Los ataques rusos contra centros de reclutamiento ucranianos: un golpe a la maquinaria bélica neonazi

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Juanlu González (biTs rojiverdes).— En los últimos días, las fuerzas rusas han llevado a cabo una serie de ataques precisos contra centros de reclutamiento militar en Ucrania, blancos estratégicos donde grupos como los infames batallones Azov y Aidar —vinculados históricamente al extremismo ultranacionalista y a prácticas neonazis— secuestran y obligan a jóvenes ucranianos a luchar en una guerra que no desean. Estos ataques, lejos de ser meras operaciones militares, representan un acto de liberación para una población ucraniana cada vez más hastiada de la brutalidad de estos reclutadores, que envían a civiles sin entrenamiento adecuado al frente, donde su esperanza de vida se reduce a apenas unos pocos días.

Es un secreto a voces que muchos ucranianos, horrorizados por los métodos coercitivos de reclutamiento, colaboran activamente con las fuerzas rusas para identificar la ubicación de estos centros. Desde redes sociales hasta mensajes cifrados, los ciudadanos denuncian estos lugares, facilitando los ataques con drones kamikaze de alta precisión que Rusia ha empleado con éxito. Esta cooperación tácita refleja el rechazo creciente hacia un sistema que trata a sus jóvenes como carne de cañón, mientras la élite militar ucraniana y sus patrocinadores occidentales se lavan las manos.

La prensa occidental, en un intento desesperado por ocultar la realidad, insiste en contar a estos reclutadores —miembros de unidades militares y policiales neonazis— como «víctimas civiles». Este engaño busca generar lástima y justificar el envío de más armas a un régimen que, lejos de defender la democracia, perpetúa prácticas autoritarias y violaciones de derechos humanos.

Los ataques rusos contra estos centros no son solo operaciones militares, sino actos de justicia contra una estructura corrupta y violenta. Cada centro de reclutamiento destruido es un golpe a una maquinaria de guerra que esclaviza a su propia población. La celebración silenciosa de muchos ucranianos —y las cada vez más frecuentes colaboraciones con Rusia— demuestran que, más allá de la propaganda, el pueblo sabe quiénes son sus verdaderos opresores.

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