Juanlu González (biTs rojiverdes).— El anuncio del Premio Nobel de la Paz 2025 a María Corina Machado no es solo una decisión polémica: es una traición abierta al espíritu mismo del galardón. Desde su fundación en 1901, el Nobel de la Paz debía reconocer a quienes promovieran la fraternidad entre naciones, la reducción de ejércitos o armamentos, o la celebración de cumbres por la paz. Sin embargo, en manos del Comité Noruego, el premio se ha convertido en una herramienta de legitimación política para figuras alineadas con la agenda del poder hegemónico occidental. Y en esta ocasión, el premio no solo se aleja de la paz: la ataca de frente.
María Corina Machado no es una activista pacifista. Es una política abiertamente golpista, cuya trayectoria está marcada por intentos de derrocar al gobierno venezolano mediante vías no democráticas. En 2024, se reveló un documento en el que Machado solicitaba explícitamente al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu —actualmente acusado de crímenes de lesa humanidad— una intervención militar en Venezuela. No se trata de rumores ni de especulaciones: es un llamado directo a la violencia armada contra un Estado soberano, en nombre de intereses que poco tienen que ver con el bienestar del pueblo venezolano. ¿Convertir Caracas en Gaza es promover la Paz?
Peor aún: Machado ha sido una aliada declarada de los sectores más reaccionarios del espectro internacional. Ha entablado vínculos estrechos con figuras como Donald Trump, Jair Bolsonaro y Javier Milei, y ha prometido restablecer relaciones diplomáticas plenas con el gobierno de Netanyahu, incluso en medio del genocidio en Gaza. Su ideario no se basa en la justicia social ni en la defensa de los derechos humanos, sino en la subordinación de Venezuela a los designios del capital financiero y del complejo militar-industrial estadounidense. ¿Qué tiene eso que ver con la paz?
El premio a Machado no solo es inmerecido: es profundamente peligroso. En un contexto de creciente tensión en América Latina, donde Estados Unidos busca reforzar su control sobre los recursos estratégicos —especialmente el petróleo venezolano—, este Nobel funciona como una carta de legitimidad internacional para una futura intervención militar que ya se esta fraguando. Se perfila así un escenario siniestro: la imposición de una “presidenta de paja”, dispuesta a entregar la soberanía nacional a cambio de unas migajas para su círculo íntimo, mientras el pueblo venezolano sigue sufriendo las consecuencias del bloqueo y la guerra económica.
¿Y qué alternativas había? Muchas. Por ejemplo, la Flotilla Global Sumud, una iniciativa humanitaria no violenta compuesta por activistas de 57 países que intentan romper el bloqueo israelí contra Gaza y llevar alimentos, medicinas y esperanza a un pueblo masacrado . Su nombre, Sumud, significa “resistencia pacífica” en árabe. Han arriesgado sus vidas no para derrocar gobiernos, sino para salvarlas. ¿Acaso no merecen más un Nobel que quien pide bombardeos?
Otra candidata legítima era Francesca Albanese, relatora especial de la ONU sobre los derechos humanos en Palestina, quien ha denunciado sin miedo el genocidio en Gaza y ha sido sancionada por ello. Su labor representa el verdadero espíritu del Nobel: denunciar injusticias, proteger a los vulnerables y exigir rendición de cuentas a los poderosos. Pero el Comité Noruego, una vez más, ha preferido alinearse con el poder en lugar de con la verdad.
Este no es un caso aislado. La historia del Nobel de la Paz está plagada de decisiones que responden más a la geopolítica que a la ética. Desde Henry Kissinger —arquitecto del bombardeo de Camboya— hasta Barack Obama —premiado antes de gobernar, mientras mantenía guerras en Irak y Afganistán—, el galardón ha servido como lavado de imagen para figuras comprometidas con la violencia estructural del orden neoliberal .
Pero el premio a Machado marca un nuevo umbral de cinismo. No solo se premia a una opositora que rechaza los resultados electorales y conspira con fuerzas extranjeras, sino que se lo hace en un momento en que Venezuela avanza en procesos de diálogo interno y regional. Se ignora el esfuerzo por construir puentes y se premia la confrontación, las sanciones ilegales, la coerción, el autoritarismo disfrazado de democracia y la sumisión al imperialismo.
El Nobel de la Paz 2025 no celebra la paz: la entierra. Es un bofetón a todos aquellos que luchan por la autodeterminación de los pueblos, por la justicia global y por un mundo donde la diplomacia sustituya a las bombas. Mientras Machado dedica su premio “al pueblo sufriente de Venezuela” , ese mismo pueblo sabe que su sufrimiento se ha prolongado precisamente por las políticas que ella defiende: sanciones, aislamiento, intervencionismo y entrega de la riqueza nacional.
Este Nobel no es un reconocimiento. Es una advertencia. Y también una llamada a la movilización: porque si la paz ya no tiene casa en Oslo, debe construirse desde abajo, en las calles, en los barcos solidarios, en las voces que se niegan a callar ante la injusticia. Porque la verdadera paz no se decreta desde el poder: se conquista desde la resistencia.