El plan de paz de Trump no solo busca poner fin a la guerra en Ucrania. También abre una batalla económica para la posguerra. Incluye un mecanismo que otorga a Estados Unidos un papel central en la reconstrucción del país, con un acuerdo de reparto de beneficios que se presenta muy favorable para Washington. Esta dimensión económica está atrayendo tanta atención como las cláusulas militares y territoriales del plan.
El texto menciona la creación de un fondo de inversión dedicado a la reconstrucción, financiado con una parte de los activos rusos embargados. La cantidad mencionada asciende a aproximadamente 100.000 millones de euros. El plan consiste en utilizar esos fondos como palanca inicial para atraer capital privado y lanzar proyectos de infraestructuras, vivienda y recuperación industrial.
La prioridad son las empresas estadounidenses. El plan prevé que capten hasta la mitad de los beneficios generados por los proyectos de reconstrucción. Esta fórmula de financiación establecería una relación económica duradera entre la Ucrania de la posguerra y Estados Unidos, que se extendería más allá de la ayuda militar actual.
El plan se asemeja a una clásica asociación de reconstrucción e inversión, pero con una diferencia clave: se basaría en los recursos rusos en el extranjero. El documento aún no especifica el marco legal completo ni las condiciones para supervisar estos flujos, lo que deja abierta la cuestión de su viabilidad práctica y los posibles desafíos internacionales.
En sus declaraciones previas sobre la guerra en Ucrania, Trump ya había planteado la idea de un plan de reconstrucción dirigido por Estados Unidos. Presentó ese componente como una forma de estabilizar el país tras un alto el fuego y garantizar el retorno de la inversión realizada. La propuesta sirvió de base para su programa de una solución rápida, que combinaría el cese de las hostilidades con la recuperación económica bajo la supervisión estadounidense.
El componente diplomático del plan se basaría en varios puntos. Varias disposiciones implican concesiones significativas por parte de Ucrania. El documento estipularía, en particular, que Kiev ceda territorio adicional a Rusia, incluyendo áreas que actualmente no están totalmente bajo control ruso.
Otro punto importante es que Ucrania no se va a unir a la OTAN. El plan estipularía el compromiso de la Alianza Atlántica de no integrar el país, lo que equivaldría a respaldar una neutralidad militar duradera.
El método de negociación también está generando controversia. El borrador fue elaborado por dirigentes estadounidenses y rusos, sin consulta formal previa con la Unión Europea ni Ucrania, a pesar de que se ven directamente afectadas por el acuerdo. Esta falta de consulta se presenta como una fuente de tensión con los socios de Washington.
El plan combina un componente de seguridad con consecuencias de gran alcance y una ambiciosa estrategia económica. Se apruebe o no, ya sitúa la reconstrucción de Ucrania en el centro de la dinámica. En futuras discusiones, la cuestión no solo será cómo detener la guerra, sino también quién financiará, quién decidirá y quién se sacará el mayor provecho de la paz.


