
Anaisis Hidalgo Rodríguez (Granma).— Aquella noche tempestuosa en que el Huracán Melissa azotó los Cayos de Cauto del Paso, metía miedo. El viento rugía como fiera enjaulada, desatando su furia contra todo a su paso, arrastrando las aguas como serpientes enfurecidas, dispuestas a devorar la tierra. Los árboles, antaño firmes guardianes del paisaje, caían como soldados derrotados en una batalla sin cuartel. Sus ramas quebradas y desgarradas aullaban en el viento, mientras la naturaleza se confabulaba para pintar un caos abrumador.
Como medida preventiva, las organizaciones y el Consejo de Defensa procedieron a la evacuación de los residentes. La ubicación del poblado –a unos cuatro kilómetros aguas abajo de la presa Cauto del Paso y a aproximadamente dos del cauce del río Cauto– representaba un riesgo inminente.
Entre los evacuados se encontraban Tania Oliva Leyva y sus tres hijos, de 18, 17 y 15 años. Su esposo, Elieser Lago Cabrales, permaneció en el lugar formando parte de la retaguardia.
EL ANTES Y EL DESPUÉS DE MELISSA
«Aquí el ciclón no destruyó ninguna vivienda», asegura Elieser Lago Cabrales, quien ha vivido en este poblado sus 40 años de vida. Sin embargo, lo que se desencadenó después con el agua fue el colapso total.
«Todo transcurría con normalidad hasta que, a las 2:00 de la madrugada, vimos que el agua desbordaba la cañada y el camino quedaba sepultado. Llegamos a hacer marcas para medir el nivel que alcanzaba la inundación. El agua nos llegaba primero a los tobillos, luego a las rodillas, después al pecho… y así siguió hasta cubrir por completo muchas casas.
«Unos 50 hombres del barrio nos habíamos quedado para proteger nuestras pertenencias –usted sabe que siempre aparece algún oportunista–, pero al ver aquella situación y la rapidez con que crecía la corriente, no nos quedó más remedio que refugiarnos en la azotea de la bodega.
«Pasamos un día y una noche a la intemperie. De vez en cuando bajábamos a las casas a buscar agua, cocinar alguna vianda, freír algo rápido o preparar un refresco. Sobrevivíamos como podíamos».
LO SALVADO, LO PERDIDO
«Tuve la oportunidad de subir las camas y amarrarlas bien a la casa. Es posible que se hayan salvado, aunque me han dicho que después el agua subió por encima de las ventanas. De ser así, seguro se humedecieron. En cualquier caso, deben de seguir dentro de la casa, ya que el agua allí no tiene fuerza; es solo una marea muerta».
¿Y los animales?
«Encontraron la yegua muerta frente a la bodega. En cuanto a la puerca recién parida, no tengo idea de dónde se metió. Me han dicho que regresó a casa con sus crías. Ojalá sea cierto eso de que los animales de corral siempre retornan. Al menos, siempre me quedaron los tres equinos.
¿Tienes cultivos?
«No, no tengo. Soy trabajador de la presa Cauto del Paso… pero no pude evitar llorar al ver tantos animales ahogándose: las gallinas, los cerdos… Era un verdadero crimen. Fue devastador. Sentía como si estuviera perdiendo a mis hijos. Los animales se me estaban muriendo y no podía hacer nada. ¡Dios santo, qué horror!».

VOCES POR LA VIDA
«Cuando comprendimos lo peligroso que se había vuelto el lugar, hicimos varios intentos por contactar a nuestras familias para que informaran a las autoridades sobre la inundación del poblado de Los Cayos. Usábamos los pocos teléfonos que tenían cobertura para llamar a nuestras esposas, con el fin de que alertaran a las autoridades sobre la situación y vinieran a rescatarnos.
«Llegó un momento en que la comunicación se interrumpió por completo y uno de los vecinos, en un intento desesperado, trepó a las ramas más altas de los árboles buscando señal para poder informar.
