
El 3 de noviembre Dick Cheney murió a los ochenta y cuatro años. Cuando reflexionamos sobre su legado, estamos obligados a reconocer los millones de vidas que acortó, como las de las mujeres y los niños irakíes que fueron atados y asesinados en 2005. Son parte del legado, que incluye toda una vida de defensa de los peores crímenes del estado de seguridad nacional de Estados Unidos.
El 15 de marzo de 2006 Estados Unidos llevaba casi tres años en su segunda Guerra de Irak. Después de más de una década de sanciones brutales y bombardeos continuos, en la primavera de 2003, Estados Unidos inició una invasión a gran escala de un país de Oriente Medio rico en petróleo. La invasión fue una violación flagrante del derecho internacional. Después de derrocar al gobierno baasista de Irak, un ex aliado de Washington, Estados Unidos y sus compinches, de nuevo, comenzó una prolongada ocupación militar. El asunto neocolonial fue particularmente brutal. Tal es la naturaleza de tratar de imponer su presencia por la fuerza militar a un pueblo que no lo desea y está dispuesto a usar la fuerza para oponerse a ella.
El 15 de marzo los soldados se acercaron a la casa de Faiz Harrat Al Majmai, un campesino irakí. Supuestamente estaban buscando a un individuo responsable de la muerte de dos soldados estadounidenses y un facilitador del reclutamiento de Al Qaeda en Irak. En la versión contada por las tropas estadounidenses, alguien de la casa disparó contra los soldados que se acercaban, lo que provocó una choque de veinticinco minutos. Finalmente, los soldados entraron en la casa, matando a todos los residentes.
Esto incluyó no solo a Al Majmai, sino a su esposa; sus tres hijos, Hawraa, Aisha y Husam, que tenían entre cinco meses y cinco años; su madre de setenta y cuatro años, Turkiya Majid Ali; y dos sobrinas, Asmaa Yousif Maaruf y Usama Yousif Maaruf, que tenían cinco y tres años. Una autopsia realizada al difunto “reveló que todos los cadáveres fueron disparados en la cabeza y esposados”. Después de masacrar a la familia, los soldados estadounidenses convocaron un ataque aéreo, destruyendo la casa. La supuesta razón para el bombardeo fue para encubrir la evidencia de las ejecuciones extrajudiciales.
Las diez vidas tomadas ese día, incluidos los niños esposados y tiroteados a quemarropa en la cabeza, son parte de los 4,5-4,7 millones de personas que perdieron la vida en las zonas de guerra posteriores al 11 de septiembre. Esto incluye no solo Irak, sino también Afganistán, Siria, Yemen y Pakistán. Es imposible resumir la “guerra contra el terrorismo” y su colosal número de víctimas humanos a una persona. Pero cuando se trata de sus arquitectos, un nombre sobresale por encima del resto: Dick Cheney.
Una vida al servicio de la seguridad nacional
La mayoría de los relatos de la política de Cheney se centran en su creencia en los poderes expansivos del poder ejecutivo, con un papel reducido para el Congreso. Si bien eso es cierto, la fidelidad final de Cheney fue a la burocracia de la seguridad nacional que había hecho metástasis dentro del poder ejecutivo. Las intervenciones de Cheney fueron en nombre del poder ejecutivo para lanzar guerras en el extranjero y llevar a cabo la vigilancia dentro del país.
Al principio de su carrera, Cheney fue testigo de los intentos de contención. Las revelaciones de que Richard Nixon había establecido una unidad secreta de espionaje llamada “fontaneros de la Casa Blanca” para, primero, perseguir al denunciante Daniel Ellsberg y luego irrumpir en las oficinas del Comité Nacional Demócrata en el Hotel Watergate, obligaron a Nixon a dimitir. Supuso un revés temporal para el estado de la seguridad.
El programa de espionaje personal de Nixon estaba compuesto por veteranos del estado de la seguridad nacional e imitaba sus tácticas. El escándalo de Watergate estalló junto con los de la vigilancia del FBI y la CIA de los movimientos contra la guerra y los derechos civiles. Millones de estadounidenses participaron en ambos movimientos, solo para descubrir que su gobierno consideraba su conducta digna de husmear. Esto disminuyó enormemente la confianza en el leviatán de la seguridad nacional.
