Taha Zeinali y Sara Larijani, investigadoras sociales iraníes.— El ataque militar estadounidense-israelí de junio de 2025 contra Irán —que incluyó la Operación León Ascendente de Israel y la Operación Martillo de Medianoche de EE. UU., enfrentada a la Operación Promesa Verdadera 3 de defensa iraní—, a pesar de lograr victorias tácticas a corto plazo, representa un profundo fracaso estratégico que ha acelerado el declive imperial liderado por EE. UU. y fortalecido a las fuerzas antiimperialistas globales.
En lugar de consolidar la hegemonía occidental, este acto de agresión ilegal ha expuesto las contradicciones terminales de un imperio en decadencia, desesperado por mantener el control unipolar mediante aventuras militares cada vez más agresivas.
El desenmascaramiento del «orden basado en reglas»
El uso de la diplomacia como arma para encubrir una agresión militar representa una brecha fundamental en la arquitectura de confianza del orden internacional. Al lanzar la agresión tras anunciar la sexta ronda de conversaciones entre Estados Unidos e Irán en Mascate —con plena coordinación previa entre Trump y Netanyahu—, Occidente transformó la interacción diplomática, que pasó de ser una herramienta para la resolución de conflictos a un engaño táctico para ataques preplanificados.
Como se argumenta en una declaración, «el momento y la escala de este ataque no hacen más que subrayar que se trató de una campaña orquestada y planificada desde hacía tiempo de agresión militar, maniobras diplomáticas, guerra de inteligencia, sabotaje y manipulación mediática, ejecutada con la plena complicidad y el apoyo material de Estados Unidos y sus vasallos».
Esta traición calculada, que refleja las invenciones sobre armas de destrucción masiva que permitieron la destrucción de Irak, ha destrozado irrevocablemente la credibilidad de las iniciativas diplomáticas occidentales. El uso estratégico de las negociaciones como cobertura operativa no sólo viola los principios básicos del compromiso de buena fe, sino que también establece un precedente según el cual cualquier futura apertura diplomática occidental debe ser vista como un potencial subterfugio militar, socavando fundamentalmente la posibilidad de un diálogo genuino entre Occidente y las naciones del Sur global.
Además, la naturaleza fraudulenta del «orden basado en normas» occidental quedó plenamente expuesta en el escenario diplomático posterior a los atentados. En un espectáculo de inversión orwelliana, las potencias europeas se apresuraron a culpar a la víctima y exonerar al agresor.
El Ministerio de Asuntos Exteriores francés condenó el «programa nuclear iraní en curso» y reafirmó el «derecho de Israel a defenderse», mientras que el ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido instó a «todas las partes, especialmente a Irán, a la moderación», omitiendo de forma llamativa cualquier crítica a los ataques ilegales de Israel.
La respuesta de Alemania resultó sumamente reveladora: el ministro de Asuntos Exteriores «condenó enérgicamente el ataque iraní contra territorio israelí» incluso antes de la represalia inicial de Irán, mientras que el canciller Friedrich Merz declaró posteriormente: «Este es un trabajo sucio que Israel está haciendo por todos nosotros… Solo puedo decir que siento el mayor respeto por el hecho de que el ejército israelí haya tenido el coraje de hacer esto».
Este giro diplomático —donde las víctimas se convierten en perpetradores— ejemplifica el concepto de Edward Said de la lógica orientalista en el discurso occidental: los musulmanes siempre deben aparecer como agresores irracionales, incluso cuando se defienden de ataques no provocados.
El débil llamado del Secretario General de las Naciones Unidas a «todas las partes para evitar la escalada» sin condenar la agresión y el ataque a las instalaciones nucleares de Irán es impactante, mostrando cómo las instituciones internacionales sirven como lo que Noam Chomsky llama «instrumentos de los poderosos», utilizando una falsa neutralidad para legitimar la violencia imperial.
Cabe destacar que en 1981, la Resolución 487 del Consejo de Seguridad de la ONU «condenó el ataque militar de Israel a la instalación nuclear iraquí como una clara violación de la Carta de las Naciones Unidas» y exigió a Israel «abstenerse de tales actos o amenazas de agresión en el futuro».
