El espíritu de la navidad

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Eduardo Uvedoble (Unidad y Lucha).— Por dónde empezar para hablar de la navidad, esa entrañable… ¿fiesta?, ¿ritual?, ¿tradición? Acaso es un acontecimiento que por su carácter masivo ya es asumible por cualquiera, incluso, necesario en cualquier sociedad, o solo es otro fenómeno que el capitalismo se ha apropiado para poder explotarlo en todas sus formas.

No hace falta ser muy revolucionario para darse cuenta del gran negocio que supone. Es general el consenso sobre la navidad como periodo de consumo masivo cuyos valores piadosos originales están casi borrados. Los propios religiosos lo saben y se afanan en hacer campañas caritativas durante esas fechas para intentar lavar un poquito algunas conciencias, a fin de cuentas, eso sí es tradicional, la limosna del rico para demostrar su gran misericordia y compasión. No hablemos ya de la hipócrita contradicción que entrañan los mismos que quieren poner belenes en cualquier espacio público porque son nuestra identidad, son los mismos que defienden al ente sionista, el Herodes de nuestro tiempo que masacra a miles de familias en Gaza. Son los mismos que le niegan el refugio a los miles y miles de Joses y Marías que llegan a Europa huyendo de la miseria y la guerra.

Es por tanto notorio, con sus villancicos en los hilos musicales de oficinas y centros comerciales, con sus miles de anuncios, letreros y escaparates invadiendo el campo visual, la lotería, los millones de vatios dedicados a adornar las calles, las cenas de empresa, la presión familiar, etc.,  que la navidad  es un auténtico espíritu de la historia, que te atrapa aun siendo crítico. Esta es, tal vez, la reflexión con la que contribuir, es un fenómeno que ilustra bien la naturaleza histórica del capitalismo. Por un lado, se trata de una tradición anterior, y en principio ajena a la lógica del capitalismo, pero que el capitalismo ha sabido apropiarse para su propio beneficio, esto mismo ocurre con cualquier tipo de cultura, tradición o discurso. Materialmente, es la explotación salvaje de la clase obrera, desde las fábricas, hasta las tiendas, en amazon o temu, es la quintaesencia  del extractivismo, cuántos minerales soportan el consumo navideño, y cuánto consumo está obligado a hacer una familia obrera para cumplir con los cánones. Ideológicamente, es el consumo como felicidad y cumplimiento de la expectativa aspiracional, es la centralidad de la civilización occidental. Aúna economía, tradición, simbolismo, a nadie le gusta pero, de un modo u otro, a todos absorbe.

Por último, puestos a reflexionar sobre la navidad, vamos a hacerlo recurriendo a esos títulos que nunca faltan en la programación navideña, y que probablemente, dentro de la vorágine alienante de las fechas, su mensaje pase inadvertido. Recurramos a Qué bello es vivir de Frank Capra y Plácido de Berlanga. Qué pasaría si las buenas personas desapareciesen, como vemos en el título de Capra, la comunidad, esa unión social materialmente equilibrada y conexionada por firmes lazos morales, se desmoronaría convirtiéndose en la ciudad del pecado, plagada de ruina y miseria para beneficio del villano capitalista. El caso es que la buena voluntad individual no resuelve mucho, por muchas buenas personas que como el protagonista de Qué bello es vivir se sacrifiquen por atender a los suyos, si no se organizan, si no toman partido, el mundo, y la navidad en concreto, será siempre lo que vemos de manera tan magistral como cruda y descarnada en Plácido. Cuando de la consigna cristiana de compartir el pan se pasa a siente usted a un pobre en su mesa, el gran espectáculo que todo lo engulle, atrapando a sus desafortunados peones en el absurdo de una estructura social ciega e inmisericorde.

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