La represión de la Guerra Fría había puesto la política de seguridad nacional de Estados Unidos más allá del ámbito de la crítica y la desilusión generalizada con la Guerra de Vietnam asesina, inmoral y desastrosa significaba que su futuro estaba en cuestión. Mientras el estado de seguridad nacional vivía, las consecuencias de Watergate y Vietnam colocaron su poder en su nive más bajo, al menos temporalmente.
Cheney trató de combatir estas restricciones. Como jefe de personal de la Casa Blanca para el presidente Gerald Ford, Cheney hizo cambios escritos a mano en un informe sobre las actividades de la CIA. El editor de Cheney cambió la descripción de la vigilancia nacional de la CIA de “ilegal” a “inapropiada”. Si bien Cheney no pudo evitar los controles impuestos al estado de seguridad nacional, se negó a renunciar a su lucha.
El congresista del apartheid
En 1978 Cheney fue elegido congresista y votó en contra de las sanciones contra Sudáfrica por al apartheid, en una resolución no vinculante que pedía la liberación de Nelson Mandela. El voto llevó a John Nichols a llamar a Cheney “el congresista del apartheid”. Durante las elecciones de 2000, los votos de Cheney sobre Mandela se convirtieron en un punto de controversia. Lejos de admitir el error, Cheney defendió su voto, explicando que el Congreso Nacional Africano era visto en ese momento como “terrorista”.
En el Congreso, Cheney era el miembro de alto rango republicano en una investigación de la Cámara de Representantes sobre el escándalo Irán-Contra. A principios de los años ochenta, el gobierno de Reagan fue sorprendido minando los puertos de Nicaragua. Aquel claro acto de guerra fue llevado a cabo por la CIA, a quien Ronald Reagan había prometido “desatar” mientras se postulaba para presidente.
Dentro de sus esfuerzos para derrocar al gobierno sandinista de Nicaragua, la CIA trabajó con los “Contras”. Apodados luchadores por la libertad por la Casa Blanca de Reagan, los Contras eran una fuerza terrorista. Dirigieron deliberadamente infraestructura civil como centros de alfabetización y clínicas de salud para socavar los esfuerzos sandinistas para mejorar la vida de los nicaragüenses. Temiendo que la guerra secreta de Reagan pudiera convertirse en otro Vietnam, el Congreso aprobó una serie de enmiendas presupuestarias conocidas como “enmienda Boland” para impidedir el envío de armas a la Contra con el fin de derrocar al régimen nicaragüense. Se hicieron varios esfuerzos para continuar el suministro de armas a la Contra, incluso a través de redes de financiación privadas, ignorando el narcotráfico de la Contra.
Pero el gobierno de Reagan casi implosiona cuando dirigentes clave fueron sorprendidos vendiendo armas a Irán y utilizando los ingresos para financiar los Contras en violación de la “enmienda Boland”. En el informe de Cheney, los proscritos no eran quienes habían armado la campaña terrorista de los Contras, sino el Congreso, que había tratado de limitar la guerra encubierta del gobierno de Reagan.
Cheney dejó el Congreso para servir como secretario de Defensa de Geoge H. W.Bush. En ese cargo, Cheney supervisó la invasión estadounidense de Panamá, completamente ilegal, violando tanto el derecho internacional como la Constitución de Estados Unidos. Mató a 3.500 panameños. El pretexto oficial era que Estados Unidos había acusado al dirigente de Panamá, Manuel Noriega, por tráfico de drogas e invadió el país para secuestrarlo y llevarlo a una sala de audiencias de Miami. Noriega era un antiguo sicario de la CIA. Y no era el único ex aliado estadounidense con el que Cheney tendría que luchar como secretario de defensa.
La Guerra de Irak
A lo largo de los años ochenta, Estados Unidos armó a Saddam Hussein contra Irán, incluso cuando utilizaba armas químicas. En 1990 Saddam volvió a la guerra con uno de sus vecinos, esta vez Kuwait. Hay evidencia que sugiere que erróneamente el dirigente irakí creía que Estados Unidos haría la vista gorda de la agresión. Pero Kuwait, a diferencia de Irán, era un aliado de Estados Unidos que, pasando por encima del Consejo de Seguridad de la ONU, lanzó una guerra contra Irak.
Estados Unidos fue mucho más allá de expulsar a Irak de Kuwait. Participó en un bombardeo masivo de Irak, claramente dirigido a la infraestructura civil. La ONU describió el bombardeo como “cercano al apocalipsis”. Con Irak incapaz de purificar el agua, procesar aguas residuales o regar cultivos, la ONU descubrió que el bombardeo había reducido el país a una “edad preindustrial”.
