Revolución, periodismo y disidencia

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Los dineros para la «sedición» del comunismo en Cuba pueden anunciarse abiertamente y también llegar por numerosas vías y de forma encubierta, no siempre directamente de los bolsillos yanquis y sus agencias, aunque no falten a quienes se les haga difícil creerlo, incluso no lo acepten

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José Martí y el periodismo. Autor: Juventud Rebelde

Ricardo Ronquillo Bello  (Juventud Rebelde).— Por alguna razón, tal vez por vergüenza ajena, no se borran de la memoria las imágenes y notas que seguí de un show electorero y plattista de hace unos cinco años en la Florida, con Donald Trump como principal en el reparto, junto a los vergonzosos utileros de la tramoya: los cubanos que le hacen la pala a su arremetida obsesiva contra Cuba desde entonces y hasta hoy.

Daban pena realmente algunos que andan bien pagados por el mundo intentando —en un inglés ridículo y genuflexo—, ganarse los cariñitos de un presidente del que ya por esa época no hablaban bien ni los parientes más cercanos, mientras lanzaban todo tipo de dardos contra su país, los líderes y el sistema de instituciones cubanas, con un emperador que los miraba con desdén.

Ni los patriotas pioneros, cuando todavía la nacionalidad y las definiciones políticas se desdibujaban entre una espesa neblina de confusiones, daban la espalda con semejante impudor al naciente independentismo cubano.

La sensación que dejan esas actitudes en cualquiera que ame a Cuba con las mismas ternuras de José Martí, es que los asistentes bajo los dudosos techos celestiales de la iglesia Doral Jesús Worship Center no eran más que el primer bocadillo de la costosa cena de 580 000 dólares por pareja para deglutir votantes, con los que el magnate quería seguir en posesión de la Casa Blanca para conducir al mundo al caos ético, moral y civilizatorio en que ahora mismo se encuentra.

La vulgaridad y ramplonería política de aquel acto vinieron a tiempo para recordarnos los graves peligros de la desmemoria en una nación como la nuestra, e incluso algo más pecaminoso para los sueños libertarios nacionales: que alguien, por egoísmo o intereses impropios, inocencia, desconocimiento o manipulación, albergue la esperanza de que puede concebirse un proyecto de país contando con una  política norteamericana de «buen vecino», sobre todo, cuando se trata de uno como quien ahora manichea la Casa Blanca.

Aquella escena lamentable puede compararse con la emoción de José Martí, al anochecer del sábado 14 de marzo de 1892, cuando tuvo entre sus manos, manchadas por la tinta fresca y el calor del impreso regocijándole el alma, el primer número del periódico Patria.

Era tanta su fe y la del equipo que le acompañó en el parto de aquel hijo pródigo de ideas para la Revolución, que nadie se retiraba o descansaba hasta que los paquetes no estaban listos para la distribución. El Apóstol compartía la carga de los bultos, a riesgo de su salud, en las frías noches de Nueva York.

Cuando el tabloide era todavía una angustiante aspiración daría una lección ética que violentan ahora mismo, tantos años después de aquel nacimiento, quienes aceptan financiamientos extraños e intentan blanquearlos con todo tipo de justificaciones para crear plataformas que solo promueven «la incapacidad de Cuba para su propia redención», como los describiría enfáticamente el Apóstol.

«Ya estaría el periódico publicado, por Cuba y por nuestra América, que son una en mi previsión y mi cariño, si pudiese decidirme yo a aceptar ayuda de los que, en público o en secreto, no comparten por entero mi modo de pensar», diría en carta a su amigo Gonzalo de Quezada.

Quienes más que estudiar, o por repetir en base a intereses egoístas o propaganda vacía, asumieron el ideal martiano, tienen bien asumido que José Martí creía que la libertad de pensamiento y acción solo podía garantizarse con independencia económica. Si la causa independentista cubana aceptaba fondos de un gobierno extranjero, especialmente de Estados Unidos, cuya intención anexionista tanto temía, se convertiría en deudora y, por tanto, en dependiente.

Para el Héroe Nacional había que hacer causa común con los oprimidos para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. Este constituye un fundamento esencial de su ética, que le impedía aceptar ayuda de una potencia que podía convertirse en una nueva opresora.

Es bastante conocido y exaltado que el financiamiento de Patria provenía principalmente de las contribuciones de los tabaqueros y otros trabajadores cubanos emigrados en Tampa, Cayo Hueso y Nueva York. En esto no veía una caridad, sino el aporte consciente de un pueblo hacia su propia liberación. Esa forma de actuar protegía la pureza de la causa.

Por ello no puede menos que sentirse escozor cuando se lee o escucha a los que dicen hacer un periodismo «independiente» y promueven la prensa privada en Cuba, cuando proclaman a los cuatro vientos, con orgullo vergonzante, que sus fondos vienen de agencias de Estados Unidos que, está claramente investigado, no son más que tapaderas de la CIA y otras agencias para el ejercicio de su hegemonía mundial, para poner y quitar gobiernos a su antojo.