Este flagrante doble rasero cristalizó una ruptura permanente en la conciencia iraní. Las potencias occidentales, al defender instintivamente la agresión no provocada y condenar la respuesta defensiva de Irán, hicieron añicos toda ilusión sobre su compromiso con el derecho internacional.
Esta traición trascendió la decepción diplomática: expuso los valores occidentales como meras armas retóricas al servicio de los intereses imperialistas. La profundidad de este cambio se manifestó en la canción «Alaj» de Mohsen Chavoshi, estrenada el día de los bombardeos estadounidenses, cuya letra declaraba: «¡Pueblo! El remedio está en la patria. El mundo es pura palabrería; esta batalla es escudo contra escudo. ¡Almas libres del mundo, arreglen el asunto con los esclavistas!»
Proliferación nuclear: la profecía autocumplida del imperio
La instrumentalización de las evaluaciones técnicas del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) representa una clase magistral de manipulación imperial. El informe de junio del director del OIEA se convirtió en un arma estratégica para la agresión israelí y occidental. Un día después del exhaustivo informe políticamente motivado del OIEA, que acusaba a Irán de incumplir sus obligaciones, Estados Unidos e Israel lanzaron su ataque largamente planeado.
En este sentido, la verificación sesgada de Grossi se convirtió en el preludio de una traición militar, ya que Israel y Estados Unidos utilizaron los procesos del OIEA para justificar una agresión preplanificada, demostrando así cómo los organismos institucionales y técnicos de la ONU se hacen cómplices cuando el imperialismo liderado por Estados Unidos instrumentaliza sus «hallazgos».
En consecuencia, al permitir que sus informes desencadenen violencia en lugar de prevenirla, el OIEA demostró que sus evaluaciones sirven a intereses hegemónicos y no a la no proliferación, lo que socava su aparente neutralidad en el Sur global. Como advirtió el experto en proliferación nuclear Jeffrey Lewis, los ataques «conmocionarán al mundo», ya que las naciones concluirán que «sin disuasión nuclear, ninguna nación está a salvo de la agresión occidental».
Los ataques estadounidenses e israelíes contra las instalaciones nucleares iraníes, si bien logran ganancias tácticas a corto plazo, paradójicamente aceleran la misma proliferación que afirman prevenir mediante tres mecanismos de refuerzo.
En primer lugar, al atacar instalaciones pacíficas bajo la supervisión del OIEA, los ataques transforman un programa transparente y supervisado internacionalmente en uno opaco, ajeno al control occidental, a medida que Irán traslada sus operaciones a la clandestinidad y deja de cooperar con los inspectores, creando así el punto ciego de inteligencia que temían los atacantes.
Cuando un programa pacífico bajo supervisión internacional es atacado por los regímenes estadounidense e israelí sin consecuencias para los agresores, se crean poderosos incentivos para trasladar las instalaciones a la clandestinidad y dispersarlas, cesar o limitar la cooperación con los observadores internacionales y acelerar el desarrollo clandestino. Cabe destacar que el parlamento iraní ratificó de inmediato la suspensión de la cooperación con el OIEA, mientras otras naciones observaban y aprendían.
En segundo lugar, la agresión externa genera una unidad interna sin precedentes y una demanda popular de disuasión nuclear en Irán, transformando lo que antes era una política debatida en una cuestión de supervivencia nacional en todas las facciones políticas.
En tercer lugar, la acción militar contra una nación que cumple con los acuerdos internacionales destruye cualquier credibilidad diplomática restante, enviando un mensaje inequívoco de que el cumplimiento no garantiza la seguridad y hace de la máxima disuasión la única estrategia racional.
Esto crea un efecto cascada regional donde otras naciones, al observar que la adhesión al TNP y la cooperación con el OIEA no ofrecen protección contra ataques, concluyen que las armas nucleares sirven «no como una amenaza, sino como un escudo», duplicando potencialmente el número de estados con armas nucleares en décadas.