Durante la guerra, Estados Unidos lanzó dos bombas de “precisión” de dos mil libras en el refugio de Amiriyah. Este ataque contra un refugio aéreo civil sin uso militar causó la muerte de 408 civiles que se habían refugiado del bombardeo apocalíptico de su país. Cuando los soldados irakíes se retiraron de Kuwait, Estados Unidos los bombardeó en lo que se conoció como la “Carretera de la Muerte”. Las imágenes de humanos carbonizados se convirtieron en algunos de los más impactantes de la guerra. Como secretario de Defensa, Cheney fue responsable de estos crímenes.
Con una carrera tan ignominiosa como la de Cheney, es imposible no pasar por alto algunas atrocidades. Pero vale la pena mencionar un último momento durante su mandato como secretario de Defensa que se omite con demasiada frecuencia. Durante mucho tiempo acusaron a Estados Unidos de entrenar a los militares y escuadrones de la muerte latinoamericanos en tortura y otras violaciones de los derechos humanos. Las acusaciones provocaron una investigación oficial. Un informe clasificado, titulado como “Material Inapropiado en los Manuales de Entrenamiento de Inteligencia en Español”, confirmó que los materiales de adiestramiento de Estados Unidos instruyeron violaciones claras de la ley.
El informe fue entregado al secretario de Defensa, Cheney. Una copia obtenida por el Archivo de Seguridad Nacional contiene el sello “SECDEF HA VISTO”. No sería el último escándalo de tortura en el que jugaría un papel.
El hombre que dirigía el espectáculo
Después de su mandato como secretario de Defensa, Cheney pasó el resto de los años noventa fuera de los cargos públicos. Pero dos aspectos de su carrera durante este tiempo serían premonitorios. Se convirtió en director de Halliburton, una empresa de servicios petroleros que más tarde recibiría una serie de contratos relacionados con la Guerra de Irak cuando Cheney era vicepresidente.
También sería uno de los fundadores del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano. El grupo de expertos presionó por la promoción agresiva de la hegemonía estadounidense y la acumulación de fuerza militar. El Proyecto lamentaba que muchos de sus objetivos llevarían mucho tiempo lograrlos en “ausencia de algún evento catastrófico y catalizador, como un nuevo Pearl Harbor”. Mientras que el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano abogó por una visión agresiva de la política exterior de Estados Unidos, centró su atención en un país en particular: Irak.
Irak se convertiría en el foco central del gobierno de George W. Bush. Un mes después de que los manifestantes gritaran “Salve al ladrón”, arrojaron huevos contra la limusina de Bush, que expandió dramáticamente el bombardeo estadounidense de Irak. La escalada de la guerra aérea más larga de Estados Unidos desde Vietnam ocurrió dos años completos antes del inicio oficial de la guerra de Irak y siete meses antes de los ataques del 11 de septiembre.
El 11 de setiembre
Mientras Irak estaba claramente en la mira del gobierno de Bush, ocurrió el asesinato de casi tres mil estadounidenses el 11 de septiembre de 2001, lo que allanaría el camino para la guerra más grande y largamente buscada. Cheney jugó un papel importante. Había sido recuperado por Bush para ayudarlo a seleccionar a un compañero de carrera y terminó convirtiéndose en el candidato a la vicepresidencia. Después de unas elecciones que casi con seguridad fueron manipuladas, Bush y Cheney llegaron a la Casa Blanca rechazados por la mayoría de los estadounidenses en las urnas.
El 11 de setiembre Bush estaba en Florida para una sesión de fotos. Después de que un segundo avión golpeara el World Trade Center, fue llevado en el Air Force One. Con el comandante en jefe volando alrededor del espacio aéreo estadounidense, Cheney dio la orden de derribar el vuelo 93 de United Airlines, uno de los aviones secuestrados restantes. En el momento en que se dio la orden, los pasajeros ya se habían rebelado, tratando de tomar el avión de los secuestradores con la intención de usarlo como un arma. Como resultado de este heroísmo, el avión se estrelló, matando a todos a bordo, antes de que pudiera usarse para atacar a otro objetivo.
