José L. Quirante (Unidad y Lucha).—En enero de este año, tras la caída en Francia del gobierno Michel Barnier después de una inapelable moción de censura, decía yo en la sección Acontracorriente de UyL, que la situación política y económica, esta última pendiente de aplicar unos Presupuestos Generales que preveían despidos masivos y más de 50.000 millones en recortes, era extremadamente enrevesada e incierta en el país vecino. Concluyendo entonces con que dichos presupuestos eran un ataque frontal a la línea de flotación de las clases trabajadoras galas que, como las de otros países europeos, se hallaban sometidas ya a recortes sociales y a precariedad laboral. Asegurando finalmente por mi parte, que lo anunciado a principios de año era un affaire à suivre, es decir un asunto a seguir de cerca. Y así es. Con el actual primer ministro, François Bayrou, y después de siete meses gobernando Francia en beneficio de los intereses del gran capital, los anunciados Presupuestos Generales de entonces, paralizados tras la caída estrepitosa de Barnier, vuelven a la carga poniendo a la clase obrera gala frente a un duro plan de austeridad que el inquilino de Matignon (residencia oficial del primer ministro) presentó en rueda de prensa el pasado 15 de julio. Un plan “de ajuste presupuestario a cuatro años” (2026-2029) que, en un contexto internacional particularmente grave y con un gasto militar para 2027 de 64.000 millones de euros (el doble del de 2017, año inicial del primer mandato presidencial de Macron), prevé una reducción del gasto público de 44.000 millones de euros/año. En concreto, entre otras medidas, como la eliminación de días de fiesta (una de ellas, el 8 de mayo, de alto valor simbólico por ser el día de la victoria sobre la Alemania nazi y el fin de la Segunda Guerra Mundial) o el endurecimiento de las exigencias para tener derecho al pago por desempleo, el plan plantea congelar las pensiones, reducir el empleo público así como importantes recortes del gasto social y sanitario.
Un plan, por tanto, que carga sobre las espaldas de los creadores de riqueza, la grave crisis económica francesa generada por una deuda pública de más de 3,2 billones de euros, resultante principal del pago durante décadas por parte del Estado de enormes intereses a la banca privada. Es decir, se sacrifica a los más pobres y vulnerables, a los enfermos, a los jubilados, a los asalariados, a los funcionarios, etc., sin que al “esfuerzo solicitado” contribuyan las grandes empresas capitalistas ni las grandes fortunas de un país que se dice defensor insobornable de los derechos humanos. Al contrario, según un informe de una comisión senatorial, las ayudas públicas vertidas a las empresas privadas alcanzaron en 2023 los 211.000 millones de euros. Otra vez, la oligarquía francesa, a la que el gobierno derechista del presidente Macron representa fielmente, sale indemne de otro plan de austeridad a todas luces clasista.
Un otoño caliente
Con un panorama de tamañas características, en nada tranquilizador para la clase obrera y otras capas populares, todo indica que el otoño próximo será caliente en Francia. La CGT, que no ha esperado al pronunciamiento de otras organizaciones sindicales cuando redacto estas líneas, ya ha anunciado sus intenciones: “Lo que está al orden del día – afirma la secretaria general de la poderosa central obrera, Sophie Binet – es la movilización. Nosotros haremos todo lo necesario para que no entre en vigor esta inadmisible recesión social. Por ello llamamos al conjunto de los trabajadores y trabajadoras a sindicarse y organizarse en sus centros de trabajo para que a la vuelta de vacaciones podamos movilizarnos”.
Sin duda ninguna, desde ya, otros sindicatos comenzarán a activar también sus bases para que a la rentrée (regreso al trabajo tras las vacaciones) el peso de la clase trabajadora en su movilización contra este plan injusto, antidemocrático y clasista sea determinante. Es decir, vaya más allá de la batalla institucional prevista por una nueva moción de censura que en caso de `presentarse y ganarse, y debido a la actual composición de la Asamblea Nacional francesa (partidos irreconciliables y sin mayorías absolutas), sólo serviría para prolongar la inestabilidad política sin llegar a resolver el problema de fondo: la retirada del plan de austeridad anunciado.
Para conseguirla, y para evitar posibles componendas oportunistas de última hora, a la clase trabajadora gala no le queda otra opción que luchar decididamente. Incluso el presidente Macron lo ha dicho justificando el aumento del gasto militar: “Para ser libres en este mundo, tenemos que ser temidos”. Justo lo que los trabajadores/as, de aquí y de allí, necesitamos: si no queremos ser aplastados, los ricos y sus gobiernos deben temernos.