Por lo tanto, los ataques destinados a prevenir el desarrollo de armas nucleares de Irán podrían haber «garantizado prácticamente que Irán se convertirá en un estado con armas nucleares en cinco a diez años», según un exinspector del OIEA, transformando la prevención en aceleración mediante una profecía autocumplida de proliferación.
Normalizando la catástrofe: la insensibilidad moral de Occidente
La complicidad de la opinión pública occidental en la normalización de los ataques a instalaciones nucleares —actos explícitamente prohibidos por el derecho internacional— representa un fracaso moral catastrófico que inevitablemente tendrá un efecto contraproducente en los intereses occidentales.
Esta indiferencia ética, ya evidente en el silencio sobre el genocidio de Gaza, ha sentado precedentes que comprometen profundamente la seguridad nuclear global. Al legitimar los ataques contra infraestructura nuclear protegida, los Estados occidentales han creado un manual de estrategias que cualquier actor puede invocar, transformando sus propias instalaciones nucleares en objetivos legítimos bajo la lógica que ellos mismos han normalizado.
Las sofisticadas campañas de asesinatos con drones y cuadricópteros, celebradas en los medios occidentales como triunfos tecnológicos, han democratizado las capacidades de ataque de precisión de maneras que perjudican fundamentalmente a las potencias establecidas.
La proliferación de pequeños cuadricópteros FPV capaces de penetrar zonas urbanas e infraestructuras para operaciones terroristas —tácticas perfeccionadas mediante las operaciones del régimen sionista en las profundidades del territorio iraní— proporciona a los actores asimétricos modelos rentables para atacar los intereses occidentales.
Estos letales sistemas autónomos, aplaudidos al desplegarse contra científicos, funcionarios y civiles iraníes, serán inevitablemente replicados por grupos que planean ataques en territorio occidental. La tecnología es incontenible; una vez normalizados como guerra legítima, estos métodos se convierten en herramientas universalmente disponibles que favorecen a los actores más débiles frente a adversarios tecnológicamente superiores.
Este efecto bumerán se extiende más allá de las tácticas, abarcando vulnerabilidades fundamentales de seguridad. El apoyo occidental a ataques indiscriminados con cuadricópteros que matan a civiles junto a los objetivos previstos ha legitimado una forma de guerra donde se desvanece la distinción entre combatientes y no combatientes.
El precedente de atacar instalaciones nucleares —antiguamente considerado el tabú supremo— significa que la infraestructura nuclear occidental ahora opera bajo la amenaza constante de ataques similares, justificados por la misma lógica que defendían los Estados occidentales. La complicidad de los ciudadanos occidentales al respaldar estas violaciones del derecho internacional no solo ha erosionado la autoridad moral, sino que ha creado riesgos tangibles de seguridad que acecharán a sus sociedades durante generaciones.
Fabricación del consentimiento para la agresión
La campaña mediática sistemática siguió el modelo de propaganda que Herman y Chomsky documentaron décadas atrás. Los medios occidentales presentaron sistemáticamente los ataques israelíes no provocados como «defensivos» mientras Irán negociaba activamente; amplificaron las falsas afirmaciones sobre amenazas nucleares inminentes a pesar de las contradicciones del OIEA; minimizaron las bajas civiles iraníes (más de 600 muertos) mientras enfatizaban los objetivos militares israelíes; y transformaron la respuesta contenida de Irán en una «escalada».
Esta operación transparente, que recuerda a los engaños con armas de destrucción masiva en Irak, ha acelerado el colapso de la credibilidad de los medios occidentales en todo el Sur Global, impulsando al público hacia fuentes de información alternativas.
Para el público iraní, este bombardeo mediático desenmascaró definitivamente la pretendida neutralidad del periodismo occidental como un consentimiento fabricado al servicio de las narrativas imperialistas. La descarada distorsión de la realidad —presentando una agresión manifiesta como defensa propia mientras que las represalias legítimas se presentan como terrorismo— ha alterado la percepción de los iraníes sobre las fuentes de información occidentales. Esto representa más que escepticismo mediático; ha propiciado el surgimiento de una ruptura epistemológica donde la población rechaza no solo las conclusiones occidentales, sino los propios marcos a través de los cuales Occidente interpreta los acontecimientos globales.
