El PSOE, atrapado en su propio laberinto

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El PSOE tiene la llave para permitir o no que el PP gobierne, sea Rajoy u otro el candidato elegido por el partido más votado en los comicios del 20D.

De Pedro Sánchez, y su aparato de barones, depende que haya nuevas elecciones en primavera o bien ordena abstenerse a sus huestes en segunda vuelta y le ofrece apoyo al PP a través de una medida coyuntural y táctica. Sus 90 escaños resultan decisivos en tal escenario.

Ciudadanos ya se ha plegado incondicionalmente a favor de Rajoy y arría velas una vez sabido en las urnas que la cerradura de la gobernabilidad no pasa por Albert Rivera.

Este es el gran enigma de las próximas semanas. El PSOE tendrá que calcular y mucho que le viene mejor, si esperar al desgaste de un gobierno monocolor en minoría del PP, con don Mariano o sin él, o, por el contrario, lanzarse a otra campaña electoral a finales de marzo o abril, liderado o no por Pedro Sánchez, y casi sin margen de maniobra política y repitiendo en una posición incómoda entre los dardos de la derecha representada por PP-Ciudadanos y las invectivas izquierdistas de Podemos.

El PSOE está atrapado en su propia red, en una situación inédita, protagonista de una centralidad tramposa: haga lo que haga sufrirá por ello en su imagen y en el futuro inmediato.

Tal vez la tercera vía, aun con riesgos, sea la mejor para la histórica formación venida a menos del puño y la rosa: realizar, por fin, la gran coalición (mediante gobierno conjunto o pacto parlamentario) con el PP alentada bajo sordina por prebostes de uno y otro bando bipartidista.

A primera vista parece mala jugada. Habría que ir creando ya condiciones de inestabilidad suficientes para que el PSOE se tragase el trago amargo de aliarse con el PP pero pudiera salvar la cara en aras de la unidad de España, la Constitución y la estabilidad patria.

Si surgen (o se inventan) en el horizonte de mañana mismo amenazas que pudieran venderse como creíbles ante la opinión pública, su electorado afín y la izquierda más moderada, el PSOE quizá se atreviese a dar un paso crucial para su propia supervivencia.

Luego de tomada la decisión, habría que intentar una legislatura corta que se interrumpiera en momento propicio tanto para las expectativas presuntamente recuperadas del PP y del PSOE.

Dígase lo que se diga, el bipartidismo no ha muerto, sigue acogiendo en su regazo a la mitad del censo electoral que acude a las urnas. Y, además, las formaciones emergentes, Podemos y Ciudadanos, se han quedado a mitad de recorrido: han querido pero no han podido dar más de sí.

El voto cautivo que continúa fiel a PP y PSOE es mucho y ni en un ambiente tan proclive a un cambio radical se ha despegado del calor y amparo del paraguas conservador de ambas organizaciones. Eso da bastante que pensar acerca de un electorado remiso a ofrecer cobertura a ideas renovadas o regeneradoras: prefieren lo malo conocido que lo bueno por conocer, la rutina y el soniquete tradicional que las nuevas-viejas melodías de fachada posmoderna e innovadora.

Lo dicho, el PSOE tiene la llave. Lo que haga con ella es, por el momento, un misterio, pero a buen seguro que ya se está hablando de ello en Ferraz, Génova, Bruselas y el FMI. Pronto saldremos de dudas. Habrá acontecimientos desde ahora mismo para facilitar, con presiones sutiles en el discurso y en la sombra de los despachos de altura, que el PSOE decida el futuro de todos con las menos heridas o rasguños posibles para su imagen de partido de izquierdas. Atentos, pues, a la pantalla.

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