Cómo el movimiento reaccionario usa las estadísticas para reforzar discursos de odio

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Guillem (Unidad y Lucha).— Las cifras tienen un prestigio especial porque parecen objetivas, indiscutibles y una verdad matemática incontestable. Por eso, cuando alguien afirma que “los datos lo confirman”, la reacción más habitual es asentir sin más. Sin embargo, las estadísticas, presentadas sin contexto, pueden resultar muy engañosas. En este sentido, la extrema derecha acostumbra a utilizar porcentajes espectaculares y frases cortas que suelen ir dirigidas a despertar sentimientos de miedo, odio o indignación en la audiencia. Este fenómeno, ya presente en la prensa escrita y adaptado a las redes sociales, hace que el coste de compartir un mensaje sea bajísimo, apenas un par de clics, y que las emociones que despierta dificulten detenerse a reflexionar si la información es cierta o no. Un ejemplo sencillo: cuando algunos titulares hablan de “un aumento del 50 % de la ocupación de viviendas” no están necesariamente mintiendo. Sin embargo, presentar cifras en bruto sin explicar la escala puede inducir a error, ya que cuando los números son muy pequeños cualquier cambio es porcentualmente muy grande. Por eso, si de dos casos se pasa a tres, efectivamente hay un aumento del 50 %, pero la magnitud real del problema es mínima. Sin contexto, la cifra impresiona mucho más de lo que significa en la práctica.

Algo parecido ocurre cuando hablamos de inseguridad. España ocupa el puesto 32 entre 163 países según Global Peace Index (2023), es decir, se encuentra dentro del 20 % más seguro del planeta. Por otro lado, la tasa de criminalidad total de 2022 fue de 48.8 infracciones penales por cada 1000 habitantes (Ministerio de Interior), muy por debajo de países como Reino Unido, Bélgica, Alemania o Dinamarca. Además, si descontamos los ciberdelitos, cuya expansión responde a fenómenos globales y no a un aumento de violencia callejera, la tasa de criminalidad convencional se sitúa en torno a 40/1000 habitantes, una de las cifras más bajas de toda la serie histórica. Sobre este punto, conviene recordar que la criminalidad alcanzó sus picos más altos en los años ochenta, en plena epidemia de heroína, cuando la delincuencia se disparó junto con graves problemas de salud pública. Por ello, es curioso que algunos sectores reaccionarios idealicen esa época, cuando la criminalidad era muy superior a la actual. Desde los años noventa la tendencia general ha sido descendente, aunque pueda haber repuntes puntuales en algunos delitos concretos.

De este modo, el éxito de la manipulación estadística radica en varias trampas recurrentes. Uno de los recursos más habituales es seleccionar periodos muy cortos y olvidar la serie histórica. Así, se puede afirmar que “la delincuencia ha subido” tomando como referencia solo el último año, aunque la evolución a veinte o treinta años muestre una clara reducción. También es frecuente confundir correlación con causalidad y presentar la inmigración como causa del delito simplemente porque coinciden en el tiempo incrementos de ambos fenómenos. Los estudios y las estadísticas oficiales demuestran que no existe esa relación directa y que, de hecho, los países con tasas de migración más altas del mundo son a su vez los que tienen tasas de criminalidad más bajas, y viceversa.

Finalmente, se abusa de lo anecdótico, haciendo que un caso concreto de ocupación conflictiva o un crimen violento reciban una cobertura mediática sensacionalista que amplifica la percepción de inseguridad, aunque representen una excepción.

Este mecanismo funciona porque conecta con un sesgo psicológico muy potente, el heurístico de disponibilidad. Las personas tendemos a sobreestimar la probabilidad de aquellos sucesos que recordamos con facilidad, normalmente porque han sido recientes, impactantes o muy difundidos. Ocurre con el transporte: mucha gente tiene más miedo a volar que a conducir, aunque el avión sea estadísticamente mucho más seguro. El motivo es que los accidentes aéreos, rarísimos, generan portadas que se recuerdan durante años, mientras que los miles de accidentes de tráfico apenas se perciben como noticia. En el caso de la delincuencia sucede lo mismo; unos pocos sucesos espectaculares repetidos hasta la saciedad en televisión o en redes sociales crean la impresión de que la inseguridad es generalizada, cuando los datos globales dicen otra cosa.

Sin embargo, defenderse de estas trampas no significa desconfiar de todas las cifras, sino aprender a interpretarlas. Algunas pautas básicas pueden marcar la diferencia. Conviene preguntarse siempre cuál es la base de un porcentaje, revisar la evolución a lo largo de varios años y no solo el último dato, comparar cifras absolutas y relativas, acudir a fuentes oficiales o independientes y recordar que lo que más aparece en los medios no necesariamente es lo más frecuente.

Los datos en bruto no dicen nada por sí mismos, solo cuando se ponen en contexto devuelven una imagen más matizada y mucho menos alarmista que la que transmiten los titulares. Por ello es importante que seamos capaces de detectar estas trampas. Por un lado, para desenmascarar los sectores reaccionarios que buscan criminalizar al proletariado migrante. Por otro, para reconocerlas en nuestro propio argumentario y evitar reproducirlas, construyendo así un discurso mucho más sólido y coherente. El colofón necesario de lo anterior es el combate activo de todas las expresiones del fascismo que inoculan su veneno en la sociedad, pues sin esa confrontación consciente y directa crecen al ser muy funcionales al sistema en crisis que los usará cuando precise. Hoy articular la lucha contra el fascismo es imprescindible.

1 COMENTARIO

  1. Yo no estoy contra el odio en genérico. Dicho lo cual tengo que decir que subliminalmente pareciera defenderse al gobierno «más progresista» de la histeria, que no de la Historia, habida cuenta de que les deja claramente a la «izquierda» de la «ultraderecha», cuando en realidad la principal rata de la cloaca «española», y desde el Congreso de Suresnes (11-13 de octubre de 1.974) es precisamente el «PSOE».

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