
Gabi (Unidad y Lucha).— No es noticia que los países nucleados en torno a la OTAN estén sufriendo una crisis sistémica profunda fruto del agotamiento del modelo de producción capitalista. Esta crisis podría ya denominarse como una crisis general porque no solo es imposible realizar un nuevo ciclo de reproducción ampliada del capital, sino que la población general está sumida en una crisis existencial, moral y psicológica. Es una crisis que afecta a la humanidad en todos los aspectos y agudiza las condiciones para que la clase obrera se organice para luchar por sus intereses hacia el socialismo.
La clase obrera organizada es el mayor miedo de la burguesía, que prefiere la autodestrucción de la humanidad antes que admitir la superioridad de la producción planificada mediante el control obrero de sus medios. De ahí la necesidad de tener siempre latente una alternativa fascista. La intelectualidad burguesa intenta convencernos de que el fascismo fue un fenómeno puntual del siglo XX no vinculado a la extrema derecha actual. Sin embargo, nosotros y nosotras debemos hacer un análisis materialista y acudir a la definición que nos legó la Internacional Comunista: el fascismo es «la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero».
Esta falsa intelectualidad que niega la capacidad de adaptación del fascismo a los nuevos tiempos es operativa para esta dictadura del capital financiero, que se nutre cada vez más de una juventud proletaria empobrecida, incapaz de adquirir una vivienda, chantajeada por la temporalidad y la movilidad laboral, y aturdida por las redes sociales y sus falsos gurús. A la juventud se le ha prometido que, a base de esfuerzo, es posible tener una vida cómoda bajo el llamado «estado del bienestar», creando una generación de trabajadoras y trabajadores que aspiran a la falsa «clase media». Sin embargo, la realidad es tozuda, y ahora la juventud necesita respuestas fáciles.
Ahí reside la popularidad de un modelo de personalidad de las redes sociales que podríamos calificar de «criptobros». Estos influencers, generalmente hombres, promueven un culto al cuerpo y a las finanzas, conectando ambos aspectos a través de valores abstractos como la perseverancia o la superación personal. Un ejemplo claro de esta tendencia es Amadeo Lladós, fundador de una secta piramidal de inversiones en criptomonedas y un programa de fitness en línea. Otro youtuber, JPelirrojo, grabó un vídeo haciendo pesas en el hospital mientras acompañaba a su esposa, que acababa de dar a luz. Estos personajes quieren que nos acomplejemos de nuestro cuerpo y nuestra economía para que nos culpemos a nosotros mismos del fracaso del sistema con el que se enriquecen.
Paralelamente, ha surgido entre las mujeres jóvenes el fenómeno tradwife, o «esposa tradicional», un viejo modelo de feminidad que bebe en los estereotipos estadounidenses de los años 50. Hablamos de una mujer que no percibe un salario y que se entrega fielmente a las labores domésticas. Una mujer que cocina sumisa, maquillada y bien vestida para su hombre. Encontrar un ejemplo de este fenómeno no es difícil: la influencer RoRo lleva años encendiendo las redes con su poco disimulado reaccionarismo.
Pecaríamos de ingenuos si pensáramos que estos modelos son residuales. El influencer Ibai Llanos dio cabida a muchos de ellos en su última Velada del Año, que tuvo nada menos que 9 millones de espectadores a través de Twitch, plataforma propiedad de Jeff Bezos, del fondo de inversión Vanguard y de BlackRock, que también tiene participaciones en Meta (propiedad del sionista Mark Zuckerberg). Si además tenemos en cuenta que X (antes conocida como Twitter) es propiedad del afrikaner Elon Musk, ya nos podemos hacer una idea muy precisa de por dónde se infiltra el fascismo en nuestra juventud.

