La Central de Trabajadores de Uruguay realizó un paro general parcial en rechazo de un decreto del gobierno que impide el derecho de huelga a los trabajadores públicos cuyas tareas son consideradas esenciales por el Ejecutivo. teleSUR
Rusia envía medicamentos a hospital nacional de Hama, en Siria
HAMA (Sputnik) — Los representantes el centro ruso para la reconciliación en Siria llevaron al hospital nacional de Hama un cargamento de medicamentos destinados a ayudar a los enfermos que vienen de la zona de distensión.
«Hoy al hospital nacional de Hama fue llevado por el departamento médico del centro un cargamento de medicinas para curara a los enfermos de la zona de distensión», dijo a Sputnik Vladímir Korovatij, representante de la entidad.
Korovatij destacó que se trata de una carga de unos 500 kilos que permitirá al hospital brindar ayuda a los pacientes durante unos tres meses.
!Retomar el camino de Octubre! (Línea Proletaria nº1)
¡Retomar el camino de Octubre!
Un homenaje al Centenario de la Revolución Bolchevique
Pero ello los delata. Su revolución nunca ha tenido vocación de romper con la lógica de lo existente. Más bien ha sido su colofón y su corona. La radicalidad discursiva viene a ser poco más que el excitante artificial que hace más ameno el repetitivo día a día de la realpolitik revisionista, de la lucha posible. No la niega, no la supera, sino que la presupone y completa, del mismo modo que el robo complementa la propiedad y proporciona al burgués un motivo para escandalizarse. Los festejos presuponen el espectáculo y la impotencia. Ya las masas harán. Ladina justificación del orden de cosas existente, ampararse en la triste excusa de que será el propio mundo esclavo quien proporcione a los esclavos los instrumentos de su emancipación. Ya las masas harán. Sea: acudamos al criterio de la práctica y comprobemos, pues, qué hicieron las masas aquel año tan señalado.
Una vez desgastadas las ilusiones patrióticas que arrastraron a los hijos del campesino ruso a desangrarse en la carnicería imperialista de 1914, las clases populares del país de los zares se irguieron decididamente contra la autocracia, echándose en brazos de la democracia burguesa. Mencheviques y socialrevolucionarios, en alianza con el Partido Demócrata Constitucionalista, consiguieron levantar su república, la república de la burguesía, apoyándose en los instintos democráticos de las masas. Éstas, organizadas en los Soviets y armadas, mantenían un poder paralelo al del Gobierno Provisional, al cual cedían la iniciativa, dejándose llevar por las esperanzas legalistas y las promesas de una Asamblea Constituyente. Si agosto de 1914 fue el mes del fervor chovinista, febrero de 1917 fue el mes del desbocamiento de todas las fantasías pequeñoburguesas, de todas las ilusiones respecto a la posibilidad de construir en Rusia, «el país más libre del mundo», la democracia más amplia y más pura. La facilidad con la que el aparentemente inexpugnable bastión zarista fue barrido por la Revolución sólo pudo alimentarlas, decuplicar su fuerza y arraigarlas en el imaginario colectivo del agitado pueblo ruso. Fue en este fértil suelo donde germinó la república de Miliukov y Lvov, de Kerenski y Tsereteli.
Pero el precario equilibrio de clases sobre el que se sostenía el Gobierno Provisional hubo de precipitar rápidamente los acontecimientos. Bajo la mendaz excusa de la «defensa de la patria», los representantes de la democracia burguesa y pequeñoburguesa en el gobierno prosiguieron la política de anexiones y pillaje imperialistas, desacreditándose cada vez más frente a las masas extenuadas por la guerra. A cada paso estaba más claro que los mencheviques y los socialrevolucionarios, colaboradores del partido de la gran burguesía y los terratenientes, sólo podían jugar el papel de pantalla de la dictadura contra la clase obrera y el campesinado, el papel de correa de transmisión del Poder burgués-terrateniente en el seno de las masas ─Soviets mediante. El ametrallamiento de las manifestaciones contra la guerra del 4 (17) de julio, en la que participaban obreros y soldados encabezados por el partido de Lenin, fue el toque de campana que probó que los políticos pequeñoburgueses estaban de hecho subordinados a la dictadura militar, a la cual se unieron entusiasmados para reprimir a los bolcheviques y a los obreros conscientes. El período del doble poder había llegado a su fin.
