¿Por qué la Guerra Total contra el Mundo Emergente no es una nueva Guerra Mundial como las anteriores?

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LA IDIOSINCRASIA BÉLICA DEL CAPITALISMO : ENTRE LA EXPLOTACIÓN, LA DESPOSESIÓN Y EL SAQUEO. UN REPASO HISTÓRICO (V parte y última)

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Andrés Piqueras.— El Imperio Occidental como un Imperio del Caos ya sin tapujos, fuera de convenciones y tratados, fuera de apariencias morales y definitivamente fuera de la ley -según está demostrando aún más en Palestina-, implica que en su desesperación rompe las propias reglas de “convivencia” que bajo su mando diera al mundo. Su actual prédica de “un mundo basado en reglas” quiere decir que ellos han cambiado las reglas y ya sólo cuentan las que ordenen tener en cada momento, que además podrán ser cambiadas al instante siguiente (un presidente mortífero y a la vez histriónico como Trump sólo es entendible bajo estas premisas y en una coyuntura así). A partir de ahora todo vale con tal de abortar la consolidación de un nuevo mundo multipolar, o revertir la multipolaridad ya realmente existente.

“Es una guerra de supervivencia para Occidente, no solo en términos geopolíticos, sino también ideológicos. El globalismo occidental, ya sea económico, político o cultural, no puede tolerar modelos civilizatorios alternativos. Las élites posnacionales de Estados Unidos y Europa occidental están comprometidas con preservar su dominio. La diversidad de cosmovisiones, la autonomía civilizatoria y la soberanía nacional no se consideran opciones, sino amenazas.” La Tercera Guerra Mundial ya ha comenzado, pero no todos lo entienden

Con esto en consideración, una cosa debería quedar bien clara: la multipolaridad no es garantía de ningún mundo mejor, pero es condición imprescindible para lograrlo. De ahí la Guerra Total contra ella del Imperio Occidental.

Es esa misma agresión permanente la que hace que el conjunto de formaciones socio-estatales que han empezado a romper con su periferización en el Sistema Mundial capitalista, buscando unas nuevas relaciones interestatales en clave política y económica –incluido el intercambio-, tengan que ir abandonando los principios liberales de mercado bajo los que eran dominadas por aquellas potencias, y que en tal situación de guerra permanente no les sirve para defenderse ni por tanto para prosperar en ningún ámbito.

Esto conlleva probablemente en el corto plazo comenzar un giro hacia lo que se ha venido entendiendo como “capitalismo de Estado”, según ya Rusia se está viendo forzada a comprender a través del dolor de ser la potencia más agredida de la historia, aun siendo capitalista. Así también lo experimenta en sus carnes Irán y por parecidas razones otros miembros de las formaciones estatales más destacadas en este reequilibrio de fuerzas mundiales. Formaciones que pueden empezar a verse más o menos forzadas a emprender ese capitalismo de Estado para poder resistir la ofensiva del Imperio del Caos (en América, aunque en otro escalón de relevancia, Venezuela, Nicaragua y hasta cierto punto hasta hoy Bolivia, lo expresan abiertamente. Burkina Faso en África, también).

Y es que esta no es una guerra como las anteriores. Se parece más a ese tipo de guerra que absurdamente llamaron “Fría”, aunque vaya más allá de ella. Se trata de una guerra permanente, en todos los órdenes imaginables y algunos difícil de imaginar; pensada para desgaste de los rivales económicos convertidos en enemigos militares, posiblemente para desarrollarse a lo largo de décadas, y que no descarta la opción militar en su completitud. Así que no tiene un fin previsto y un final del tipo de las anteriores Guerras Mundiales.

“La guerra ya no se trata de ocupación, sino de desestabilización. La nueva estrategia se centra en sembrar el desorden interno: sabotaje económico, agitación social y desgaste psicológico. El plan de Occidente para Rusia no es la derrota en el campo de batalla, sino el colapso interno gradual (…) Se trata de una guerra total”. La Tercera Guerra Mundial ya ha comenzado, pero no todos lo entienden

El campo de batalla es todo el planeta: desde los territorios abiertos a los vagones de metro, una sala de concierto o una cabina de avión, ciudades y países enteros. Bolsas y monedas, alimentos y operaciones financieras (recordamos que las finanzasson también hoy otra forma de hacer la guerra, de destrozar sociedades y territorios, de adueñarse de la riqueza de las poblaciones); todo forma parte de la Guerra Total, que se está convirtiendo, además, en la forma preponderante de regulación social.