No pocos de esos medios privados, o sus principales gestores, comenzaron por presentarse como contrapesos a la incapacidad o la ineficacia del sistema mediático de la Revolución, tratando de distanciarse de los proyectos yanquis de cambio de régimen y negándose a aceptar que recibían financiamientos y otros apoyos foráneos con ese propósito. Algunos hasta crearon espacios para mostrar a los seguidores su limpieza y transparencia en el manejo de los fondos.

Salirse del clóset político

En los últimos años, al menos dos de esas plataformas han reconocido abierta y públicamente, y con parecidos tonos, no solo sus verdaderos fines, sino, además, sus fondos. Primero lo haría El Estornudo, y en días recientes la ya abiertamente contrarrevolucionaria El Toque, bajo la presión y las evidencias de las acusaciones realizadas desde Cuba, de que sirve a los intereses de la desestabilización económica del país que se promueve por el Gobierno de Estados Unidos.

Así lo hizo José Jasán Nieves Cárdenas, «A quien pueda interesar: yo no escondo mi compromiso político ni juego a la ambivalencia, la equidistancia y el analiticismo… Yo quiero el fin de la “dictadura” en Cuba… Yo trabajo por cambiar el régimen político existente y traer democracia, justicia y prosperidad a mi país natal…». Para ello, agregó, «colaboro con quien comparta mis objetivos o, sencillamente, quiera trabajar conmigo en construir algo útil (por supuesto, no para el castrismo, los militares o el Partido Comunista)».

Ilustración: Avilarte

Un primer éxito, entre los económicos, políticos y socialmente relevantes que se esperan de esta denuncia, se puede anotar, precisamente, ese reconocimiento. La presión de las evidencias les hizo salirse definitivamente del clóset político.

Aunque es bueno estar prevenidos, porque no siempre existe este tipo de reconocimientos, aunque se trabaje para los mismos objetivos, unas veces de manera consciente, y en otras hasta ingenua o inocentemente.

El guion de esta película, como dije en entrevista con la revista Temas hace un tiempo, fue magistralmente descrito en un texto que se presentó en alguna de nuestras ferias del libro y se titula La CIA y la guerra fría cultural, de la periodista británica Frances Stonor Saunders.

En el libro se desnuda la campaña secreta en la que algunos de los defensores más entusiastas de la libertad de pensamiento en Occidente, entre estos George Orwell, Bertrand Russell, Jean-Paul Sartre y Arthur Schlesinger Jr., e intelectuales renombrados de los antiguos países socialistas, terminaron por convertirse, consciente o inconscientemente, en vulgares instrumentos del servicio secreto norteamericano.

Los dineros para la «sedición» del comunismo en Cuba pueden anunciarse abiertamente y también llegar por numerosas vías y de forma encubierta, no siempre directamente de los bolsillos yanquis y sus agencias, aunque no falten a quienes se les haga difícil creerlo, e incluso no lo acepten.

Un caso notable relacionado con Cuba ocurrió en 1998, cuando Robert Ménard, fundador y secretario general entonces de Reporteros sin Fronteras (RSF), creada en 1985, viajó a La Habana para reclutar a periodistas que escribieran para su organización sobre lo que pasaba en el país.

Sin embargo, como relató el periodista Santiago Mayor en el sitio América Latina en Movimiento, tuvo tanta mala suerte que su primer contacto fue nada menos que con Néstor Baguer, uno de los agentes de la Seguridad del Estado cubano, quien durante años estuvo infiltrado en la llamada «disidencia» y colega nuestro.

Tras el destape de aquellos agentes —un acontecimiento de gran revuelo en la Mayor de las Antillas—, Baguer relató que el imparcialísimo Ménard no solo le ofreció pagarle por artículos publicados contra el Gobierno cubano, sino que durante años le envió dinero y suministros para su periodismo «profundamente independiente».

Se traicionaba así —describió Santiago Mayor— el objetivo inicial de la organización, que pareció nacer para promover las llamadas formas de periodismo alternativo y marcar los desvíos de la prensa en los países ricos, así como las dificultades para la libertad de prensa en las demás naciones, tal como lo definió Jean-Claude Guillebaud, primer presidente de la asociación.

El mismo columnista relata que en la década de los  90 del pasado siglo, la organización comenzó a dar muestras de los verdaderos intereses que representaba. «En una entrevista con el periodista colombiano Hernando Calvo Ospina (publicada por Ocean Press en el año 2000 y llamada El Movimiento Cubano en el exilio), Ménard dijo que RSF estuvo apoyando a los «disidentes» en Cuba desde septiembre de 1995.

Otra línea de subversión es la exploración de liderazgos y la promoción de becas, especialmente entre profesores jóvenes y estudiantes de la carrera de Periodismo, cuyo ejercicio final es la apertura de proyectos de comunicación para la estrategia de cambio de régimen.