«Las armas en manos del pueblo y éste libre de toda violencia exterior: tal era el fondo de la cuestión»[1]. Únicamente bajo esas condiciones era razonable pensar en un tránsito pacífico del Poder burgués del Gobierno Provisional al Poder de los Soviets, aún hegemonizados por el menchevismo y el populismo eserista. Pero con el paso de estos a la contrarrevolución en julio de 1917, tal alternativa se diluye definitivamente, transformándose los Soviets en los apoyos de masas de la dictadura burguesa. La consigna con la que los bolcheviques habían dirigido su actividad práctica en los meses precedentes, «¡todo el Poder a los Soviets!», deviene también contrarrevolucionaria, y es puesta fuera de circulación.
El período siguiente vendrá a probar que, pese a ser los órganos de la más extensa democracia, los Soviets eran incapaces de frenar la contrarrevolución burguesa, siendo más bien su apoyo inconsciente. Los obreros y soldados organizados en ellos, obnubilados por las doradas promesas de unos políticos pequeñoburgueses cada vez más comprometidos con la reacción, son el principal vaso comunicante entre el Estado y las masas populares. Y Lenin es tajante en este momento: «mientras los obreros y los campesinos no comprendan que esos líderes son unos traidores, que es preciso echarlos, destituirlos de todos los cargos; mientras no comprendan eso, los trabajadores seguirán siendo inevitablemente esclavos de la burguesía»[2].
Esta situación llegará a un punto culminante a finales de agosto, cuando el general Kornílov lleve a cabo una frustrada intentona de restauración monárquica. Es en este momento ─y no antes─ cuando la agitación bolchevique consigue ir calando entre las masas: se va asentando el convencimiento de que los representantes de la democracia pequeñoburguesa no pueden, en tiempos de guerra civil, ser otra cosa que un muro de contención frente a la implantación de la democracia de las masas obreras y campesinas, y que la otra alternativa es, inevitablemente, la dictadura de los espadones bonapartistas, como Kaledin o el propio Kornílov, aliados del entonces presidente del Gobierno Provisional Kerenski. Una idea se dibujaba en la mente colectiva de las masas, cada vez con más fuerza gracias a la agitación bolchevique y alimentada por las recientes experiencias contrarrevolucionarias y la kornilovada: o dictadura de los Soviets de obreros, campesinos y soldados con el único partido que ha probado estar por esta hasta el fin (el partido bolchevique); o restauración de la monarquía con el beneplácito tácito de los políticos pequeñoburgueses, demasiado pusilánimes para posicionarse por la dictadura de las amplias masas rusas sobre la minoría capitalista-terrateniente y su burocracia.
Para el 25 de octubre (7 de noviembre) de 1917, el bolchevismo ya había ganado a la mayoría en los Soviets de Moscú y Petrogrado para el comunismo. La insurrección, cual marcha triunfal, inició una nueva fase de la guerra civil que más o menos larvadamente se venía desarrollando en Rusia desde la Revolución de Febrero. De las cenizas de la Revolución burguesa se levantó el fénix de la Revolución Proletaria.
