EEUU y la Unión Europea escenas de un matrimonio

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La Unión Europea está en alarma por la nueva doctrina de seguridad nacional de los Estados Unidos. Se nota un síndrome de “seducida y abandonada”, evidente en las declaraciones de algunos de sus dirigentes que hablan de “traición”, pero también hay razones que alimentan los temores europeos.

Para empezar, Ucrania: el proyecto de paz elaborado por Estados Unidos en el intento de convencer a Moscú de poner fin a la guerra es, para los europeos, la prueba definitiva del desentendimiento estadounidense del conflicto. Trump reconoce la derrota de Occidente Colectivo en Ucrania y marca un cambio en las orientaciones de política exterior, porque detiene la expansión hacia el Este de la OTAN y considera el restablecimiento de relaciones con Rusia como un paso necesario para la definición de un nuevo orden internacional.

No se trata solo del cínico pragmatismo estadounidense, que siempre emplea poco tiempo entre la conciencia de una derrota y la salida del conflicto que la provocó (véase Afganistán); hay un cambio de rumbo decidido que produce solo vagas promesas de protección a los antiguos aliados juntas a acciones concretas de distanciamiento.

Existe frustración europea por la decisión de EEUU de excluir a Bruselas y Kiev de la elaboración del plan de paz en discusión. Se transparenta la idea que Washington tiene de Europa: un continente política y militarmente dependiente de la voluntad estadounidense y que, precisamente por su reiterada oposición a una paz razonable, no tiene motivo para participar en el proceso de negociaciones.

Bruselas, prisionera del lobby de las armas que le impide reconocer la derrota y el suicidio económico y financiero, lo que implicaría la dimisión en bloque de toda la Comisión Europea, se queda con el fósforo en la mano, amenazando con dinero y armas que no tiene para seguir en una guerra que para Kiev solo puede empeorar. Por lo demás, vista desde Washington, la decisión es comprensible: la negociación se hace con el enemigo y reconociendo la realidad. Europa, por conveniencia política y por supervivencia, afirma que el vencedor ha sido derrotado y que el derrotado ha ganado y por lo tanto de aquí se procede. Obvio que la UE no quiere la paz, entonces es inútil que se siente a la mesa donde la paz se busca; si en cambio está de acuerdo con terminar la guerra, entonces debe confiar en quien, como EEUU, esa guerra abrió y esa guerra debe cerrar.

La nueva frontera ya no es Europa

Pero es en el plano más general donde se encuentra la razón principal de la alarma de la UE. Estados Unidos ya no considera a Europa como el centro su sistema de seguridad planetario, porque cambian las coordenadas estadounidenses del control global. El área indo-pacifica es la que necesita invertir mayores recursos, mucho más que la mediterránea. La defensa de Europa mediante el mantenimiento de la OTAN (cuyos gastos son cubiertos en un 70 % por EEUU) se considera exorbitante porque ya no es estratégicamente fundamental, y el Viejo Continente es visto sobre todo como un mercado de obediencia política estricta útil para contener a China.

En esencia, terminada la ilusión de infligir una derrota estratégica a Rusia (que se ha demostrado más fuerte que toda la OTAN), se gira hacia la reducción del enfrentamiento frontal con Moscú y, por tanto, se reduce objetivamente la centralidad de la UE en el esquema. ¿Se traducirá esto en el cierre de las bases estadounidenses en Europa? Difícil. Es más probable una fuerte reducción del contingente militar y una redistribución de los costos en detrimento de la UE. Sin excluir que la propuesta de salir de la OTAN para pasar a una alianza militar mucho más restringida –actualmente planteada por algunos exponentes de los think tanks más cercanos a la Casa Blanca– pueda convertirse en el objeto de una transformación sustancial del conjunto del dispositivo bélico estadounidense.

En sí misma, la propuesta tiene cierta racionalidad: GB, Francia y Alemania son aliados seguros, pero es inútil contar con pequeños países europeos de los que no puede llegar ninguna ayuda decisiva para la defensa de los intereses estadounidenses, mientras Washington debería garantizar a toda Europa una intervención en su defensa. Un ejemplo evidente es el de los países bálticos, elogiados por Biden y detestados por Trump: están las provocaciones continuas hacia Rusia de Estonia, Letonia, Lituania, Finlandia y Polonia, a las que podría sumarse Ucrania y Georgia. Pues bien, Washington podría evaluar la no aplicación del artículo 5 de la OTAN en caso de que estas provocaciones dieran lugar a una reacción rusa. La idea de desencadenar la Tercera Guerra Mundial que pone a riesgo la sobrevivencia de los mismos EEUU a causa del fanatismo nazi de bálticos y finlandeses, no convence a nadie en la actual Casa Blanca.