Es una guerra económica, financiera, mediática, cognitiva, médica, híbrida–de cuarta generación–con proxy-guerras, ciberguerra, espacial–satelital, militar de nuevo tipo, genómica, biológica… Combina el uso de la presión político-económica con terrorismo en sus diferentes expresiones (operaciones subversivas, actuaciones clandestinas y de falsa bandera, guerra por delegación…) o utilización de redes terroristas creadas ad hoc; la propaganda, la cibernética, la inteligencia artificial… Desestabilización sistemática, con poco armamento pero sofisticado, cuerpos paramilitares infiltrados entre la multitud, con gran capacidad operativa y de incitación de masas, así como de sabotaje o acciones directas; lanzamiento masivo de noticias falsas (sobre políticas gubernamentales, daños económicos o sociales, asesinatos…) que se expanden por la red a través de miles de cuentas de perfiles falsos creadas para multiplicar su efecto; la demonización permanente del líder o líderes a derribar y una cobertura mediática mundial que secunda esas desinformaciones y las acciones correspondientes.

Políticamente, a lo largo del capitalismo histórico, las guerras buscan la procura o el mantenimiento de las condiciones de dominio de unas u otras elites, el feroz reparto entre ellas de la plusvalía generada por la clase trabajadora (la cual se transforma en ganancia capitalista a través del mercado y también es recreada artificialmente en las finanzas para multiplicar ganancias en su mayoría ficticias).  Por eso cuando esa plusvalía se atasca la Guerra cobra mayor protagonismo.

La Guerra se imbrica, además, en el ciclo económico no sólo facilitando la venta de armamento, sino fundamentalmente porque provoca la destrucción en gran escala de capital fijo e  instalado, siendo por ello proclive a posibilitar un nuevo ciclo de acumulación. Es decir, deviene una forma extrema de desvalorización de capital que despeja el camino para una revalorización futura.

Pero el gasto en armamentos no tiene solo una función económica, sino también de producción de subjetividades sometidas. La Guerra exaltando la subordinación y el mando contribuye a crear una mentalidad conservadora. La militarización favorece a todas las fuerzas reaccionarias, determina un respeto ciego por la autoridad, se enseña y se impone una conducta de conformismo y de sumisión, y la opinión contraria se considera como un hecho antipatriótico o incluso una traición.

La militarización generalizada es la condición de existencia de los oligopolios del capital a interés (que desde principios del siglo XX han venido siendo llamados “financieros”), los cuales se apoyan en cada momento en la potencia líder del Sistema, hoy claro está, en la armada estadounidense, para intentar preservar su situación de dominio y de beneficios irreales e insostenibles productivamente.

En las actuales circunstancias de decadencia, el Sistema Mundial capitalista tiende más y más a funcionar directamente a través de la fuerza armada de EE.UU. (una violencia palmaria, exhibida sin tapujos, que tiende paradójicamente a invisibilizar la inherente a las relaciones sociales de producción capitalistas y a la dictadura de su tasa de ganancia).

Y es por esto que esa especial guerrase ha convertido en la forma en que la principal potencia tiende a implantar su particular visión de un «dominio total» («Full-spectrum dominance», como fue definido en el clave informe del Pentágono titulado Joint Vision 2020). Es su estrategia para devastar territorios, hacerlos ingobernables, y por tanto para imposibilitar la construcción de la multipolaridad.

El comienzo de una era post-occidental, ¿también post-capitalista?   La necesidad del internacionalismo hacia el socialismo

Sin embargo, los niveles de brutalidad, sadismo y destrucción de las condiciones de vida de las poblaciones en todo el planeta que está alcanzado la ofensiva del Imperio Occidental son tan enormes y a la vez tan impúdicos, que su legitimación como “mundo desarrollado”, “democrático” y defensor de derechos humanos, se resquebraja a ojos vista en todo el resto del orbe (en eso que ahora llaman “Sur Global”). La legitimación se le agota (incluso el “capital moral” acumulado por su Ente Sionista en razón del holocausto judío, ha sido ya dilapidado tras la monstruosa crueldad que exhibe cada día en Gaza) y con ello tendrá que utilizar cada vez un poder y una violencia más descarnados, explícitos, sin coartadas válidas. Ello, previsiblemente, no hará sino precipitar su decadencia, de la mano también de las probablemente crecientes reacciones populares mundiales.

Por eso mismo, el modo Guerra Total en el que ha entrado el sistema capitalista, precisa de un acelerado disciplinamiento y uniformización de sus propias sociedades (con un proceso de renazificación a medio plazo, acelerado o no en virtud del concreto desarrollo de la ofensiva), que conlleva, como es lógico, una guerra social contra la clase trabajadora en cada formación socio-estatal. De hecho, tal dinámica de Guerra Total ha llegado a tal punto que se ha convertido en la primera contradicción del presente: la imperialista. La cual afecta decisivamente al conjunto de las poblaciones del planeta y pone en riesgo la propia continuidad de la vida humana. Frente a ello, la bandera de la PAZ contra la militarización y los gastos de guerra ascendentes, es por tanto vital en las sociedades que forman parte del Imperio Occidental[1].