Ahora bien, nada más iluso que pensar, tras todo ese pequeño siglo XX de revoluciones proletarias, que la vanguardia bolchevique se haya limitado a ser la expresión consciente de un proceso inconsciente, como si el advenimiento de la Revolución de Octubre estuviese fatalmente inscrita en los sucesos posteriores a Febrero. La historia nos demuestra que la efervescencia del movimiento de masas es un elemento intrínseco de la Revolución burguesa. La marea de campesinos provenientes del agro desfeudalizado es el corazón de la Revolución democrática. Esa masa en eterna y espontánea agitación es el medio ambiente sobre el cual el orden burgués tiene que reinventarse continuamente; es esa negatividad que disuelve los románticos lazos naturales y que el naciente Estado capitalista canaliza incesantemente hacia la edificación positiva de su mundo. Los órganos de masas generados de manera espontánea en el curso de la lucha, su extensión y, finalmente, su progresivo acomodo al mundo dado una vez decrece la marea revolucionaria, lleva a la colusión con las fuerzas reaccionarias, a la integración de las clases potencialmente revolucionarias en la maquinaria del Estado burgués que emerge tras toda revolución antifeudal victoriosa. Ahí tenemos el ambiguo papel jugado por los Soviets antes de Octubre, su rol natural en ausencia de un factor independiente capaz de romper la maldición y la cadena. Y es precisamente en los grandes virajes históricos donde se plasma la lección práctica de que el temor por llevar la Revolución hasta el fin conduce inevitablemente a subordinarse al partido del orden y a trabajar, en los hechos, por el encuadramiento de las masas en el entramado económico y político que la burguesía construye para sí, por su confinamiento en los márgenes del mejor de los mundos posibles, que todos los «políticos realistas» de ayer y hoy se esfuerzan por edificar.
Pero no basta, en estos oscuros tiempos de reacción, con limitarse a aseverar esta verdad. No basta con reconocer la enseñanza general de que la Revolución agudiza los antagonismos de clase, enfrentando en dos campos claramente deslindados a sus enemigos y a sus promotores. Es de todo punto imprescindible comprender que, en la Rusia de 1917, este marco revolucionario general fue traído a la historia por el auge espontáneo del movimiento de masas, al estilo de las grandes revoluciones burguesas precedentes. Pero, al contrario que en 1793 o en 1848, una nueva clase entraba en el proscenio: un proletariado revolucionario maduro, templado por decenios de experiencias revolucionarias y de confrontación con el conformismo de los líderes burgueses del movimiento obrero.
¿Proletariado revolucionario maduro en un país mayoritariamente campesino? En un momento en que todos los socialdemócratas de los países capitalistas avanzados confiaban en el natural desarrollo de la clase obrera sindicada hacia el socialismo, los bolcheviques se encontraron con que en Rusia ésta ni siquiera existía como tal. El leninismo surge y medra precisamente como respuesta de los revolucionarios rusos ante un panorama en el que la Revolución burguesa está pendiente pero donde todavía no se ha desarrollado la clase que podría llevarla hasta el final de la forma más consecuente. El atraso histórico del Imperio zarista obliga a los socialdemócratas rusos a asumir que, en un primer momento, no hay más proletariado revolucionario que su vanguardia, el sector de avanzada portador de esa teoría revolucionaria madurada a lo largo de más de un siglo de luchas obreras en Europa.
El auge espontáneo del movimiento de masas en la Rusia preburguesa, de la mano del abismo a cuyo borde fue arrastrada la humanidad por la guerra imperialista, proporcionó a los bolcheviques el marco revolucionario general de actuación. Pero la capacidad de obrar como partido independiente, como fuerza de peso en la guerra de clases rusa e internacional, sólo pudo ser forjada a lo largo de 34 años (1883-1917) de combate contra el oportunismo y de progresiva definición de las tareas de la Revolución a partir de los principios generales desarrollados en base a decenios de experiencia del movimiento obrero internacional. Se trataba, ante todo, de la educación ideológica de los propios bolcheviques, de forjar cuadros que fuesen capaces de aplicar una línea revolucionaria solvente y orientada a engendrar revolución a una escala cada vez más amplia. Sólo así es posible comprender esa insistencia de Lenin en la educación de tanto la vanguardia como de las masas. Sólo así es posible comprender por qué después de cada viraje táctico, de cada victoria o de cada derrota, los bolcheviques se esforzaban por explicársela a los obreros, por relacionarla con la correlación de fuerzas de clase y dilucidar su conexión con las tareas de la Revolución. Sólo así es posible comprender, en definitiva, que las masas únicamente extraen lecciones revolucionarias de sus experiencias políticas a condición de que su vanguardia sea lo bastante capaz como para explicárselas y lo bastante audaz para llevarlas hasta sus últimas consecuencias, vinculándose efectivamente con el resto de la clase. Y esto es lo que prueba Octubre: que no fue un impersonal devenir histórico ni una argucia de la razón lo que hizo que el capitalismo ruso, la República burguesa, se derrumbara como un castillo de naipes bajo el empuje de los obreros y los campesinos armados. No: fue la revolución en la conciencia, tenazmente impulsada por los comunistas en el fragor de la lucha de clases, lo que llevó al proletariado ─sostén del capital en condiciones de vida burguesa normal─ a rebelarse contra los amos y echar por tierra todas las ilusiones, todos los fetiches que la sociedad de clases impone a sus esclavos.