La ampliación de la OTAN

La nueva doctrina estadounidense de seguridad nacional cierra así con la estrategia que desde 1945, y aún más después de 1989, EEUU había adoptado con función antirrusa. Desde la caída del Muro de Berlín, Europa se convirtió en el eje de un diseño estratégico de dominio mundial. Terminada la amenaza soviética y cerrada la era bipolar, Europa dejo de ser la primera trinchera para salvaguardar la integridad estadounidense. Dado el desmantelamiento del Pacto de Varsovia, se intentó expandir la OTAN hacia el Este, hasta Asia Menor.

Mientras Rusia permaneció en manos de un presidentes alcohólicos y de oligarcas que transferían a Gran Bretaña las inmensas riquezas de la ex Unión Soviética, para el Pentágono la cuestión era solo cómo desactivar las miles de ojivas nucleares dispersas por el territorio postsoviético. El control sobre ellas se convirtió rápidamente en el paso más importante para EEUU, pero, pese a contar con un fuerte apoyo en los círculos filo-estadounidenses en Rusia, ningún inquilino del Kremlin llegó nunca a confiar el arsenal atómico a Occidente, a pesar de la escasez de recursos para su mantenimiento.

El escenario cambió bruscamente con Bill Clinton. La idea de ampliar la OTAN nació como el más clásico de los proyectos imperiales. El nuevo orden mundial unipolar de liderazgo anglosajón tenía hambre de territorios, riquezas e influencia, y la conquista del Este habría abierto el camino al dominio hasta el extremo Norte y a una proyección hacia Asia mediante el posible desmembramiento de Rusia.

Entre 1989 y 1991, los gobiernos socialistas de Europa del Este cayeron bajo la presión occidental. La agresión a la integridad yugoslava fue la primera guerra contra aquellos países que seguían –por razones culturales, políticas, religiosas y étnicas– vinculados a Rusia y opuestos a la occidentalización forzada que Washington quería imponer en Europa Oriental. La guerra para destruir la ex Yugoslavia, impulsada por Estados Unidos y Europa, fue encargada a croatas y bosnios, a los que luego se sumaron los kosovares. El objetivo era destruir Serbia, el mejor aliado de Moscú en los Balcanes. Para los demás, la receta de la desestabilización se vistió con el nombre de “primaveras”.

En Kosovo, que entró en guerra contra Serbia desde febrero de 1998 hasta junio de 1999, se produjo una total violación de la integridad territorial de un Estado soberano, pero se reconoció su legitimidad. Kosovo era territorio serbio y pese a que el insurrecto UCK kosovar era conocido como un pequeño ejército de delincuentes especializados en el tráfico de seres humanos y órganos, Occidente se puso de su lado y, en 2008, cerca de cien países reconocieron su independencia. Por ello, hoy Putin acusa a Occidente de doble rasero: en nombre del Derecho Internacional, en Donbás se rechazó lo que en Kosovo se promovió. Es decir, ante dos escenarios idénticos se eligieron dos caminos opuestos.

Que hoy Estados Unidos considere el área del Indo-Pacífico como la región del mundo donde se juega el futuro de su dominio global es perfectamente lógico. Es en el enfrentamiento con China donde EEUU medirá cuánto le queda de su papel de gendarme global. La China de Xi es hoy una amenaza letal para el imperio unipolar y para su sistema de alianzas y control planetario.

En economía y tecnología, en poderío demográfico, en recursos estratégicos del suelo y subsuelo y en flujos financieros, China va claramente por delante; y en el plano militar, la exhibición en el desfile militar de Pekín sorprendió y alarmó al Pentágono. La alianza AUKUS y las provocaciones de la exaltada nueva primera ministra japonesa intentan intimidar a Pekín, conscientes de que el control de los mares –por donde transita el 60 % del comercio mundial– será decisivo. En este sentido, la nueva ruta ártica de China y Rusia, que elude completamente el espacio de control occidental, representa otro problema de gran envergadura.

Precisamente porque los términos del problema ya son evidentes –con una China en constante ascenso y unos EEUU en declive continuo– Washington ha decidido que, al no disponer de fuerza militar, política y económica suficiente para mantener abiertos dos conflictos globales con China y Rusia, debe retirarse en buena parte del teatro europeo. Un escenario que afecta sin duda a la proyección planetaria del mando estadounidense, pero seguir se presenta como un lujo insostenible frente al desafío chino, que para EEUU es vital. En el caso europeo está la extensión del gigante imperial; en el del Pacífico, su propia supervivencia.

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