Tatiana Delgado (Unidad y Lucha).— La violencia de género sigue siendo una de las violaciones más sistemáticas y extendidas de los derechos humanos en todo el mundo y está en aumento. A nivel global, una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual en algún momento de su vida y la violencia en línea, el acoso digital y las agresiones sexuales a niñas y adolescentes se han disparado. De los 9489 feminicidios registrados en América Latina y el Caribe desde 2023, el 40% (3882) fueron cometidos por la pareja o ex-pareja de la víctima, para el 36% (3456) de los feminicidios se desconoce la relación con el agresor.
Hasta enero de 2025, el sistema VioGén tenía registrados 101.962 casos de violencia de género, en agosto ya se habían reportado 105.509 casos activos con protección policial, un aumento del 5,3 % respecto al año anterior. Desde el 1 de enero de 2003 hasta el 20 de octubre 2025 han sido asesinadas 1.326 mujeres y 65 menores, 31 mujeres y 3 menores en lo que va de año. El portal feminicidio.net eleva el número a 70 feminicidios. A esto se suma una normalización cultural de la violencia en muchos entornos: justificación del control sobre la pareja, culpabilización de las víctimas, y escaso compromiso institucional en la protección efectiva.
Pese a las evidencias, han crecido los movimientos y discursos antigénero y reaccionarios con campañas y ataques a las leyes específicas, que consideran «discriminatorias contra los hombres» y tiene como bandera la estigmatización del feminismo, acusándolo de ideológico, divisivo o incluso “violento”, y como propuestas traen la revisión o derogación de políticas de igualdad en países como USA, Hungría, Polonia o ciertas autonomías españolas. Este discurso ha calado especialmente en redes sociales, especialmente un público masculino, joven y desinformado, creando una falsa tensión entre conquista y reacción.
Pero esta reacción no surge en el vacío: se da en medio de una crisis global del capitalismo, donde las mujeres —especialmente las trabajadoras, pobres, migrantes y racializadas— soportan el peso del desempleo, la precarización, la sobrecarga de cuidados y el vaciamiento de servicios públicos. La violencia de género no se da solo en lo privado: se reproduce en el trabajo, el Estado, los medios y el mercado.
La violencia patriarcal no es una excepción: es parte del funcionamiento de un sistema que nos quiere calladas, explotadas, baratas y disponibles. Un sistema que se sostiene sobre nuestros cuerpos, nuestro trabajo y nuestra sumisión. Porque no es lo mismo enfrentar la violencia teniendo casa, papeles, salario y redes, que hacerlo desde la marginalidad, el trabajo informal o la migración forzada.
La violencia machista es una herramienta de control dentro de un sistema que combina patriarcado y capitalismo que afecta a millones de mujeres y disidencias en todo el mundo, que no se erradica solo con legislación o punitivismo, sino con una profunda transformación cultural y política. En ese camino, la lucha feminista es una propuesta de mundo justo, igualitario y seguro para todas las personas.
Este sistema necesita más control, más precariedad y más disciplinamiento. ¿Y qué mejor herramienta que la violencia y el miedo? Necesitamos un feminismo de clase, que entienda que no hay liberación si no enfrentamos también al sistema económico que nos empobrece, nos explota y nos mata. Un feminismo que sepa que la violencia no empieza con el golpe, sino con la precariedad, el desalojo, el recorte, la frontera y la invisibilidad.
En este panorama, el feminismo de clase plantea que la opción del feminismo institucional con la socialdemocracia al frente, no sirve sino se transforma el modelo que explota, aliena, discrimina y violenta. La lucha feminista contra la violencia debe ir de la mano con la defensa de servicios públicos, el reconocimiento del trabajo de cuidados, la justicia social, la democracia popular y la construcción de nuevas formas que pongan la sostenibilidad de la vida en el centro, que la vida valga más que las ganancias. El feminismo no es una etiqueta, es una herramienta de lucha y transformación radical. Porque si no es con todas, no es feminismo. Y si no es contra el capitalismo, no es liberación.
Contra la violencia machista y el capitalismo: feminismo de clase o barbarie