La ominosa sombra de lo viejo, de la atrasada Rusia, obligó a los bolcheviques a desarrollar lo nuevo, a empujar hacia adelante los tiempos que la marcha de los acontecimientos parecía imponer como un destino inapelable. Y lo que entró en la palestra de la historia como una respuesta aparentemente circunstancial y exclusivamente nacional a las condiciones autocráticas y semifeudales del desarrollo de la revolución en Rusia acabó por desbordar todos los esquemas de aquel marxismo acomodado a los despachos sindicales de la II Internacional, revelando esa ruptura la auténtica universalidad del leninismo. La ruptura: el proletariado arrastrando tras de sí a todos los oprimidos de la tierra, arrancándolos durante un fugaz mediodía de las garras de los ciclos objetivos de revalorización del capital, poniéndose a sí mismo como clase revolucionaria, como primera y única ley del desarrollo histórico y umbral de la humanidad emancipada.
Ahí reside la auténtica trascendencia de la guerra de clases proletaria. La sociedad burguesa se funda sobre la anarquía, sobre el caos y la incesante asimilación de ese caos a un orden económico racional, mecánico. Recordemos el Manifiesto: la burguesía no puede subsistir sin revolucionar continuamente la producción. Todos los lazos, todas las vinculaciones personales, todos los vestigios de los modos de producción naturales, preburgueses, son disueltos por esta negatividad, cuya encarnación humana es el proletariado, la clase de los desposeídos, de los humillados. El comunismo asume este caos, pero no lo reconduce hacia el orden, hacia una nueva alienación, sino que lo lleva hasta el final, emancipando a la humanidad de todas las cadenas que la atan a lo dado, a lo exterior, sea éste el señor feudal, la tierra de la comunidad rural o los infinitos ciclos económicos del capital.
¿Y qué mejor ejemplo que Octubre para probarlo? La idea de que la revolución requiere otras tareas que no sean la revolución misma lleva a confluir con la tesis menchevique de que el proletariado, debido a las condiciones objetivas de la Rusia zarista y de la Rusia republicana, no podía hacer otra cosa que ceder el testigo de la dirección de las masas a la burguesía. Frente a ello, ya desde 1903 y en constante pugna contra la tendencia espontánea a abandonarse a la inercia de lo existente, se desarrolló el bolchevismo, como «corriente de pensamiento político y partido político» portador de la revolución. Y véase cuán profundo es el impacto de esta sobre la realidad que los mencheviques tuvieron el triste honor de adelantarse al desarrollo del oportunismo en los países europeos avanzados. Definieron su fisionomía y llevaron sus ideas hasta el final con años de antelación a éstos, justamente debido al empuje que sobre ellos ejercieron las posiciones revolucionarias, obligándolos a explicitar todos sus matices y refinar su modus operandi. Esta particularidad de la maduración del oportunismo ruso anticipaba, en la esfera de la vanguardia proletaria, lo que posteriormente supondría el bolchevismo a escala nacional e internacional. Pocas pruebas hay tan elocuentes de la fortaleza de la ideología proletaria como ese poder trastocar todas las relaciones de clase en su entorno más inmediato para ir engendrando revolución a una escala cada vez mayor.
