Tejedoras de solidaridad

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Odena (Unidad y Lucha).— Érase una vez un barrio obrero de la periferia de Granada, que como el resto de barrios obreros de la mayoría de nuestras ciudades, se ve arrasado por el paro, la precariedad, el difícil acceso a la vivienda, escasos servicios sociales y casi nulas infraestructuras. Durante los veranos se han conseguido organizar vecinos para compartir alguna película en la calle, a fin de que los días estivales tuvieran un color especial frente a las grisáceas rutinas, con objeto de reconocernos los vecinos y vecinas como siempre se había hecho cuando se compartía la compañía sentados en las sillas al fresco, hasta que las pantallas de plasma y las series nos fueron convirtiendo en burbujas aisladas, interconectadas ocasionalmente con un link.

 

Los barrios donde habitamos, populosos, de extrarradio, con pavimentos que vieron asfalto hace muchos años o de aceras imposibles para la deambulación, no sólo de carritos de cualquier tipo sino hasta de quienes tienen movilidad reducida, cada vez más se convierten en espacios donde nadie se reconoce o incluso donde nadie se conoce, cada cual enclaustrado en su bloque de pisos, o en su casa enclaustrado, recluido en su burbuja particular donde reina el televisor, la magnífica clausura que ofrece Netflix; cada uno refrigerado como puede, con ventilador o por su aire acondicionado, y verdaderamente cada cual tan condicionado, felicidad en nuestro sarcófago dorado. Poco a poco nos van aniquilando por la banalidad y el aburrimiento del conformismo.

Cuando antaño nuestro barrio había sido un remanso comunitario en el que las mujeres cuidaban de los niños de sus vecinos, se compartía lo que se tuviera en casa, las puertas abiertas, con sus cortinas que impedían la entrada de las moscas, invitaban a cruzar los dinteles a los vecinos. Con el transcurso de los años, los cines de barrio desaparecieron para confinarlos a los grandes supermercados. Todo ello se ha ido derrumbando como en los fotogramas impactantes de Cinema Paradiso y nuestra imaginación ha sido estandarizada y colonizada por clichés.

Un grupo de mujeres del barrio del Cerrillo de Maracena decidieron juntarse para tejer juntas, compartir la merienda, sus bizcochos caseros, la memoria vivencial, las conversaciones como aprendizaje cotidiano de las vivencias. El disfrute de tejer, sobre todo juntas, de reír juntas, de emocionarse juntas, de aprender juntas, el disfrute de compartir forma parte del legado comunitario. Tejer es una buena manera de convertir un ovillo en infinidad de objetos inimaginables, sueños realizables.

Un día, tras conversar sobre el genocidio de miles de mujeres, niñas y niños en Gaza, decidieron tejer sandías en la calle, en el centro del barrio y explicar el significado de las sandías al vecindario que se acercaba, que las interpelaba. Y regalaban ese fruto hecho de lana con sus colores rojizos, verdes, blancos y pepitas negras. Y animaban a cuanto viandante mostraba interés en aquella colorida labor para participar en la manifestación solidaria con Palestina. Las mujeres escribieron un mensaje: ESTAMOS ROMPIENDO EL SILENCIO CON NUESTRAS MANOS. GAZA NO SE OLVIDA.

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