Juanlu González (biTs rojiverdes).— Desde las alturas de los Montes Zagros, donde se esconden instalaciones nucleares iraníes, hasta los despachos del Pentágono donde se planearon los ataques aéreos, se extiende un arco de tensiones que revela la profunda crisis del mundo basado en reglas. Los recientes bombardeos norteamericanos contra objetivos nucleares en Irán, lejos de constituir una demostración de fuerza, representan el último estertor de una estrategia imperialista agotada, incapaz de aceptar el nuevo equilibrio geopolítico que emerge en Oriente Medio y el mundo.
El desmoronamiento de un mito militar
Durante más de siete décadas, Israel ha construido su identidad nacional sobre el mito de la invencibilidad militar. Desde la Guerra de los Seis Días hasta los conflictos con el Líbano, la narrativa sionista ha presentado a sus fuerzas armadas como imbatibles. Sin embargo, la realidad de los últimos meses ha hecho añicos este relato. Los sistemas de defensa israelíes, promocionados como infalibles, han mostrado graves deficiencias ante la potencia y velocidad de los misiles iraníes. Según datos de inteligencia europea, durante el último intercambio de ataques, apenas el 47% de los proyectiles fueron interceptados (ni uno solo hipersónico), una cifra muy por debajo del 90% que el gobierno de Netanyahu sigue afirmando en público.
Este fracaso militar va acompañado de una crisis demográfica sin precedentes. Las cifras son claras: desde octubre de 2023, cerca de 200.000 ciudadanos israelíes han abandonado el país, según la Organización Sionista Mundial. Este éxodo silencioso, protagonizado principalmente por jóvenes profesionales con doble nacionalidad, es una clara señal de descontento con las políticas belicistas del gobierno. Las medidas desesperadas para controlar la migración recuerdan más a los estertores de un régimen en crisis que a las acciones de una democracia segura de sí misma.
La coalición informal formada para defender a Israel es en sí misma la mayor prueba del fracaso sionista. Israel se ha visto impotente en su guerra contra Irán, por eso ha intentado desde el principio implicar a Estados Unidos y la OTAN, además de a los países traidores del Golfo a la causa árabe (Jordania, Marruecos y otros títeres del imperio).
En Washington, el espectáculo también es especialmente revelador. La administración Trump, que llegó al poder prometiendo un repliegue militar y el fin de las “guerras eternas”, ha terminado por convertirse en la mejor aliada del complejo industrial-militar que tanto decía criticar. No solo no ha llevado la paz a la región de Asia Occidental, sino que se ha embarcado en una nueva guerra, algo de lo que siempre acusaba a los demócratas.
Claramente, tampoco ha traído paz a Ucrania. Por el contrario, ha preferido mantener la guerra viva a cambio de un contrato poco transparente para explotar las tierras raras en Kiev y para que Europa se gaste un dinero que no tiene en empresas del complejo militar industrial de EEUU. Trump no solo está decepcionando a sus votantes, sino que se está mostrando como un mentiroso compulsivo.
Ingeniería de la resistencia
A pesar de esta incoherencia occidental, Irán ha demostrado una notable capacidad de adaptación y resistencia. El programa nuclear persa es un ejemplo de descentralización estratégica. A diferencia de los programas nucleares de otros países, que se concentran en unas pocas instalaciones vulnerables, el iraní se distribuye en más de cuarenta centros de investigación repartidos por todo el país, muchos de ellos ocultos bajo formaciones montañosas y protegidos por complejos sistemas de túneles que los hacen prácticamente inmunes a ataques aéreos convencionales.
Las evaluaciones técnicas más rigurosas, realizadas por expertos independientes de varios países, coinciden en un punto fundamental: los recientes ataques apenas han retrasado entre seis y ocho meses el programa nuclear civil iraní. Este plazo resulta irrisorio cuando se contrasta con el enorme costo político y estratégico que la operación ha tenido para sus ejecutores. Pero lo más paradójico es que estos bombardeos podrían producir exactamente el efecto contrario al buscado: forzar la decisión iraní de desarrollar armamento nuclear. Existe incluso la posibilidad que algún otro país amigo le brinde generosamente armas nucleares a Irán antes de que pudiera desarrollarlas por sí mismo, no es descartable.
El profesor Reza Yazdi, experto en seguridad regional de la Universidad de Teherán, lo explica de forma sencilla: “La fatua religiosa que prohíbe las armas atómicas siempre tuvo una excepción: cuando la propia existencia de la nación está en peligro. Hoy, muchos en el Consejo Supremo de Seguridad Nacional creen que ese punto se ha alcanzado”. Esta idea es aún más importante si tenemos en cuenta los recientes cambios en la cúpula religiosa iraní, donde figuras influyentes han empezado a cuestionar públicamente la postura tradicional sobre el armamento nuclear.