Si bien la orden de derribo de Cheney fue en última instancia innecesaria, es indicativo de su papel inusual en la guerra contra el terrorismo. Por lo general, el vicepresidente no toma tales decisiones militares. Pero después de los ataques, Cheney se convertiría en el vicepresidente más poderoso de la historia. Cheney usó ese poder para presionar en favor de la guerra contra Irak, que se basó en dos grandes mentiras, que Cheney promovió. Primero, que Irak poseía armas de destrucción masiva. En segundo lugar, que Irak estuvo involucrado en los ataques del 11 de septiembre. La segunda mentira fue particularmente absurda. El gobierno baasista de Saddam, aunque brutal, no tenía nada en común con los yihadistas de Al Qaeda, responsables de los ataques asesinos. Si algún gobierno había ayudado a Al Qaeda, era Arabia Saudí.
Sin embargo, Arabia Saudí era un aliado estadounidense principal y socio comercial de la familia Bush. Al mismo tiempo que se fabricaba evidencia sobre Irak, el gobierno de Bush estaba bloqueando cualquier investigación sobre el posible papel saudí.
La expansión del poder ejecutivo
La guerra de Irak se lanzó con una horrible campaña de bombardeos aéreos, conocida como “Shock and Awe”, y continuó con una ocupación sangrienta y prolongada. Pero Irak no fue el único crimen de Cheney después del 11 de septiembre. Cheney había adoptado durante mucho tiempo una teoría expansiva del poder ejecutivo. Y después del 11 de septiembre, explotó la tragedia para tratar de promulgar las teorías que había discutido durante mucho tiempo. Cheney fue fundamental para impulsar las afirmaciones de que, como comandante en jefe, el presidente de Estados Unidos podría detener a cualquier persona, incluidos los ciudadanos estadounidenses, sin ninguna autorización judicial. Apoyó un programa de la CIA de desapariciones forzadas y torturas que recuerdan el terror de Estado de las dictaduras fascistas o militares.
Además de tener el poder de la guerra para secuestrar y detener a cualquiera, Cheney también creía que la autoridad del comandante en jefe del ejecutivo le daba el poder de espiar a cualquiera. A raíz de Watergate y las revelaciones sobre el espionaje a Martin Luther King y otros militantes, hubo un intento serio de limitar la vigilancia de la seguridad nacional. Para lograr este fin, el Congreso aprobó la Ley de Vigilancia de Inteligencia Extranjera (FISA). La ley no defendía las libertades civiles; permitía a un tribunal secreto autorizar la escucha electrónica de los estadounidenses. Pero para Cheney y otros halcones de la seguridad nacional de línea dura, fue una afrenta intolerable colocar límites a la autoridad del presidente para llevar a cabo escuchas telefónicas de seguridad nacional.
Al mismo tiempo, el gobierno de Bush estaba haciendo que el Congreso enmendara la FISA para permitir una mayor vigilancia. En secreto estaban elaborando un programa de espionaje completamente fuera de la FISA. La FISA, cabe señalar, no era una mera sugerencia; creó prohibiciones penales de las escuchas telefónicas sin orden judicial. Este régimen de vigilancia penal fue apodado el Programa de Vigilancia del Presidente, pero podría haber sido el Programa de Vigilancia del Vicepresidente.
El programa fue una creación de Cheney, su jefe de personal, David Addington, y el director de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) Michael Hayden. La versión firmada por Bush fue redactada principalmente por Addington. Aunque el programa es infame por permitir que la NSA intercepte sin autorización a los estadounidenses comunicaciones en el extranjero, según lo diseñado por Addington, originalmente permitía la intervención de llamadas puramente domésticas. Incluso el halcón de la vigilancia Hayden pensó que eso era demasiado lejano y se negó a implementar esa parte. Se eliminó de las reautorizaciones posteriores.
A lo largo de los años, el programa se ha justificado de numerosas maneras mediante argumentos legales, pero la justificación inicial y más radical provino directamente del plan de Cheney. Las escuchas telefónicas se justificaban por el poder del presidente como comandante en jefe. El hecho de que la FISA las hubiera criminalizado era irrelevante; la verdadera violación de la ley fue el intento de la FISA de controlar al presidente. Esto reflejaba la lógica que Cheney esgrimió durante el caso Irán-Contra como miembro del Congreso.
Además de las guerras de agresión, los encarcelamientos indefinidos y las torturas, la “guerra contra el terrorismo” también normalizó los asesinatos. Técnicamente están prohibidos por decreto, aunque el decreto no define los asesinatos, y debido a un razonamiento jurídico enrevesado y a un juego de palabras, se ha vuelto redundante en la práctica, aunque sigue vigente en teoría. Esta medida refleja el programa de asesinatos de Israel, eufemísticamente denominado “asesinatos selectivos”, en parte para eludir las prohibiciones internacionales sobre las ejecuciones extrajudiciales.
