
Julio Díaz (Unidad y Lucha).— La gran obra de Octubre; el valor eterno de aquel 7 de noviembre de 1917 que, por manido que sea decirlo, jamás dejará de estremecer el mundo, es que sigue construyéndose a diario en el incesante conflicto social y en todos y cada uno de los rincones del Planeta donde cualquier oprimido, hombre o mujer explotado y condenado a padecer la injusticia de la sociedad capitalista, toma conciencia de su realidad y busca a sus iguales para organizarse y defender sus intereses.
Fue la rebeldía consciente del proletariado ruso, la semilla que la gesta de Octubre floreció para siempre en la clase obrera internacional. La obra de un pueblo alejado del poder imperial que, pese a su sometimiento secular, supo romper los límites de la impuesta existencia de pobreza e incultura en la que vivía y trazar su propio camino.
Cuando la escoria social de zares, príncipes, kulaks y popes, al mismo tiempo que le abrían la puerta a capitalistas y multinacionales para actualizar su criminal dominación sobre el pueblo, lo condenaban a morir en la primera gran guerra imperialista, un nuevo amanecer llegaba del Este cumpliendo la intuición de Carlos Marx, el gran Maestro del movimiento obrero internacional, que décadas antes, cuando empezaban a llegar aires industriales a la retrasada Rusia, proclamó el potencial revolucionario de la realidad comunitaria del gélido campo ruso.
Desde ese momento, Rusia se hizo universal. El proletariado ruso, trascendiéndose a si mismo, cambió el rumbo de la Historia de la humanidad y, con su triunfo sobre el poder burgués, jamás ha dejado de ser el faro eterno que, a pesar de errores, retrocesos, traiciones y derrotas temporales, ilumina cada día y en todo momento a los sectores más avanzados y conscientes de los pueblos del mundo en su lucha por la Libertad.
Magistralmente dirigido por Lenin y el Partido Bolchevique, en un preciso y valiente análisis de las posibilidades que, día a día, se iban abriendo con el desarrollo imparable de las oportunidades que ofreció la Revolución democrática de febrero de ese mismo año, el proletariado ruso definió con claridad su propio futuro al margen de los parásitos sociales que vivían de su trabajo.
Consciente de su fuerza organizada, por la influencia de la militancia comunista que no cesaba de lanzar consignas acertadas para el avance de sus posiciones, la lucha de clases dejó de ser un secreto oculto para ellos y descubrieron en sus claves de desarrollo el camino hacia la nueva sociedad en la que ser libres por primera vez.
Guiados por el programa de la dictadura del proletariado, la alianza de obreros y campesinos, marcó, sin atisbo de duda, las tareas inmediatas de su poder en los primeros Decretos que proclamó: Paz, Tierra, Trabajo y Cultura.
Consignas intemporales que, alejadas del fetichismo de la mercancía y las artificiales necesidades de la sociedad de consumo, no solo marcaron sus prioridades, sino que definieron las necesidades futuras de la humanidad.
Una Revolución que, en la amplitud de su alcance emancipador; en la integridad de su proyecto de transformación de la sociedad, no solo no olvidó, sino que situó como principios básicos de su Constitución la emancipación de las mujeres trabajadoras y el derecho a la autodeterminación de los pueblos, sentando las bases materiales, políticas e ideológicas desde las que acabar con el patriarcado y con el sometimiento de los pueblos subyugados por el imperio zarista.
Los hechos demostraron el acierto de aquel salto que, más allá de tomar el cielo por asalto, organizó la toma de las fábricas, campos y cuarteles por la clase obrera y el campesinado pobre.
SU VIGENCIA.
Desde la comprensión dialéctica de todos los procesos sociales y su ulterior desarrollo, solo cabe afirmar la plena validez de su convocatoria emancipatoria universal [1].
El capitalismo, en su actual fase de desarrollo imperialista, cuando solo significa reacción y ya no es capaz de ofrecer nada positivo a la humanidad, como en el Gran Octubre, necesita ser derrotado por la acción revolucionaria de las masas, encabezadas por la clase obrera y dirigidas por su vanguardia política.
Recuperar la centralidad del movimiento obrero
Igual que en 1917, cuando hoy la crisis general del capitalismo es el hecho que determina todos los acontecimientos, se hace más necesaria que nunca la irrupción de la clase obrera como factor fundamental de la transformación social.
La confianza en la capacidad de la clase obrera, como la única clase realmente revolucionaria hasta el fin, no es una posición idealista, ni obedece a ninguna vocación romántica. Su capacidad revolucionaria, que viene marcada por el simple hecho de ser clase obrera solo en oposición al capitalista que la explota, es la que la convierte en antitética al capital.