Europa: entre la sumisión y la crisis
El papel de Europa en esta crisis es un ejemplo perfecto de decadencia estratégica. Los líderes europeos, tan rápidos en imponer sanciones a Rusia y en hablar sobre derechos humanos, guardan silencio ante los crímenes de guerra israelíes.
Y es aún peor. Después de cada bombardeo, los líderes europeos no paran de pedir “moderación” a la víctima sin criticar al agresor, incluso añadiendo al final de sus declaraciones la frase “no podemos permitir que Irán tenga armas nucleares”, lo que da a entender que apoyan los bombardeos ilegales norteamericanos que indudablemente violan el derecho internacional.
Esta doble moral tiene consecuencias económicas reales: el precio del petróleo ha subido casi un 20% desde que empezó la crisis, lo que afecta especialmente a las economías europeas que ya están debilitadas por años de estancamiento debido a las sanciones impuestas a Rusia por Estados Unidos.
Fue Trump quien abandonó el pacto con Irán que firmó la administración Obama (el PAIC) y los representantes de la Unión Europea. Es, por tanto, Estados Unidos quien debe reasumir el Plan y dejar de exigir nuevas condiciones bajo amenazas y coacciones. Por eso el papel de Europa es aún más patético, ya que en la práctica es capaz de renunciar a sus principios para obedecer las órdenes de un presidente al que, en teoría, no sienten ninguna empatía.
El dilema de la respuesta iraní
En Teherán, los estrategas están debatiendo intensamente cómo responder. Cerrar el Estrecho de Ormuz podría ser un arma económica eficaz, pero podría poner a Irán en contra de algunos países de la región que han mantenido su distancia con Estados Unidos a pesar de ser sus aliados incondicionales. Por eso, los analistas más influyentes están abogando por un enfoque multifacético que combine varios elementos.
En primer lugar, obviamente seguir atacando al régimen de Israel para debilitar su economía y hacer que su propia gente cuestione su capacidad para defenderlos. En segundo lugar, lanzar una campaña de ciberataques contra infraestructuras críticas occidentales, aprovechando las habilidades que el Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica ha desarrollado en los últimos años. Finalmente, apoyar más abiertamente y coordinar a los movimientos de resistencia regionales, desde Yemen hasta Líbano, creando múltiples frentes de presión contra Israel y sus aliados.
Según fuentes cercanas al Consejo Supremo de Seguridad Nacional, lo más probable es que Irán opte por una mezcla de estas medidas, buscando causar el mayor daño político posible en Washington y Tel Aviv sin desencadenar una guerra total que nadie quiere. Esta estrategia de “respuesta proporcional pero persistente” permitiría a Teherán mantener el control y conservar el apoyo internacional.
Un Nuevo Mundo
Esta crisis marca un punto de inflexión en la transición hacia un nuevo orden mundial. Estados Unidos ya no puede imponer su voluntad como en 2003, cuando la invasión de Irak se encontró con una resistencia internacional mínima. Hoy en día, cualquier acción unilateral provoca reacciones coordinadas inmediatas entre las potencias emergentes.
China ha demostrado una habilidad diplomática notable, mediando entre las partes mientras fortalece sus lazos económicos con Teherán. Rusia ha demostrado que las sanciones occidentales pueden resistirse e incluso revertirse, como lo demuestra el crecimiento de su economía a pesar de las medidas punitivas. Pero quizás el cambio más significativo sea la posición del llamado Sur Global, que rechaza con una firmeza sin precedentes el doble rasero imperialista en la escena internacional.
Los ataques contra instalaciones nucleares iraníes no han fortalecido la posición occidental, como pretendían sus autores. Por el contrario, han acelerado la irrelevancia estratégica de quienes se aferran a un orden unipolar que ya no existe. Como escribió el poeta persa Ferdousí hace mil años, el mismo viento que apaga una vela puede avivar el fuego. El fuego de la resistencia antiimperialista y del nuevo orden multipolar arde hoy con más fuerza que nunca, iluminando el camino hacia un mundo más justo y equilibrado.
En este contexto, Irán no es solo un país cualquiera. Es un símbolo de cómo las naciones soberanas pueden resistir el poder desmedido del imperialismo. Irán ha logrado convertir la agresión en una oportunidad estratégica, y eso es algo que todos los pueblos que luchan por su independencia deberían aprender. El siglo XXI no será para los herederos de los imperios coloniales. Será para aquellos, como Irán, que han sabido resistir, adaptarse y prevalecer.