Eso quiere decir que el internacionalismo militante se erige en una necesidad perentoria de la especie. Un internacionalismo que, cae de su peso, implica combinar lo local y lo global. Es decir, llevar a cabo luchas de clase internas a cada formación social, vinculadas a la dimensión global del capitalismo y a la consiguiente lucha antiimperialista universal (si en el pasado las luchas por el socialismo -en Cuba, China, Corea, Venezuela, Laos, Vietnam, Mozambique, Nicaragua…[2]– estuvieron estrechamente ligadas a la lucha contra el imperialismo, por la soberanía, en el presente podemos decir que la lucha contra el imperialismo es susceptible de conllevar crecientemente la necesidad de encaminarse hacia el socialismo).

Por eso mismo, y además, esas luchas internas han de tener en cuenta, indefectiblemente, que en lo sucesivo será cada vez más y más difícil lograr cualquier avance social si no se contemplan como luchas anticapitalistas. Así que la vinculación anticapitalista-antiimperialista, que nunca dejó de ser un tándem necesario, indivisible, adquiere hoy aún más perentoriedad.

En ese camino, la prioridad de las izquierdas altersistémicas y especialmente de las comunistas, debe radicar, por eso, en la articulación en torno al fortalecimiento del Movimiento Antiimperialista Mundial, germinado en cada lugar, construido desde cada realidad concreta. Igualmente de terminante será, por tanto, levantar o vigorizar Partidos comunistas capaces de desafiar el marco dado de las cosas que impuso la unilateralidad del capital y trazar las claves de intervención concreta que contribuyan al objetivo estratégico de superación del capitalismo (esto es, llevar a cabo una imprescindible combinación de táctica y estrategia, que cuando fuera el caso hiciera de las luchas por mantener o conseguir nuevas conquistas sociales, la consecución de “reformas no reformistas” en el camino al socialismo –por encima de míseros tactismos electoralistas-). Partidos, en definitiva, que recuperen (reconstruyan) el sentido pleno, revolucionario, de la III Internacional; o/y que pudieran lanzar una V Internacional, capaz a su vez de ponerse al frente de ese cajón de sastre de la “multipolaridad”. Aquí, la decidida evolución (o no) de China hacia el socialismo y el internacionalismo tendrá casi todo que decir.

Con el (nuevo) proceso de desglobalización iniciado por el propio hegemón (aranceles, debilitamiento o eliminación de instituciones globales, proteccionismo que clausura el “mercado libre”….), con su creciente deslegitimación mundial, con la multipolaridad en vías de convertirse en multilateralismo planificado y actuando ya como sujeto coordinado (al estilo de un Bandung actualizado –por más que con distintas connotaciones-), el proceso de des-occidentalización ya está en marcha, y con él el Sistema Mundial que el Imperio Occidental construyó a lo largo de 500 años. ¿Comenzará a ser más probable de superar también el propio capitalismo con el deterioro socioeconómico de sus tradicionales formaciones centrales y la sistémicamente contraproducente agresión que llevan a cabo sobre las restantes?

En cualquier caso, en un capitalismo salvaje en descomposición y sin frenos morales, convenciones políticas ni compromisos de clase, ninguna lucha social es susceptible de tener éxito, ninguna conquista de clase es posible, sin claridad geoestratégica, sin precisar, analizar y combatir también en cada momento, en cada situación, al enemigo principal de clase a escala global. El internacionalismo es hoy también la mejor garantía de victorias de las luchas de clase en cada lugar.

NOTAS

[1] Consignas como “Gastos militares para servicios sociales” o “Armas no, pensiones sí”, “Menos gastos militares, más escuelas y hospitales”, o vincular la desmilitarización con la realización del derecho a la vivienda (“Guerra no, Vivienda sí”), pueden recoger y direccionar el malestar social hacia el objetivo concreto de la PAZ, creando al tiempo conciencia social en la defensa de las conquistas históricas, en el camino del cuestionamiento del propio capitalismo, que más y más hace la guerra y lleva a cabo la destrucción de las condiciones de vida (propias y ajenas). Es decir, que en esa lucha contra la militarización y la guerra, las poblaciones son más susceptibles de entender que la “renta imperialista” con la que se financiaban en parte sus conquistas históricas en forma de derechos sociales, va dejando de manar, para pasar a realizar un proceso invertido: ahora la dominación imperialista de unas potencias en decadencia se hace más y más a costa de aquellas conquistas, ergo del “bienestar” de las sociedades. Esto facilita hoy (a diferencia del pasado keynesiano) el que las luchas de las clases trabajadoras a un lado y otro de la división imperial del mundo, puedan coincidir también como luchas antiimperialistas.

[2] Luchas que buena parte del llamado “marxismo occidental” y sus correspondientes izquierdas integradas, tan a menudo denostaron (ver aquí Por qué el llamado “marxismo occidental” no es antiimperialista).

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