Es sencillamente por esta razón que desentrañó Marx en El Capital, que sus intereses son definitivamente irreconciliables con la burguesía y la única manera que tiene de ser “para si” es luchar por elevarse a clase en el poder y destruir el estado burgués.
Por eso la necesidad de la vigilancia revolucionaria en 2025, de mantener y velar por la independencia de clase sigue estando plenamente vigente. Evitar la penetración de las posiciones pequeño burguesas en el programa revolucionario y en el seno de la Vanguardia política, hoy, como lo fue en Octubre de 1917 y hasta 1991 en todo el proceso histórico de construcción del Socialismo en la URSS, sigue siendo absolutamente necesaria para mantener viva la llama de la Revolución y no entregarla a sus enemigos, como malogradamente ocurrió en la que, a pesar de la derrota sufrida y su desaparición temporal, nunca dejará de ser la Patria del Proletariado Internacional.
El internacionalismo proletario
Proletarios del mundo, uníos. Somos una única clase a la que no deben separar fronteras, culturas, razas, religiones… pues todo lo que existe más allá de la Naturaleza que nos da la Vida, lo hace el trabajo humano.
La fraternidad de los pueblos, unidos en su diversidad y en la pluralidad de la creación humana, solo es capaz de generarla el poder de la clase obrera internacional; el poder que derrote al Imperialismo y a los siglos de la genocida dominación Occidental, blanca y cristiana.
La URSS fue un ejemplo en ese sentido desde el primer momento por muy diversas razones, pero fundamentalmente por su llamado inmediato a la Paz y al fin, por encima de cualquier otra consideración de la guerra imperialista; por su compromiso internacionalista firme y concreto con la lucha revolucionaria de la clase obrera internacional mediante la III Internacional y por la defensa del derecho a la autodeterminación que, más allá del reconocimiento a la independencia de los pueblos oprimidos, concibió la convocatoria del Congreso de Bakú en 1920 y el posterior de los pueblos de Extremo Oriente como el reto internacionalista desde el que iniciar el proceso de liquidación del colonialismo.
En este momento de quiebra del hegemón occidental en el que se abre paso una nueva realidad multipolar llena de complejidades y tendencias muy contradictorias, tener presente estos tres principios del Internacionalismo, son absolutamente fundamentales para evitar situarse en los mismo parámetros de dominación y violencia que, estructuralmente, impone el desarrollo capitalista.
El Partido Comunista
Parafraseando a Marx, se puede afirmar que el Partido Bolchevique fue la levadura que uniendo en los Soviets, el Socialismo Científico y a la clase obrera rusa hizo fermentar la Revolución Socialista.
Sin el sujeto político de la Revolución, sin el Partido de Nuevo Tipo Leninista, sin una Vanguardia política, conscientemente disciplinada y dispuesta a asumir la responsabilidad que le corresponde, difícilmente las revueltas sociales pueden pasar de ser eso mismo; simples levantamientos condenados al fracaso.
Ese es el gran aporte leninista, el más trascendente por su importancia y, lógicamente, también el más atacado por la burguesía en un ejercicio de propaganda anticomunista que no cesa ni un solo día.
Desde la publicación del ¿Qué hacer? En 1902, los agentes de la burguesía en el seno del proletariado, han adoptado las más diversas caras y múltiples retóricas para negar al Partido Comunista.
Desde el reformismo de la II Internacional, al izquierdismo bordiguista, el eurocomunismo o las más recientes versiones del postmodernismo, incluidas las de quienes desde efímeras siglas, se llenan la boca de llamados a construir el partido comunista “de las masas”, la necesidad de atacar la que es la mejor herramienta con la que cuenta la clase obrera para emanciparse, es un denominador común de la contrarrevolución.
Defendamos ese patrimonio que se extendió como mancha de aceite por todo el Planeta a raíz del triunfo de la Revolución y hagamos, con nuestro compromiso con la coordinación internacional de los partidos comunistas, que nuevamente, sus consignas vuelvan a ser relevantes para el desarrollo de la lucha de clases a nivel internacional.
Avanzar hacia una nueva Internacional Comunista, ya no solo es un deseo, es una necesidad imperiosa en la que este 7 de noviembre de 2025 nos volvemos a reafirmar.
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[1] En este sentido todas las posiciones que defienden el fracaso y la finalización del proceso histórico iniciado en 1917, se sitúan en la irracionalidad de la antidialéctica y, consecuentemente, por muy comunistas o socialistas que se denominen, en el campo de la contrarrevolución.