Y ésa es quizás la definición que mejor capta el espíritu del comunismo, el espíritu de todo lo nuevo que trajo Octubre: la revolución que no tiene otro presupuesto que la revolución misma, que no tiene nada a sus espaldas salvo la propia experiencia revolucionaria de toda la humanidad. Lo que, leído «al revés», quiere decir: todo lo que existe merece perecer, pues los comunistas no nos debemos a nada de este mundo. Pero ese «merece» impone una condición: la podredumbre del viejo orden no va a ser barrida por un inexorable viento de la historia, sino por la voluntad consciente del proletariado de hacerla perecer efectivamente, de querer llevar a cabo la condena a la que ese merecimiento impele. Por su propia forma, Octubre derriba todos los mitos del credo burgués. La guerra no es, en el imaginario capitalista, más que la respuesta a un estímulo externo. Acostumbrado a ver el mundo a través de las lentes del naturalismo mecanicista, disuelve toda su riqueza en una cadena de acción-reacción. Busca la razón de la guerra y de la revolución en la etnia, en la nacionalidad, en la respuesta ciega e inmediata contra la opresión. Y más allá de toda esa irracionalidad, de todo ese reino animal del espíritu, del momentáneo trastocamiento del orden que toda guerra supone, está el buen burgués ilustrado, el ciudadano, cuyo sano juicio le permite, con un gesto de desdén, ponerse por encima de todo lo mundano y anhelar un beato estado de paz eterna.
De igual forma razona el revisionismo. Educado en la incapacidad de ver en la lucha de clases más que ciclos económicos, sólo puede aspirar a integrar a la clase obrera en la racionalidad existente, en la imagen del mundo que condena a la humanidad a ser un ente pasivo sometido a los estímulos provenientes del exterior: el obrero acosado por la patronal tiende naturalmente a reclamar lo que es suyo, y ahí estaría la semilla del socialismo. Con este gesto, la ruptura que el comunismo supone para el desarrollo normal de la humanidad esclava es reintegrada en el mecanismo eterno del cosmos. La lucha de clases del proletariado no saldría, pues, de los cauces de éste; no buscaría abolir la realidad dada, sino perfeccionarla, limpiarla de impurezas.
Pero Octubre pone ya un pie fuera de esta prehistoria de la humanidad que es la sociedad de clases. Octubre demuestra que el proletariado no cuenta con más que sus propias fuerzas, y que ni siquiera la cabezonería del curso regular y espontáneo de los acontecimientos puede sustituirlas. Tal es su ofrenda inmortal a los revolucionarios del mundo. Con ese atreverse, Octubre rompe los estrechos marcos en los que el revisionismo pretende encajonarlo. Demuestra prácticamente que la suprema libertad del ser humano consiste en decir no: decir no al falso amigo de un camino supuestamente ya trazado, decir no a la reducción del hombre a simple reflejo condicionado, decir no a seguir pasivamente los caprichos de un medio hostil. Decir no a toda fe, divina o secularizada, que mantenga viva la idea de una utópica realidad libre de contradicción, libre de desgarramiento. El comunismo, como doctrina de la emancipación universal, insiste vibrante: «nada de lo humano me es ajeno». Y, como la más alta expresión de la autoconciencia revolucionaria, sabe que todo lo humano, a día de hoy, pasa necesariamente por el proletariado; que la humanidad está históricamente determinada como proletariado; y que la primera piedra en el sendero de la emancipación no es otra que la voluntad del proletariado de decir no a lo que el mundo desgarrado ha hecho de él. Ésa, y no otra, es la lección universal de la Revolución de Octubre.
Notas:
El nuevo algoritmo de Google limita el acceso a sitios web de izquierdas y progresistas
Andre Damon y Niles Niemuth
En los tres meses desde que Google, el monopolio de Internet, anunciara planes para impedir que los usuarios accedieran a “noticias falsas”, ha caído significativamente el posicionamiento global de tráfico de un amplio abanico de organizaciones izquierdistas, progresistas, contrarias a la guerra y de los derechos democráticos.
El 25 de abril de 2017, Google anunció que había implementado cambios en su servicio de búsqueda para dificultar que los usuarios accedieran a lo que llamó información “de baja calidad” tales como “teorías de la conspiración” y “noticias falsas”.
La compañía dijo en un post en un blog que el propósito central del cambio en su algoritmo de búsqueda era darle al gigante de las búsquedas un mayor control para identificar contenido considerado objetable según sus pautas. Declaró que había “mejorado nuestros métodos de evaluación e hizo actualizaciones algorítmicas” con el objeto de “hacer aflorar más contenido fiable”.
