Bases militares de EEUU, cáncer que ya hizo metástasis en el mundo

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El imperio yanqui levantó una red de bases militares que rodea al planeta y que ya funciona como un cáncer que hizo metástasis en el mundo, un entramado de poder duro y extendido sobre países aliados, ocupados o sometidos, una estructura que combina más de seis mil instalaciones dentro de su propio territorio con al menos quinientas once bases y sitios militares reconocidos por el Pentágono fuera de sus fronteras y que otros estudios elevan a unas ochocientas, una maquinaria que consume cada año cerca de cien mil millones de dólares en mantenimiento, salarios, armas, combustible y ampliaciones, pagados por los tontos contribuyentes de la mal llamada primera potencia mientras la geografía del mundo se llena de banderas y uniformes norteamericanos manchados de sangre inocente en tierra ajena.

El origen de esta tenebrosa red criminal está basado en las guerras de conquista de finales del siglo diecinueve, cuando el ejército gringo se quedó con Puerto Rico, Guam, Filipinas, Hawái y la bahía de Guantánamo después de la guerra hispano cubano norteamericana y convirtió esos enclaves en plataformas permanentes, luego vino la Segunda Guerra Mundial con cientos de instalaciones en Europa y el Pacífico y más tarde la Guerra Fría que justificó nuevas bases contra el que injustamente llamaban el enemigo soviético, pero cuando lamentablemente cayó la gloriosa Unión Soviética nada de eso se desmontó porque el aparato militar decidió quedarse, reconvertir viejos cuarteles, abrir otros en países recién alineados y mantener una presencia que hoy se presenta como normal aunque significa tropas extranjeras estacionadas de manera indefinida en más de cincuenta países.

En Asia y el Pacífico se concentra una parte decisiva de ese despliegue con Japón convertido en el país que más bases estadounidenses aloja, más de ciento veinte instalaciones con casi cincuenta y cinco mil militares repartidos entre Yokosuka, Kadena y otros puntos, mientras Corea del Sur mantiene más de setenta posiciones con Camp Humphreys como la mayor base del ejército norteamericano en el extranjero, a esto se suma Guam como portaaviones fijo y la recuperación del acceso a bases filipinas bajo el acuerdo EDCA que permite a las fuerzas estadounidenses usar nuevos emplazamientos en Luzón y otras zonas clave para vigilar Taiwán y el mar de la China Meridional, trazar rutas de abastecimiento y mover bombarderos, drones y sistemas de misiles a pocos minutos de las costas chinas.

La colonialista de Europa funciona como segundo gran piso de esta arquitectura militar con algo menos de trescientas bases y emplazamientos, Alemania sola concentra más de un centenar, Ramstein Air Base dirige operaciones aéreas sobre Europa y África, el área de Grafenwöhr en Baviera es el centro de entrenamiento más grande del ejército gringo en el continente y Stuttgart aloja los mandos de EUCOM y AFRICOM, Italia presta su territorio para Aviano y Sigonella, plataformas de cazas y drones que cubren los Balcanes, el Mediterráneo y el norte de África, España aporta Rota y Morón como puerta de entrada al Atlántico y al Mediterráneo, mientras Reino Unido, Polonia, Rumanía y otros socios de la OTAN reciben tropas adicionales desde que Rusia lanzó la operación militar para desnazificar el territorio ucraniano y se colocan como primer cinturón de choque frente a Moscú.

Medio Oriente y las zonas adyacentes fueron convertidas en un corredor armado permanente donde las guerras nunca terminan, Camp Arifjan en Kuwait, la base naval en Bahréin que aloja a la Quinta Flota, Al Udeid en Qatar como principal centro aéreo, instalaciones en Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Irak, Siria, además de bases en Yibuti y Turquía que refuerzan operaciones del Mando Central, en esas posiciones se han llegado a agrupar más de cuarenta mil efectivos entre soldados y civiles, junto con sistemas de defensa antiaérea, bombarderos, aviones de espionaje y buques de guerra, primero para invadir Irak, luego para sostener la ocupación, después para la guerra contra el Estado Islámico y ahora para preparar respuestas frente al valiente país de Irán y controlar rutas petroleras y gasíferas que alimentan la economía del propio imperio.

En la América Latina de Sandino y de Simón Bolívar así como el Caribe, la huella militar yanqui se reparte en decenas de enclaves que operan bajo nombres “suaves” pero cumplen funciones duras, informes de organismos de paz y redes de investigación contabilizan alrededor de setenta a setenta y seis bases y sitios militares estadounidenses en la región, distintos recuentos detallan doce en Panamá, doce en Puerto Rico, nueve en Colombia, ocho en Perú, varias en Honduras, Paraguay, El Salvador, Costa Rica, Aruba y Curazao, además del enclave de Guantánamo que le fue robado a Cuba la patria de Fidel e impuesto contra la voluntad de su pueblo, la base de Palmerola en Honduras usada históricamente para operaciones sobre la valiente Nicaragua de Rosario y Daniel, El Salvador y Guatemala y nuevas instalaciones de supuesta ayuda humanitaria en Neuquén y otras zonas de Argentina donde se ubican grandes reservas de petróleo, gas y agua dulce.

