Tras siglos de ocupación otomana, los pueblos eslavos del sur, con etnias y religiones diferentes, crearon en 1918 un estado monárquico bajo hegemonía serbia que acabó llamándose Yugoslavia. En 1945, tras la derrota de la ocupación alemana por las fuerzas populares dirigidas por los partisanos comunistas, se creó la República Federativa Socialista de Yugoslavia, formada por Serbia, Croacia, Eslovenia, Montenegro, Macedonia, Bosnia-Hezegovina y Kosovo como una región federal autónoma. Cuando el –ya revisionista– Partido Comunista de Yugoslavia optó por restablecer el capitalismo bajo apariencia de socialismo, buscando una neutralidad que le mantuviera a salvo de las ambiciones imperialistas, Yugoslavia pasó a formar parte del Movimiento de Países No Alineados.
Pero la neutralidad y su integridad territorial eran toleradas por el imperialismo en tanto que el país sirviera como caballo de Troya para sus intrigas internacionales. Los imperialistas, que no dejaron de instigar los sentimientos xenófobos entre los nacionalistas más reaccionarios, tras la muerte de Tito en 1980, reavivaron los históricos recelos y disputas por causas étnicas y religiosas, produciéndose frecuentes enfrentamientos. Fue tras el derrumbe del Muro de Berlín, en 1989 y la forzada integración de la Alemania del Este en una sola Alemania, cuando dio comienzo la desmembración y el reparto del país.
La Alemania reunificada fue la primera potencia imperialista que empezó a dividir Yugoslavia, ayudando a los fascistas nacionalistas de Eslovenia y Croacia a formar un estado independiente, al que reconocieron de inmediato en 1991. No tuvieron escrúpulo alguno para ello en armar a los nazis croatas (los ustachis) responsables de asesinar a 700.000 serbios entre 1941 y 1945, durante la II Guerra Mundial. A diferencia de Eslovenia, en Croacia existía una minoría serbocroata a la que los separatistas croatas querían expulsar y sometían a todo tipo de abusos. Esa minoría fue apoyada por el ejército yugoslavo y el conflicto en Croacia continuó, en menor escala, hasta 1995.
También en 1991, Macedonia declaró su independencia con el nombre de República de Macedonia del Norte, para distinguirse de la Macedonia griega, realizándose una separación predominantemente pacífica.
En 1992 dio comienzo la guerra en Bosnia-Herzegovina. La minoría serbobosnia impidió el referéndum en el que se votaría a favor de la independencia. En su apoyo, el ejército serbio ocupó una gran parte del territorio de Bosnia. Una alianza del ejército bosnio y el croata llevó, finalmente, a la derrota de los serbios en 1995, con el apoyo material y mediático imperialista (camuflado como fuerzas de pacificación, ayuda humanitaria, etc). Se estima que fallecieron más de 100.000 personas.
En los entresijos de lo acordado para el fin de la guerra se ventilaron las rivalidades interimperialistas. Que Croacia y Eslovenia quedaran bajo influencia Alemana, para los demás competidores imperialistas podía entrar dentro de lo “pactado”, pero que también pretendiera Bosnia y Kosovo (ya venían apoyando abiertamente a grupos armados kosovares), era algo que no podían admitir los EEUU ni Gran Bretaña. Con los angloamericanos instalados ya en Bosnia y Macedonia, apadrinando también a grupos mercenarios en Kosovo, el papel de los EEUU, a fin de afirmar su hegemonía mundial, era ponerle límites al expansionismo alemán en los Balcanes.
En 1998 se incitó a la rebelión a los albaneses que residían en Kosovo, y se armó y financió a un ejército mercenario. En 1999, la OTAN, con Javier Solana de secretario general, comenzó el bombardeo de Serbia, bajo el pretexto de la represión del gobierno serbio contra los albano-kosovares; le siguió el envío de tropas mediante una provocación. La excusa fue la negativa del gobierno yugoslavo a unos acuerdos deliberadamente inaceptables, preparados para ser rechazados. Cerca de 20.000 efectivos de la ONU permanecieron en la provincia tras el final de la guerra. Kosovo quedó como una provincia autónoma de Serbia administrada por la ONU. … /…