El bumerán de la estrategia de cambio de régimen
Además de atacar las capacidades nucleares de Irán, Israel y Estados Unidos buscaron un cambio de régimen mediante asesinatos selectivos de comandantes militares y ataques sistemáticos contra infraestructura civil. Esta estrategia interpretó erróneamente tanto la resiliencia militar de la República Islámica como la respuesta de la sociedad iraní a la agresión externa.
La campaña de asesinatos pretendía neutralizar la capacidad de represalia del CGRI mediante el impacto y la decapitación. A pesar de haber aniquilado con éxito a numerosos altos mandos, los misiles iraníes impactaron Tel Aviv en menos de 24 horas con un impacto devastador, destrozando las expectativas israelíes y estadounidenses de una estructura de mando paralizada.
Israel atacó deliberadamente la infraestructura civil, en particular los estudios de televisión de IRIB, buscando sembrar el caos que desencadenara un levantamiento popular. Este terrorismo calculado mató a más de 600 civiles, pero produjo el efecto contrario: una unidad nacional sin precedentes que trascendió las divisiones políticas. La icónica imagen de una presentadora iraní continuando su transmisión mientras caían bombas se convirtió en un símbolo de desafío. Incluso los críticos del gobierno se movilizaron para defender la soberanía contra la agresión extranjera.
Como señaló un profesor de Teherán: «Nos unieron de una manera que nuestro gobierno nunca pudo». La difícil disyuntiva entre oponerse al gobierno y defender a la nación se disolvió ante el ataque externo. Finalmente, la oposición al cambio de régimen vio cómo sus esperanzas se desmoronaban cuando la República Islámica demostró una resiliencia inesperada y los iraníes se unieron a los defensores militares a pesar del sorpresivo ataque terrorista.
Suicidio político de la oposición
El apoyo de la oposición a los ataques militares extranjeros resultó finalmente políticamente fatal. Las figuras pro-cambio de régimen que respaldaron el ataque estadounidense-israelí, explícita o implícitamente, se encontraron completamente aisladas de la opinión pública iraní. Su alineamiento con las fuerzas que bombardeaban a civiles iraníes fue ampliamente considerado como traición.
Las figuras de la oposición que habían cultivado perfiles internacionales a través de los medios de comunicación y la financiación occidentales, premios Nobel y galardones culturales vieron cómo décadas de credibilidad se desvanecían de la noche a la mañana. Al pedir el derrocamiento del régimen mientras las bombas extranjeras caían sobre sus compatriotas, cometieron lo que los analistas denominaron «suicidio político», destruyendo permanentemente su viabilidad como alternativas políticas.
Irán transformado
Las bajas civiles y los daños a la infraestructura también intensificaron el sentimiento antiestadounidense y antiisraelí en la sociedad iraní, cobrando una renovada resonancia emocional como respuesta directa a la agresión militar. Este cambio emocional fortaleció a los elementos pro-resistencia dentro de Irán, a la vez que desacreditó a quienes habían abogado por un acercamiento diplomático con Occidente con la esperanza de normalizar las relaciones.
La estrategia de cambio de régimen logró así el efecto inverso de sus intenciones: en lugar de debilitar a la República Islámica de Irán, consolidó el apoyo interno en torno a la resistencia a la intervención extranjera, eliminó alternativas viables de oposición y proporcionó al gobierno una legitimidad renovada como defensor de la soberanía nacional contra la agresión extranjera.
A pesar de las pérdidas militares tácticas, Irán emergió políticamente fortalecido y con una mayor cohesión nacional. Los ataques contra una nación que participaba activamente en negociaciones generaron un amplio apoyo interno a la resistencia, fortaleciendo las fuerzas de defensa y la legitimidad del CGRI como defensor de la soberanía nacional. La advertencia del Líder Supremo Jamenei de que Irán «no se rendirá» ante la agresión extranjera resonó en la sociedad iraní, mientras que los ataques sistemáticos contra científicos nucleares y comandantes militares se percibieron como un ataque a la propia civilización iraní. La agresión reivindicó décadas de advertencias iraníes sobre las intenciones imperialistas occidentales.