Es difícil de imaginar hoy, pero antes del 11-S, el gobierno de Bush se opuso inicialmente a los asesinatos de dirigentes palestinos por parte de Israel. Hubo un disidente. Cheney rompió públicamente con la postura oficial del gobierno, respaldando los asesinatos israelíes. Durante la “guerra contra el terrorismo”, el gobierno de Bush, con la ayuda de la experiencia técnica y los argumentos legales israelíes, apoyó oficialmente los asesinatos selectivos. Ya fueran perpetrados por fuerzas especiales o drones mecanizados, los asesinatos se convertirían en el sello distintivo de la “guerra contra el terrorismo” eencabezada por Estados Unidos.
Cheney dejó tras de sí la carnicería y la muerte
La última aparición pública de Cheney fue quizás la más extraña. Surgió como un oponente de Trump y llegó a respaldar la fallida candidatura presidencial de Kamala Harris. En una de las maniobras más torpes en la historia de las elecciones, la campaña de Harris promocionó abiertamente el apoyo de Cheney y otros republicanos de la línea dura. Si bien la campaña de Harris tuvo dificultades para ganarse el apoyo de votantes clave debido a su negativa a romper con el apoyo de Biden al genocidio israelí, buscó superar a Trump en su postura agresiva.
La oposición de Cheney a Trump ha permitido a algunos tratar de rehabilitarlo de manera reprensiva como defensor de la democracia. Nada podría estar más lejos de la verdad. Cheney ascendió a vicepresidente como resultado de unas elecciones fraudulentas. Una vez en el poder, sus ataques a la democracia solo empeoraron. Explotando la tragedia del 11 de septiembre, rompió casi todas las normas democráticas para promulgar un régimen de políticas autoritarias y asesinas. No solo fue la figura más destructiva para la democracia estadounidense en el siglo XXI: dejó atrás la carnicería humana y la muerte en todo el mundo.
No solo es responsable de sus ataques a la democracia, sino que hay líneas sólidas entre él y Trump. La primera campaña de Trump estuvo marcada por llamamientos a la vigilancia de las mezquitas, el apoyo a la tortura, la escalada de las guerras aéreas en Oriente Medio y el asesinato de represalias de las familias “terroristas”. ¿Puede alguien argumentar seriamente que estas no son las extensiones lógicas de la guerra de Cheney contra el terrorismo?
En el segundo mandato de Trump, ha reclamado el derecho a bombardear países sin autorización del Congreso, ha etiquetado como “terroristas” a los opositores autóctonos para aprovechar el vasto aparato de vigilancia antiterrorista de la nación, ha llevado a cabo asesinatos de presuntos traficantes de drogas y claramente está buscando un cambio de régimen contra el gobierno de Venezuela. Estas son las políticas que Cheney pasó su vida defendiendo. Trump incluso logró el sueño a largo plazo de Cheney de bombardear Irán.
El mayor peligro de Trump para nuestra democracia proviene del poder ejecutivo descontrolado acumulado en el estado de seguridad nacional que Cheney pasó su vida construyendo. Según Cheney, el gobierno de Estados Unidos no solo podría detener a un ciudadano estadounidense sin una orden judicial, sino también sin recurrir a los tribunales o una posible intervención del Congreso. Al igual que Cheney, es casi seguro que Trump saliva ante la idea de llevar a cabo tales políticas.
Si bien es discutible el papel que jugaron las falsas posturas antibélicistas de Trump o la cinica manipulación del respaldo de Cheney a Harris en su victoria electoral del año pasado, no hay duda de que la victoria electoral de Barack Obama en 2008 fue en gran parte un rechazo a la guerra de Cheney contra las políticas terroristas. Sin embargo, a pesar de llevar esta indignación popular a la Casa Blanca, Obama cimentó y expandió muchas de estas políticas, incluida la vigilancia sin orden judicial de la NSA y los asesinatos mundiales.
Que los presidentes continúen las políticas más oscuras de Cheney habla quizás de su legado más preocupante: es en gran medida el mundo que Dick Cheney hizo que sigamos viviendo.
Chip Gibbons https://jacobin.com/2025/11/cheney-war-terror-iraq-trump

