durante más de 20 años, iniciando una política de “rectificación”, alejándose de los preceptos socialistas. El cuerpo de Thomas Sankara, igual que sucedió en su momento con los de otros revolucionarios con alto liderazgo: Rosa Luxemburgo en Alemania, Augusto César Sandino en Nicaragua, Mario Roberto Santucho en Argentina, nunca fue encontrado. Parece que la derecha quiere desaparecer todo rastro de socialismo, hasta incluso desapareciendo los cadáveres de los líderes revolucionarios asesinados. Lo más patético e hipócrita: hablando de democracia, paz, derechos humanos y palabras altisonantes por el estilo.

Está más que claro que el sistema capitalista se sostiene muy rígidamente por dos elementos: por la ideología (de ahí que sea ridículamente absurdo lo de Fukuyama: que las ideologías “terminaron”) y por la violencia sistemática. Las armas, cada vez más sofisticadas y letales, no están al servicio de la cacería (decir eso parece una pazguatería). Están solo destinadas a mantener la sociedad de clases, matando a quien ose intentar cambiarla. Si para mantener el statu quo hay que torturar, desaparecer personas, crear climas de terror, bombardear, destruir comunidades enteras sin la mínima compasión, el capitalismo lo hace sin pestañar. Cualquier atisbo de cambio es una amenaza mortal para el sistema, por lo que reacciona en forma fulminante. Eso pasó en todo el mundo; en África, particularmente, con los primeros pasos dados por los nacientes socialismos que allí se iban generando en la década del 60 del siglo pasado, cuando se da la ola de liberación nacional, terminándose con el colonialismo. El caso de Burkina Faso es emblemático. Pero hubo muchos más, con derroche de sangre: Patrice Lumumba en República Democrática del Congo, Amílcar Cabral en Guinea-Bissau y Cabo Verde, Eduardo Mondlane y Samora Machel en Mozambique, Mohamed Khadaffi en Libia, Chris Hani en Sudáfrica, Kwame Nkrumah en Ghana (no asesinado pero derrocado con un golpe de Estado patrocinado por la CIA), Nelson Mandela en Sudáfrica (no asesinado pero encarcelado 27 años). Buscar un mundo post-capitalista conlleva peligro de muerte, aunque el capitalismo hable de paz, democracia y banalidades insustanciales por el estilo.

Pero el socialismo no está muerto

¿Por qué habría de estarlo, si las causas que lo originan, generando esa búsqueda de un horizonte post-capitalista, siguen estando vigentes? La explotación económica, y todo aquello con lo que la misma viene asociada: racismo, supremacismo, el patriarcado, la hetero-normatividad, el autoritarismo, el desprecio por el otro diverso y por la naturaleza- no han terminado en el mundo. Las democracias burguesas, las “democracia de mercado” están, justamente, para perpetuar todo ello. Por ello el socialismo sigue siendo la perspectiva de un mundo distinto, más justo, más equitativo.

Las luchas por el socialismo del siglo XX no fracasaron, aunque la visión ideológica de la derecha así las presenta. De todos modos, aunque en este momento puntual de la historia esas luchas están silenciadas, con un campo popular en retroceso y una izquierda -lo digo en primera persona- que no encuentra su rumbo, nada autoriza a decir que la historia ya terminó, y la única ideología que se impuso sepultando a otras sea la del libre mercado. En África algo está pasando que nos lo deja ver.

Siguiendo los pasos de Thomas Sankara, está surgiendo en estos momentos la idea de conformar la Alianza de Estados del Sahel -integrada en principio por Malí, Burkina Faso y Níger-, una unión panafricana de Estados que se considera el primer paso hacia una África unificada y antiimperialista, propuesta que está tomando forma a partir del movimiento militar acaecido en Burkina Faso en 2022 liderado por el líder revolucionario Ibrahim Traoré, retomando las banderas de las propuestas socialistas del histórico luchador burkinés, “el Che Guevara africano” quien, como lo dijimos más arriba, fuera asesinado por el “culto, refinado y democrático” capitalismo occidental cuando desconoció la deuda con el FMI. Por supuesto, las usinas mediáticas capitalistas rápidamente transformaron a este reciente luchador burkinés en un nuevo “dictador totalitario”, no muy distinto del tristemente célebre Idi Amin. Curioso, ¿verdad?: un revolucionario africano pasa a ser un tirano, mientras el premier de Israel -genocida autor de delitos de lesa humanidad- es aplaudido por Washington. Los pájaros tirándole a la escopeta…

Los movimientos panafricanistas que hoy se están dando en el Sahel africano, con un claro contenido antiimperialista y socialista, están ayudando a varios países de África Occidental -anteriormente colonias francesas- a comenzar la construcción de algo nuevo, un bloque que mira con buenos ojos a Rusia -heredera de la Unión Soviética, la que ayudó mucho al sufrido continente africano durante los años de la Guerra Fría- y a China, hablando con un lenguaje marxista y anticolonialista. Producto de esas nuevas dinámicas que se van abriendo, Mali, Chad, Senegal, Níger y Costa de Marfil expulsaron de sus territorios a las tropas francesas que allí permanecían como fuerzas neocolonialistas de supervisión, así como en Burkina Faso, además de hacer marchar a las fuerzas militares francesas, se expulsó al embajador de ese país, por considerar que Francia es un “Estado imperialista”. Vale la pena esta reflexión paralela: ¿no es el grado extremo de hipocresía por parte de las potencias imperialistas hablar de libertad y democracia cuando todavía mantienen políticas neocoloniales, ¡o abiertamente coloniales, todavía con colonias en pleno siglo XXI!, mientras aplastan con derroche de violencia cualquier intento de emancipación? ¿Pueden hablar de “democracia” países que aún mantienen parasitarias y obsoletas monarquías medievales y colonias en el Sur global?