La ilusión de la supremacía aérea
El logro de la superioridad aérea temporal por parte de Israel y Estados Unidos mediante ataques terroristas desde Irán no logró sus objetivos estratégicos. Como señalan los historiadores militares, convertir el éxito táctico en éxito estratégico exige más de lo que el poder aéreo puede ofrecer. A pesar de las más de 1.000 incursiones israelíes, el programa nuclear iraní solo sufrió una degradación temporal.
Las evaluaciones de inteligencia estadounidenses concluyeron que los ataques solo redujeron las capacidades en meses. Además, el aparato de inteligencia estadounidense no puede confirmar con certeza el éxito del bombardeo de Fordow ni si las reservas de uranio enriquecido se trasladaron antes del ataque.
Este resultado incierto valida la lección histórica que ninguna potencia imperial parece capaz de aprender: el poder aéreo por sí solo no puede lograr objetivos políticos. Desde Vietnam hasta Afganistán, la ilusión de que la superioridad tecnológica se traduce en control político ha demostrado ser falsa una y otra vez.
El mito de la impenetrable defensa aérea de Israel
La ofensiva de misiles sin precedentes de Irán durante la Operación Promesa Verdadera III asestó un golpe estratégico decisivo a la disuasión israelí al exponer vulnerabilidades críticas en su arquitectura de defensa aérea. Al lanzar más de 550 misiles balísticos junto con más de 1000 drones en oleadas coordinadas, Irán demostró su capacidad para realizar ataques de saturación que desbordaron los sistemas defensivos a pesar de sus altas tasas de interceptación.
La guerra entre Estados Unidos e Israel contra Irán expuso la insostenibilidad económica del dominio militar imperial. Israel gastó misiles interceptores a un ritmo superior a su capacidad de producción, lo que obligó a depender de municiones estadounidenses cada vez más caras.
La respuesta asimétrica de Irán, con drones y misiles relativamente baratos, demostró cómo la curva costo-beneficio se invierte cuando drones unidireccionales de 10.000 dólares amenazan misiles de 2 millones de dólares. La aritmética económica del declive imperial se manifestó crudamente en la dinámica de costos del conflicto.
Israel gastó misiles interceptores a un ritmo superior a su capacidad de producción; cada interceptor Arrow de 3 millones de dólares derrotó a un dron iraní de 10.000 dólares; lo que un analista denominó una «curva de costos invertida» que garantiza la bancarrota mediante la victoria. Esto refleja patrones históricos de imperios que se agotan a través de la sobreextensión militar, desde Roma hasta Gran Bretaña.
La ofensiva de misiles de Irán reveló tres realidades críticas: tácticas sofisticadas penetraron los sistemas Cúpula de Hierro y Flecha de Israel, demostrando que incluso los sistemas de defensa aérea más avanzados y costosos dejan infraestructura crítica expuesta a ataques residuales. Irán ha instrumentalizado la asimetría de costos, ya que sus drones y misiles económicos obligaron a Israel a gastar interceptores multimillonarios a un ritmo insostenible.
La disuasión se erosionó cuando Irán demostró que podía lanzar ataques de precisión desde su territorio directamente contra suelo israelí, desmintiendo el mito de la invulnerabilidad de Israel. La ofensiva de misiles de Irán desbarató el mito de la disuasión israelí al demostrar que tácticas sofisticadas podían penetrar incluso los sistemas de defensa aérea más avanzados. El impacto psicológico —demostrar la vulnerabilidad de Israel a un ataque directo desde territorio iraní— alteró fundamentalmente los cálculos de poder regional.
Catalizador de la multipolaridad
Si bien brindaron un apoyo militar directo limitado, la solidaridad diplomática entre China y Rusia indicó el recrudecimiento de las divisiones geopolíticas. La condena de China a las «violaciones de la soberanía de Irán» y la denuncia de Rusia de una «agresión absolutamente no provocada» marcaron la consolidación de estructuras de poder alternativas. Incluso los aliados tradicionales de Estados Unidos pidieron moderación, revelando grietas en la arquitectura imperial.
