
Raúl Antonio Capote (Granma).—Una guerra de proporciones inestimables comenzó, con un telón de fondo adornado por fotos de políticos retozones, ávidos de poses napoleónicas, acompañada por discursos altisonantes basados en la ignorancia más supina.
El matonismo barriotero ha reemplazado a las acciones diplomáticas; hasta hace poco, se podía contar con políticos y funcionarios dotados, al menos, del más elemental instinto de conservación.
Se puede afirmar que los redobles de esta nueva contienda comenzaron cuando George H. W. Bush declaró, en 1992, que «América ganó la Guerra Fría», ignorando lo acordado con Mijaíl Gorbachov, de que la confrontación entre los dos bloques finalizaría sin ganadores ni perdedores.
Estados Unidos apostó por la política del «ganador se lo lleva todo», y no solo incumplió los acuerdos, como el de no extender la OTAN hacia las fronteras de Rusia, sino que se lanzó, junto a Europa, como buitres sobre las riquezas de los antiguos países socialistas.
La política de «vencedores en tierra ocupada» desempeñó un papel importante en la reacción nacionalista de Rusia, un país que no podía admitir el despojo y la humillación de quienes se suponían aliados en la construcción de la «democracia» y la «libertad».
Con la caída de la URSS y la desaparición del bloque socialista, la hegemonía mundial estadounidense alcanzó su apogeo: el robo a «mano armada» de recursos y el saqueo de las riquezas de países dependientes marcaron los años posteriores al fin de la Guerra Fría.
Eufóricos, los adalides del capitalismo proclamaron el fin de la historia, el triunfo total del egoísmo y la depredación, pero el agresor se estancó en las nuevas guerras coloniales.
La lucha por los mercados y las diferencias en la concepción de las relaciones internacionales entre el hegemón y las nuevas potencias emergentes, dio lugar a una ruptura del equilibrio mundial, que se expresa en la confrontación entre dos bloques cada vez más definidos: uno encabezado por Rusia y China, y el otro por Estados Unidos.
En tanto, el viejo axioma de la persuasión mediante el miedo al aniquilamiento ha dado paso a la doctrina de la destrucción de los rivales. Washington y sus adláteres no ven otro camino para salvar su dominio.
MAÑANA FUE LA GUERRA: EL FIN DEL MIEDO NUCLEAR
Así, en un mundo que parece no comprender bien lo que ocurre, con una parte importante de la izquierda dividida y anclada en una especie de limbo, con sus principales fundamentos teóricos guardados en las alacenas, el escenario se parece cada vez más al que vivió la humanidad en los días previos a la primera y segunda guerras mundiales.
El plan parece cada vez más claro: destruir uno por uno a los rivales de la hegemonía estadounidense, debilitar a Rusia, enfrentándola a una guerra contra su vecino rearmado y asistido por la OTAN, Ucrania.
Una vez con el gigante euroasiático al borde del colapso, emprender la confrontación con China; sin embargo, primero es necesario destruir a todos sus aliados actuales y potenciales. Cualquiera de estas variables requiere generar el caos global.
No obstante, el plan de debilitar a Rusia fracasó. Los laboratorios y «tanques pensantes» estadounidenses ya no son los de antes, tampoco tienen mucha experiencia ganando guerras. Ahora son ellos quienes están al borde del abismo.
Ocuparse de Irán era el siguiente paso después de agredir a Siria. Culpar a la nación persa de fabricar armas nucleares recuerda aquella acusación de armas de exterminio masivo con la que justificaron la invasión y ocupación de Iraq.
Esta vez, la entidad sionista fue la encargada de cumplir la misión, pero tampoco las cosas salieron como deseaban: Irán no se arrodilló. Entonces ocurrió lo que no debió pasar: Estados Unidos intervino directamente en la guerra.
«Se lanzó un conjunto completo de bombas sobre la instalación principal, Fordow; no hay otro ejército en el mundo capaz de hacer esto», expresó eufórico el presidente estadounidense Donald Trump.
Y tiene razón: solo ellos pueden ser tan bárbaros y arrogantes. Bombardear centrales nucleares puede desencadenar una gran catástrofe mundial, pero no los detuvo ninguna razón. ¿Quién más sería tan torpe?
Es casi seguro que Irán responderá en consecuencia, con un ataque a las bases estadounidenses y a la instalación atómica sionista de Dimona, sin dejar de contar el bloqueo al Estrecho de Ormuz.
Desde hace años, las potencias occidentales y la Casa Blanca vienen trabajando en la disminución de la percepción del peligro de las armas atómicas y sus efectos, al punto de hacer creer –e incluso creer ellos mismos– que pueden sobrevivir.
«Usar armas nucleares no es una herramienta de disuasión, es un suicidio global», afirmó el meteorólogo Alan Robock, una de las figuras más prominentes en el estudio de los efectos ambientales y climáticos del uso de tales armas en el escenario actual.
La guerra ha comenzado, aunque la opinión pública aún no es consciente de ello. Ya no existe el «patio del vecino»: ahora todos convivimos en el mismo jardín, y con armas nucleares no hay cercas.