El socialismo como modelo económico-social, aún con todos los enormes fallos que pueda haber presentado en sus primeros pasos -la corrupción, el autoritarismo, las luchas de poder, el supremacismo, el patriarcado y otra tantas “bellezas” por el estilo, son dinámicas humanas, más allá del sistema en juego- ha demostrado que aspira a una mayor cuota de justicia que el capitalismo. No habrá centros comerciales despampanantes ni carros de lujo de un millón de dólares, pero hay real acceso de la población a los satisfactores básicos… ¡para toda la población! El socialismo promueve el bien común, no promueve influencers que “hacen mucho dinero” ni “salvaciones individuales”. Muy buena parte de la riqueza del Norte opulento tiene que ver con el robo descarado que esas “democráticas” potencias realizan en el Sur. El continente africano es un palmario ejemplo de ello, y la citada confesión de Mitterrand lo atestigu. “África no es el patio trasero del mundo, no es un campo de batalla, no es un laboratorio de pruebas ni su depósito de materias primas. (…). “¿Por qué África, rica en recursos, sigue siendo la región más pobre del mundo? Los jefes de Estado africanos no deberían comportarse como marionetas en manos de los imperialistas”, afirmó categórico Traoré. El socialismo que está impulsando en su país está dando notorios frutos:

  • El PIB está aumentando en forma considerable (de 18.800 millones de dólares a 22.100 millones en un par de años).
  • Se detuvo definitivamente la exportación de oro sin refinar de Burkina Faso a Europa (ese producto representa el 80% de sus exportaciones).
  • Se inauguró una mina de oro de última generación para mejorar las capacidades de procesamiento locales (el país es el quinto mayor productor de oro en África).
  • Se inauguró el primer Centro Nacional de Apoyo al Procesamiento Artesanal del Algodón para ayudar a los productores locales de ese producto, construyéndose una segunda planta procesadora.
  • Se cortó totalmente la dependencia con el Banco Mundial y el FMI.
  • Se está priorizando exponencialmente la agricultura, a la que se le da especial impulso apoyando a pequeños productores locales con la introducción de semillas mejoradas y diversos insumos agrícolas (más de 400 tractores, 239 cultivadores, 710 motobombas y 714 motocicletas). Todo ello busca la real soberanía alimentaria, para lo que se han invertido más de mil millones de dólares.
  • Se están construyendo nuevas carreteras, ampliando las existentes y mejorando los caminos de grava para convertirlos en superficies pavimentadas, mientras también se está construyendo un nuevo aeropuerto en la ciudad capital, Uagadugú, que se espera tener terminado en 2025 con capacidad para un millón de pasajeros al año.
  • Se está trabajando mucho en la eliminación de prácticas ancestrales de discriminación de las mujeres. Si bien por ley está prohibida la mutilación genital y los matrimonios forzados -legislación herencia del gobierno revolucionario de la época de Sankara- esas prácticas aún continúan. El socialismo burkinés actual pone todo su empeño en modificar esa situación.
  • Se firmó un acuerdo con Rusia para la instalación de una central nuclear, la que proveería de electricidad a toda la población -hoy apenas una cuarta parte tiene acceso a ese servicio-.
  • Se redujeron los salarios de los ministros y parlamentarios en un 30%.
  • Se cancelaron los medios de comunicación de algunas potencias imperialistas en Burkina Faso (de Francia, del Reino Unido, de Estados Unidos y de Alemania), por difundir noticias ideológicamente contrarias a la revolución, acción que para el Occidente “culto” es un atentado a la libertad de expresión (mientras se silencian las acciones de desestabilización que intentan a diario terminar con la revolución).
  • Se impulsa fuertemente un programa espacial desarrollado enteramente por ingenieros burkineses, lo cual coloca al país en una senda de modernización tecnológica (nanosatélite CubeSat de 1U, diseñado para misiones de bajo costo y corto plazo, destinado a monitorear la salud vegetal, la desertificación y cambios geológicos, tendiente a mejorar pronósticos meteorológicos y seguimiento de la contaminación ambiental).

¿Burkina Faso, uno de los países más pobres del mundo, con energía nuclear y satélites? Para la imagen que machaconamente crea la corporación mediática capitalista eso es imposible: el Sahel, región semidesértica con hambrunas crónicas y altísima incidencia del VIH-SIDA, plagada de guerras intestinas y golpes de Estado, no parece tener nada que ver con lo que nos hacen considerar como “desarrollo”. Corrección: con el socialismo que se está forjando, parece que sí. Lo más interesante: un desarrollo distinto al que generó el capitalismo, depredador y antihumano.

El socialismo, pese a toda la monstruosa campaña de desinformación existente en el mundo, es una promesa de cambio, una esperanza de un futuro más equitativo para todas y todos. Aunque golpeado en estos últimos años, no está muerto. Remedando la aguda frase de Pierre Corneille -erróneamente atribuida a José Zorrilla- podríamos decir que “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. No sería nada improbable que, luego ya de varios atentados -tal como se intentó innúmeras veces con Fidel Castro-, las potencias logren eliminar físicamente a Traoré. Pero hay muchos Traorés por allí, levantando la voz contra las injusticias, porque hay muchas, demasiadas injusticias. En ese sentido: ¡todas y todos somos Burkina Faso socialista!

Marcelo Colussi

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