La guerra de agresión representa lo que los analistas críticos identifican como la «fase desesperada» del declive imperial, cuando las potencias dominantes recurren a aventuras militares cada vez más temerarias para mantener el control. La incapacidad de conseguir un amplio apoyo internacional, la oposición interna estadounidense y la necesidad imperiosa de negociaciones apresuradas para un alto el fuego revelaron los límites de la proyección de poder unipolar.
La agresión confirmó definitivamente que Occidente busca la destrucción de Irán, no su avenencia. Ningún compromiso diplomático ni moderación pudo proteger a Irán de la violencia imperial liderada por Estados Unidos. Esta brutal claridad acelera el giro de Irán hacia una integración integral con China, Rusia y Corea del Norte, forjando un bloque oriental unido contra la hegemonía estadounidense.
Más allá de los lazos económicos, Irán ahora se inclina por la coordinación militar integral con estas potencias como una necesidad existencial, no como una preferencia política. El viaje del ministro de Defensa a China, inmediatamente después del alto el fuego, para la reunión de ministros de Defensa de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), marcó este realineamiento estratégico. La guerra catalizó una marcada polarización global: el orden multipolar emerge no mediante una transición gradual, sino mediante el endurecimiento de los bandos opuestos, una potencia de fuego occidental dinámica que no puede revertirse.
Irán como vanguardia de la resistencia global
En lugar de aislar a Irán, los ataques reforzaron su credibilidad como principal fuerza de resistencia a la dominación occidental. El acto de agresión validó el argumento constante de Irán de que la conciliación con las potencias imperialistas sigue siendo imposible, fortaleciendo a las facciones antiimperialistas en toda la región.
Los ataques con misiles iraníes resonaron mucho más allá de los cálculos militares, generando el apoyo de pueblos de todo el mundo horrorizados por la complicidad occidental en el genocidio de Gaza. Para millones de personas que observaban cómo las instituciones internacionales no abordaban las atrocidades del régimen sionista, los misiles iraníes representaron la resistencia más poderosa a la agresión sionista en décadas.
Este momento rompió con décadas de caricatura orientalista que presentaba a Irán como un Estado «rebelde» y «reaccionario». En cambio, Irán emergió como la potencia más trascendental y con principios en Asia Occidental, encarnando las aspiraciones de quienes exigen justicia, dignidad y el fin genuino de la impunidad. El desafío de Irán redefinió las posibilidades regionales y expuso la bancarrota moral de los Estados cómplices del genocidio en curso.
La confrontación directa simultánea de Irán con Israel y Estados Unidos —previamente considerada suicida— demostró una confianza que resonó en todo el Sur Global. Como señaló un comentarista árabe: «Hicieron lo que nuestros gobiernos solo sueñan».
Implicaciones estratégicas para las fuerzas
La agresión de junio de 2025, al igual que anteriores aventuras imperialistas, ha acelerado, en lugar de detener, los procesos de decadencia imperial. Al optar por la confrontación militar en lugar del diálogo diplomático, Estados Unidos e Israel validaron los argumentos de que el imperialismo occidental solo respeta la fuerza. Los ataques han demostrado que la disuasión nuclear sigue siendo la garantía definitiva de la soberanía; la supremacía aérea no puede lograr la transformación política; el militarismo de alta tecnología tiene limitaciones inherentes; y la violencia imperial representa debilidad, no fuerza.
Para las fuerzas antiimperialistas a nivel mundial, la resistencia iraní ofrece lecciones tácticas e inspiración estratégica. El fracaso de una superioridad militar abrumadora para lograr objetivos políticos demuestra que la resistencia sostenida sigue siendo posible. Como observan los historiadores: «Todo imperio se cree eterno hasta el momento de su caída».
La agresión estadounidense-israelí contra Irán no marca la restauración de la autoridad imperial, sino su crisis terminal: un violento espasmo de decadencia imperial que ha fortalecido, en lugar de debilitar, la resistencia global a la dominación occidental. Desde esta perspectiva, la victoria táctica del imperio se convierte en el veredicto de la historia: un triunfo pírrico que acelera la misma transición multipolar que pretendía prevenir