Los anteriores son solo los últimos capítulos que comenzaron desde que los «barbudos» de Fidel estaban en la Sierra Maestra, pasando por radio Swam —una de las pioneras—, por Radio y TV Martí, y otros intentos cubiertos o encubiertos de abortar o precipitar la caída de la Revolución en Cuba.

Frente a la subversión, nuestra transformación

Frente a la línea contrarrevolucionaria de oponerle un ecosistema de medios privados a la prensa pública y de las organizaciones políticas y de masas de la Revolución, lo único que nos inmunizaría es estimular la transformación de lo que debe ser transformado, donde se acumulan problemas que el General de Ejército Raúl Castro Ruz —otro de los grandes inspiradores y guías— catalogó, en uno de los congresos de la UPEC, como más viejos que Gutemberg, junto a otros más emergentes, asociados a la apropiación, o no, de las potencialidades que ofrecen las nuevas tecnologías.

Hacia esa transformación avanzan en la delantera 40 medios de comunicación. Se trata, junto a encontrar soluciones nacionales a las contradicciones que genera la construcción socialista en las condiciones peculiares de Cuba, de evitar las confusiones y hasta decisiones erróneas que provocaron, sobre todo en segmentos de jóvenes, algunos de los cuales terminaron por alinearse, como vemos, a las políticas imperiales.

Raúl realizó esa valoración crítica del funcionamiento de la prensa en tres congresos sucesivos del Partido Comunista y en la 1ra. Conferencia Nacional de esa instancia, por lo cual sería irresponsable no actuar, y hacerlo con el enfoque integrador y sistémico que requiere un fenómeno tan complejo, que decide en el destino del proyecto de justicia social
e independencia nacional que representa la Revolución.

No olvidemos que mientras la importantísima columna comunicacional que constituyen los medios públicos o de las organizaciones políticas y de masas muestran dichas fisuras, se les anteponen, con fondos millonarios provenientes de Estados Unidos y de la derecha mundial,
este ecosistema de medios contrarrevolucionarios y de sofisticados laboratorios de intoxicación mediática, también denunciados muy claramente por Raúl en su valoración central del 8vo. Congreso.

Estamos entonces, como sistema de prensa, ante un doble desafío: saldar las deudas sistémicas que arrastra el modelo de prensa y de comunicación pública del siglo XX y sincronizarlo con la llamada era de la convergencia.

Tenemos que continuar estimulando, como nos elogió el hermano de causas y no pocas veces crítico de cómo las defendemos en las redes virtuales, el especialista chileno Pedro Santander: Tropa digital revolucionaria, que se active orgánica y activamente y en modo multiplataforma. Respuesta sistémica entre mundo digital y analógico, entre medios tradicionales, digitales y vocerías para enfrentar la manipulación. Fuerza comunicacional propia, a pesar de la asimetría. Intuición y asertividad operativa en el marco de un escenario asimétrico, la importancia de apostar a variables cualitativas más que a las cuantitativas. Genialidad humorística.

Estamos urgidos, como defendía el destacado científico Agustín Lage Dávila, de formar no únicamente profesionales, sino además un nuevo tipo de organizaciones periodísticas profesionalizadas.

Esa soltura, espontaneidad, oportunidad, hondura y gracia podrían muy bien actuar como remedio —si bien no para todos— para no pocos de los problemas de nuestra prensa y sistema de comunicación, urgidos ambos de otras soluciones estructurales y renovados enfoques políticos. Eso que Raúl llamó el desarrollo, dentro de la opción martiana de Partido único, de la mayor democracia en nuestra sociedad, el fomento, como algo natural, de la discrepancia, con responsabilidad y la más estricta veracidad en ese empeño, no al estilo burgués, lleno de sensacionalismo y mentiras, sino con comprobada objetividad y sin el secretismo inútil.

Frente a quienes pretenden arrebatarnos los símbolos, y dentro de estos hasta el significado de las palabras, debemos actuar como convocó un editorial de Juventud Rebelde a su regreso a la salida diaria, el 13 de marzo de 1999, en un día que recuerda la audacia, rebeldía y temeridad de la juventud cubana:

«Este diario fue y será disidente. Tenemos la obligación moral y patriótica de disentir de quienes se avergüenzan de su pasado, de quienes se venden por 30 monedas verdes, de quienes adoptan la incómoda posición de andar genuflexos para que el aire les bendiga desde el norte; disentimos de quienes no creen en los sueños, de los acomodados y los corruptos».

En aquel editorial se postuló también que retornábamos al diarismo, no como periódico independiente, sino como una gran dependencia de nuestra historia, de nuestro pueblo, de nuestras tradiciones más genuinas y valederas, de nuestra Revolución. «Regresamos en rebeldía contra los vagos físicos y mentales, los indolentes y chapuceros, los pesimistas, los derrotados».

Y como Juventud Rebelde, toda nuestra prensa…

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