
La expresión “judeo-bolchevique” se acuñó durante la Revolución de 1917, recuperando doctrinas reaccionarias anteriores que acusaban a los judíos de ser la causa de las movlizaciones sociales. La Revolución de Octubre había sido un golpe de Estado obra del judaísmo, dos corrientes que compartían el mismo sesgo internacionalista. Por el contrario, los reaccionarios presumían de patrioterismo.
Tras la revolución bolchevique la reacción política adoptó formas fascistas que presumían de resumir el verdadero “espíritu nacional” que, por lo demás, asimila la religión dominante y desconfía de las demás por ser “extranjeras”. En la España franquista esta amalgama se autodenominó “nacional-catolicismo”. Los judíos no eran “nacionales” y los ateos tampoco.
Tras la correspondiente metamorfosis la mitología sigue activa en la actualidad. En los viejos imperios feudales, la dominación política no era diferente de la religiosa y se fundamentaba en el principio “Cuius regio eius religio”: la religión de un país la impone el emperador. De ahi surgen expresiones como el “Sacro imperio Romano Germánico”, que expresaban la confesionalidad del Estado. En el feudalismo la política nunca estuvo separada de la religión. En un cierto territorio la población tenía una misma religión, que proporcionaba su identidad, y el rey era quien decidía esa religión. Las demás quedaban fuera y con ellas debían marcharse los que profesaban otro tipo de religiones, que es a política seguida por los “Reyes Católicos” al expulsar a los judios y los musulmanes, además de los gitanos, que tampoco eran considerados como autóctonos.
Lo mismo ocurrió en el Imperio ruso, donde se produjeron olas de pogromos o persecuciones contra los judíos entre 1881 y 1884 tras el asesinato del zar Alejandro II, del que fueron acusados, aunque en realidad el magnicidio fue cometido por los eseristas o socialistas revolucionarios (populistas, Narodnaya Volya). Sin embargo, daba lo mismo porque los marxistas empezaban a ser asociados al judaísmo, como el propio Marx.
Las brutales persecuciones no fueron espontáneas, sino que las fabricaron y divulgaron los dirigentes zaristas y el servicio secreto (Ojrana), con la siempre inestimable colaboración de la prensa.
Tras el atentado, los elementos más reaccionarios del zarismo intentaron impedir cualquier reforma política y, ese contexto, entre 1897 y 1901, Matvei Golovinsky, un agente del servicio secreto ruso, escribió el folleto de propaganda antisemita más famoso: Los Protocolos de los Sabios de Sión. La obra coincide del Primer Congreso Sionista en Basilea en 1897.
El texto plagia en gran medida un documento francés, el “Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”, de Maurice Joly, un panfleto satírico y antimonárquico de 1864 que describía un plan ficticio de dominación mundial de Napoleón III. También incorpora una serie de otros panfletos antisemitas, y sus capítulos son reproducidos por el periódico reaccionario ruso Znamya, que en 1905 se reagruparon de nuevo bajo el nombre de “Centurias Negras”.
Estos movimientos se producen en el contexto del caso Dreyfus en Francia que recupera los ancestrales prejuicios de la población europea contra los judíos, sugiriendo que los revolucionarios forman parte de una “conspiración judía internacional”. La derrota de Rusia en la guerra ruso-japonesa de 1905 fue utilizada por el zarismoo para tapar su decadencia: la derrota era consecuencia de un sabotaje interno, lo que desató una segunda ola de pogromos.
En el contexto de esta oleada, las poblaciones de religión judías insistieron con más razón en los cambios políticos, participando en la Revolución rusa de 1905 y en la lucha por la independencia de Polonia. Los judíos pasaron a formar parte de los principales movimientos políticos y sociales de Europea oriental, así como de los sindicatos, las cooperativas y la prensa.
La Revolución de Octubre
Tras la Revolución de 1917, Lenin proclamó los fundamentos de la política soviética de protección de los judíos y las minorías religiosas. Los judíos no son los enemigos de los trabajadores, sino todo lo contrario: en contra de una leyenda ampliamente difundida, la mayor parte de los judíos son trabajadores. “Son nuestros hermanos, que, como nosotros, están oprimidos por el capital; son nuestros camaradas en la lucha por el socialismo”, escribió en 1919.
Asi se forjó la asociación “judeo-bolchevique” entre lo más negro de la reacción política occidental. El partido bolchevique estaba dirigido por judíos. En Reino Unido Churchill publicó un artículo en 1920 titulado “Sionismo vs. Bolchevismo” en el que deliraba sobre una “conspiración mundial para derrocar la civilización”, encabezada en Rusia por “terroristas judíos”.
La solución, decía Churchill, era el sionismo, que “en oposición al comunismo internacional, presenta al judío una idea nacional imponente“. Este “movimiento inspirador” está “en armonía con los verdaderos intereses del Imperio Británico”. Instaba a todos los judíos a unirse a aquel movimiento político.
En Estados Unidos el magnate Henry Ford reimprimió los Procolos de Sión en su periódico entre 1920 y 1922. Sus artículos se recopilaron en cuatro folletos titulados “El judío internacional”, de los que se distribuyeron cientos de miles de ejemplares. En Alemania, tuvieron un profundo impacto en el naciente movimiento nazi, hasta el punto de que Hitler citó a Ford como inspiración en Mein Kampf. Fue Alfred Rosenberg, un germanobáltico que huyó de Rusia en 1918, quien introdujo la noción de judeobolchevismo a Hitler, convirtiéndose posteriormente en el teórico más importante de los nazis.
La combinación de antisemitismo y anticomunismo se convertiría en el pilar ideológico de la reacción europea. En la posguerra, a pesar de la derrota fascista, el mito judeo-bolchevique siguió vigente. En Estados Unidos el senador McCarthy asimiló a los judíos con los comunistas. Hoover, el director del FBI de 1924 a 1972, también fue antisemita.
Entonces un gran número de criminales de guerra nazis (Reinhard Gehlen, Klaus Barbie, Otto von Bolschwing) fueran reclutados por los servicios de inteligencia estadounidenses para la guerra contra el comunismo, a pesar de su responsabilidad directa en las matanzas de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el concepto de judeo-bolchevismo quedó en un segundo plano, como seña de identidad de los fascistas y tuvo que reciclarse a sí misma.
Reapareció bajo las formas del colonialismo, el racismo y la xenofobia. La inmigración árabe y africana estaría orquestada por “los judíos mundialistas” y los grupos de presión. La reacción invoca regularmente “el gran reemplazo”, organizado por los “marxistas”.
La expresión ha evolucionado tanto que, en su defensa de Palestina, los progresistas se han convertido en su contrario: ahora son antisemitas porque defienden la causa palestina.

