La parodia de un premio Nobel, por los pelos

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Telva Mieres (Unidad y Lucha).— Por los pelos, por los mismísimos pelos no llegó María Corina a Oslo a recoger su premio. Y mira que lo intentó. El periplo fue digno de Indiana Jones: tierra, mar y aire (espacio no, porque no pudieron contactar con Elon Musk). María Corina no pudo llegar. Fueron muchos trasbordos clandestinos, mapas arrugados que nadie sabía interpretar, contraseñas susurradas y escoltas que la acompañaban que aunque no se orientaban con los mapas, según los telediarios, dominaban desde la gimnasia consciente del Taichí hasta el Krav Magá.

Custodiada por militares, comandos de élite, seguratas hipermusculados, cinturones negros en todo lo que termine en jitsu y algún mercenario freelance con LinkedIn actualizado, la heroína de la última epopeya fascista corrió, voló, navegó y conspiró… y entró en Oslo cuando todo el pescao estaba vendido. A veces el destino acierta. El reloj, ese cabrón agente bolivariano infiltrado, le jugó una mala pasada y, cuando quiso darse cuenta, en la Academia ya habían pasao la fregona. Así que fue su hija, su réplica exacta, su viva estampa, su clon genético, su franquicia familiar, su copia en alta definición, la que recogió tan honrosa distinción, posando con una sonrisa beatífica y serenísima, como quien sabe que el premio, en el fondo, es heredado.

El desatino de la Academia Sueca al conceder el premio ha sido tan colosal que desde entonces el Nobel cotiza a la baja. Nadie quiere saber nada del galardón. Los científicos más reputados y prestigiosos del planeta se esconden en sótanos, se dejan barba postiza, imitan la voz del novio de Ayuso para camuflarse, ocultan los microscopios en dobles fondos y publican sus descubrimientos bajo seudónimo para no ser reconocidos. «Yo soy el que calienta las probetas» decía un avispado químico ante la posibilidad de verse nominado. En Literatura, quienes antes aspiraban a tan ilustre distinción firman ahora sus obras como Juan del Val, para que a la Academia Sueca se le quite de la cabeza mortificarlos con el eximio premio. Cuando algún ojeador de Oslo se les acerca, los candidatos salen huyendo horrorizados, gritando: ¡A mí no, a mí no!

Pero seamos serios. María Corina tiene méritos. Hay que reconocerlo: méritos no le faltan. Méritos abundantes; además de los méritos olímpicos, tiene méritos pa empapelar Caracas. Y Oslo ha sabido reconocerle la trayectoria. Una trayectoria un poquito monográfica, quizá un pelín obsesiva, pero que es toda una oda a la intervención extranjera. Oslo ha laureado un programa político que es una jaculatoria constante para que Estados Unidos entre en Venezuela, se lleve el petróleo, el gas, el oro, los muebles, los cables y, si queda sitio, hasta los picaportes de las puertas.

María Corina es una chorba muy disfrutona. Celebra con alborozo cada sanción, cada secuestro de petrolero es una fiesta y cada berrinche imperial contra el narcotráfico, un juergazo. Ella aplaude con fervor místico todo lo que a Trump se le pone en los huevos. Desde luego, a la Cori le va la parranda y convierte cada intentona golpista en un auténtico jolgorio de escándalo y depravación.

Pero esta vez, la farra se les fue un poquito de las manos y el ridículo y la caricatura llegaron a Oslo más temprano que la Vicepresidenta de Edmundo, así que estamos que no sabemos si tomarnos el Nobel con sarcasmo o con alcohol. Yo, por si acaso, con dos cubitos de hielo.

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