Declive Manifiesto de los EEUU y ascenso de la República Popular China

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Ferrán Nieto (Unidad y Lucha).— El periodo de hegemonía absoluta de los Estados Unidos, que siguió a la contrarrevolución en la URSS, fue un paréntesis histórico anómalo de no más de 20 años.

Con la elección de Xi Jinping como Secretario General del Partido Comunista de China en 2012 y como Presidente del país en 2013, la tendencia del fin de la hegemonía estadounidense se ha acelerado. Hoy, todos los indicadores apuntan a un declive casi irreversible de su poderío unipolar. Frente a esto, el ascenso de la República Popular de China se erige como el factor central que disputa el primer puesto global en cada vez más áreas estratégicas.

El desmoronamiento de los pilares del imperio

La base de cualquier imperio es la economía. Aquí, China ya ha superado a EE.UU. en PIB por Paridad de Poder Adquisitivo, es el mayor exportador mundial y domina las cadenas de suministro críticas. Su iniciativa de la Franja y la Ruta proyecta influencia a escala global, mientras que un conjunto de mecanismos financieros –desde la promoción de un pool de monedas alternativo al dólar hasta el desarrollo de sistemas de pago que sustituyen al SWIFT– erosionan el núcleo del poder financiero estadounidense. La fusión del capital financiero con el industrial, base del imperialismo clásico, se ve así dinamitada por un modelo multilateral.

Este desafío es aún más evidente en el terreno científico-tecnológico. China lidera la producción científica mundial (más del 25% del total), el registro de patentes –especialmente en ciencias materiales, nanotecnología e ingeniería química– y la inversión en I+D. Su liderazgo en el despliegue del 5G, la carrera por el 6G, la manufactura de energías verdes y los avances en inteligencia artificial y tecnología cuántica demuestran una clara tendencia: la ventaja tecnológica de EE.UU., pilar de su dominio, se desvanece.

Paridad estratégica y pérdida de atractivo

Militarmente, EE.UU. mantiene una capacidad de proyección global insuperable, con sus 11 portaaviones y cerca de 800 bases exteriores. Sin embargo, esta superioridad es cada vez más irrelevante en los escenarios de conflicto real. China, con el desarrollo de misiles hipersónicos “asesinos de portaaviones” y en alianza estratégica con Rusia, ha logrado una paridad que imposibilita una victoria hegemónica de la OTAN en un conflicto regional. El equilibrio de fuerzas es ya un hecho.

Política y culturalmente, la brecha también se estrecha. La diplomacia china, articulada alrededor de los BRICS y la Franja y la Ruta, basada en la cooperación económica, contrasta con la decadente diplomacia de las cañoneras, las sanciones unilaterales y la doble moral de Washington, cada vez menos atractiva para el Sur Global. La creciente proyección cultural china compite con un soft power estadounidense en crisis, el cierre de la USAID es un ejemplo claro.

La agresividad como síntoma de la debilidad

Este declive manifiesto no se traduce en una retirada pacífica. Al contrario, explica la creciente agresividad de un imperio en crisis: el sacrificio del pueblo ucraniano, el apoyo al genocidio palestino, los golpes de Estado en América Latina, los ataques a Venezuela o las humillantes condiciones impuestas a la UE (aranceles y aumento del gasto militar) son patéticas muestras de una brutalidad que aumenta en proporción inversa a su poder real. Intentan, desesperadamente, revertir una tendencia histórica irreversible.

La multipolaridad no es un deseo, sino una realidad en construcción. El siglo XXI será el escenario de esta transición, donde el pueblo trabajador del mundo debe entender estas dinámicas para enfrentarse a un imperialismo que, en su ocaso, se vuelve más peligroso que nunca.

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