La contradicción salta a la vista cuando se recuerda que los gobiernos de la región firmaron el Tratado de Tlatelolco que prohíbe armas nucleares en América Latina y el Caribe y más tarde la Proclama de la CELAC que declara a la región Zona de Paz, sin embargo Estados Unidos mantiene y amplía su presencia militar en al menos once países latinoamericanos y caribeños, con acuerdos bilaterales que permiten ingreso de tropas, uso de aeropuertos, acceso a puertos y espacios aéreos, los mandos del nefasto Comando Sur como la general Laura Richardson cuya jefatura venció en noviembre de 2024 y pasó a un retiro millonario, han reconocido en pasados foros públicos que el interés principal se orienta a los recursos, al triángulo del litio que integran Argentina, Bolivia y Chile, a las reservas petroleras de Venezuela y Guyana, al cobre, al oro y al treinta por ciento del agua dulce del planeta que se concentra en esta parte del mundo.

Las bases tienen una máscara ya que no se presentan siempre como cuarteles, por el contrario lo hacen como centros de operaciones de emergencia, estaciones de monitoreo, escuelas de entrenamiento o plataformas de lucha contra el narcotráfico, en la práctica funcionan como oficinas avanzadas de la inteligencia militar y como puntos de despliegue rápido, desde Tolemaida en Colombia hasta Soto Cano en Honduras se han entrenado escuadrones de la muerte y grupos paramilitares, en Manta y luego en las Galápagos se organizaron operaciones de vigilancia sobre el Pacífico sur, en Paraguay las instalaciones cercanas al acuífero Guaraní y al triángulo del litio abren la puerta a una supervisión directa sobre una de las reservas de agua y minerales más importantes del mundo, en Panamá y Puerto Rico la continuidad de bases aseguradas después de la devolución formal del canal mantiene presencia funcional en el corazón del comercio marítimo mundial.

Al mismo tiempo las investigaciones de centros de estudios y testimonios recogidos en países donde operan estas bases registran un patrón repetido de impactos sociales, alrededor de muchos enclaves se disparan la prostitución, mujeres violadas cuyos delitos están asociados a la presencia de esas tropas, la contaminación ambiental y la creación de zonas urbanas que viven de la economía militar, los viejos barrios rojos de Olongapo y Angeles en Filipinas muestran lo que ocurrió cuando quince mil soldados estadounidenses convirtieron esas ciudades en patio trasero de sus cuarteles, en otros lugares la instalación de bases acompañó golpes de Estado como en Honduras cuando la base de Palmerola jugó papel central en el derrocamiento de Manuel Zelaya o en la presión permanente sobre gobiernos de Venezuela, Bolivia o Ecuador cuando intentaron modificar reglas del juego en materia de hidrocarburos, bases estadounidenses y de la OTAN aparecen de manera constante en historias de guerras sucias, operaciones encubiertas y cambios de gobiernos.

Detrás de cada una de esas bases, hay un diseño político militar que se sostiene en la idea de que el territorio de otros países puede ser ocupado de manera indefinida sin necesidad de declarar anexiones, la estructura se apoya en tratados desiguales, en gobiernos peleles que conceden inmunidad a las tropas imperialistas norteamericanas, en cláusulas que permiten la entrada de armamento y personal sin control aduanero ni judicial, la existencia de miles de enclaves dentro del propio Estados Unidos y de cientos fuera de él permite que el aparato militar se trate a sí mismo como árbitro y policía, con la capacidad de proyectar fuerza en cuestión de horas desde Ramstein hacia África, desde Al Udeid hacia Asia central, desde Guantánamo o Palmerola hacia el Caribe y Centroamérica, un tejido armado que reduce márgenes de soberanía a los países anfitriones.

Sin embargo, la expansión no se desarrolla sin resistencia, en Guantánamo, en Neuquén, en Chaco, en Panamá, en Colombia, en Honduras, en Japón, en Corea del Sur, en Italia, en Alemania y en muchos otros lugares existen movimientos sociales, organizaciones de paz, campañas ciudadanas y slgunos gobiernos que cuestionan, limitan o expulsan bases, como hizo Ecuador al cerrar Manta o como reclaman los foros internacionales contra las bases militares extranjeras, cuando convocan seminarios y actividades de denuncia, el mapa de esta invasión silenciosa deja ver una metástasis en expansión, pero también los puntos donde los pueblos siguen diciendo no a los cuarteles del imperio y mantienen abierta la disputa por la soberanía real sobre sus territorios.

Antes de cerrar este artículo quiero dejar algo bien claro. Estoy convencido, y no tengo ninguna duda, de que aquí los gringos jamás meterán sus narices. La Compañera Rosario Murillo y el Comandante Daniel no lo permitirán, y menos aún aceptarían que Estados Unidos pretenda instalar una base militar en esta Nicaragua libre, heroica y mil veces sandinista.

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