«Más tarde supimos que, por su parte, nuestras mujeres movieron cielo y tierra y activaron todos los mecanismos del Gobierno para ponerlos al tanto de la emergencia. Incluso circularon una publicación desesperada en Facebook que decía: «Por favor, se los ruego, compartan. El padre de mi hijo me llamó desesperado desde Cauto del Paso. Están sobre la bodega de ese poblado y su teléfono tiene solo el 13% de batería…»
Gracias a estas acciones se logró una respuesta efectiva, y los helicópteros finalmente llegaron para realizar el rescate.
EL RESCATE
«Esa primera noche no pudieron ir, porque había más personas que rescatar».
La ansiedad aumentaba cada vez que avistaban una aeronave a lo lejos: se acercaba y, luego, se iba sin rescatarlos. «Por momentos veíamos desde lo alto cómo se acercaban los helicópteros, y en mi interior pensaba: “Ahora sí vienen por nosotros”. Pero, de repente, la aeronave se alejaba, y la angustia se hacía más intensa», recuerda Elieser.
Su esposa, Tania, confiesa que nunca antes había vivido una situación así: «Tenía la sensación de que lo íbamos a perder a él, y con él, a la familia. El agua seguía subiendo sin piedad. No había manera de escapar. ¿Por dónde iban a salir? Todo estaba completamente rodeado. Uno pensaba en eso y quería enloquecer, solo de imaginarlo. Llevamos 21 años de casados».
Leandro Céspedes Noguera, coordinador político del consejo popular Jesús Menéndez, mantenía el enlace entre las esposas, los pobladores de Los Cayos concentrados en la azotea de la bodega y el Consejo de Defensa.
«Reiteradas veces pasábamos lista a los cincuenta lugareños. Curiosamente, las tres mujeres resultaron ser más fuertes que los hombres: mantenían la calma y repetían: “Tranquilos, no va a pasar nada”. Sus esposos, desconcertados, les preguntaban: “¿Cómo pueden decir eso? ¿Acaso no ven el agua que nos rodea?”».
Después, Elieser recibió una llamada aún más esperanzadora: «¿En qué posición están?», «Pero ¿dónde es eso?». Él explicó: «Estamos aguas abajo, cerca de la presa Cauto del Paso, a unos cuatro kilómetros».
Al parecer, el piloto logró dar con la ubicación, porque en menos de veinte minutos la nave llegó hasta ellos, girando en el aire hasta localizarlos. «En ese instante, no pude contener las lágrimas. Ahí comenzó nuestra salvación».
Poco a poco fueron evacuando a los pobladores en una operación que requirió varios viajes. En uno de ellos, un teniente coronel les dijo a los que aún esperaban: «Yo vengo por ustedes». Esas palabras infundieron nuevo aliento en Elieser.
Era una escena admirable. Los rescatistas cargaban sobre sus hombros y espaldas a los más desvalidos, convirtiéndose en un baluarte de esperanza. La situación tenía la intensidad de una película, pero con la crudeza de quien la vive en primera persona; lamentablemente, esa era la pura y desgarradora realidad.
«Nunca imaginé que estaría narrando esta historia. La verdad es que todavía me cuesta procesar lo que viví en ese momento. Es un dolor que no se apacigua», comenta Elieser mientras sostiene fuertemente la mano de su esposa.
EL REENCUENTRO
El encuentro en el centro de evacuación de Bayamo, luego de que Elieser gestionara su traslado desde Río Cauto, fue conmovedor. Después de hacer frente a la furia de la naturaleza, a una noche interminable y ver llegar la esperanza en forma de helicóptero, la familia por fin estaba a salvo, completa.
Abrazados, Elieser, Tania y sus hijos sellaron en silencio una promesa de no separarse nunca más. Las lágrimas que rodaban por sus rostros ya no eran de angustia, sino de alivio; no por lo perdido, sino por lo recuperado.
En ese instante, entre el bullicio del albergue, comprendieron que la verdadera catástrofe no había sido la inundación de su hogar, sino la posibilidad de perder a quienes lo habitan. La casa, las camas, los animales… todo era reemplazable. El milagro irrecuperable, el que el helicóptero vino a salvar, ya estaba en sus brazos.