Google continuó, “El mes pasado, actualizamos nuestras Pautas para el Posicionador de Calidad de las Búsquedas para proporcionar ejemplos más detallados de páginas de baja calidad para que los posicionadores los señalicen adecuadamente”. Esos moderadores tienen instrucción de señalizar “experiencias de usuarios molestas”, incluyendo páginas que presentan “teorías conspirativas”, a no ser que “la búsqueda indique claramente que el usuario está buscando un punto de vista alternativo”.
Google no explica con precisión qué quiere decir con la expresión “teoría de la conspiración”. Usando la categoría amplia y amorfa de las noticias falsas, el objetivo del sistema de búsquedas de Google es restringir el acceso a sitios web alternativos, cuya cobertura e interpretación de eventos entra en conflicto con los de medios del establishment tales como el New York Times y el Washington Post.
Señalizando contenido de manera que no aparezca en las dos primeras páginas de resultados de una búsqueda, Google es capaz de bloquear de hecho el acceso de los usuarios a él. Dado que enormes cantidades del tráfico web son influidas por los resultados de las búsquedas, Google puede de hecho esconder o enterrar contenido que no le conviene mediante la manipulación de los posicionamientos de las búsquedas.
Justo el mes pasado, la Comisión Europea multó a la compañía con 2700 millones de dólares por manipular los resultados de las búsquedas para dirigir a los usuarios de manera inapropiada a su propio servicio de comparación de compras, Google Shopping. Ahora, parece que Google está usando esos métodos criminales para impedir que los usuarios accedan a puntos de vista políticos que la compañía considera objetables.
El World Socialist Web Site ha sido blanco de los nuevos “métodos de evaluación” de Google. Mientras que en abril de 2017 se originaron 422.460 visitas al WSWS en búsquedas en Google, la cifra ha bajado a unas estimadas 120.000 este mes, una caída de más del 70 por ciento.
Aún utilizando términos de búsqueda como “socialista” y “socialismo”, lectores nos han informado de que lo tienen cada vez más difícil para localizar al World Socialist Web Site con sus búsquedas en Google.
Según el servicio de herramientas de administración de sitios web de Google, el número de búsquedas que desembocaron en que el usuario viera contenido del World Socialist Web Site (es decir, que apareciera un artículo del WSWS en una búsqueda hecha en Google) cayó desde 467.890 al día a 138.275 a lo largo de los tres meses pasados. La posición media de artículos en búsquedas, mientras tanto, cayó de 15,9 a 37,2 a lo largo del mismo período.
David North, director de la Junta Editorial Internacional del WSWS, declaró que Google está implicada en la censura política.
“El World Socialist Web Site existe desde hace casi 20 años”, dijo, “y ha logrado reunir a una vasta audiencia internacional. Durante la primavera pasada, el número de visitas individuales al WSWS cada mes superó los 900.000.
“Mientras un porcentaje significativo de nuestros lectores entra al WSWS directamente, muchos usuarios de la web acceden al sitio mediante buscadores, de los cuales Google es el más ampliamente utilizado. No hay ninguna explicación inocente para esta caída extraordinariamente aguda en lectores, casi de la noche a la mañana, provenientes de búsquedas en Google.
“La pretensión de Google de que está protegiendo a los lectores de las ‘noticias falsas’ es una mentira motivada políticamente. Google, un monopolio masivo, con muy estrechos vínculos con el Estado y agencias de inteligencia, está bloqueando el acceso al WSWS y a otros sitios web de izquierdas y progresistas a través de un sistema de búsquedas amañadas”.
En los tres meses desde que Google implementara los cambios en su buscador, menos gente ha accedido a sitios de noticias de izquierdas o que se oponen a la guerra. En base a información disponible en Alexa analíticas, otros sitios que han experimentado drásticas caídas en el posicionamiento incluyen a WikiLeaks, Alternet, Counterpunch, Global Research, Consortium News y Truthout. Incluso grupos prominentes de los derechos democráticos como American Civil Liberties Union y Amnesty International parecen haber sido afectados.
Según Google Trends, el término “noticia falsa” casi se cuadruplicó en popularidad a principios de noviembre, en torno a la época de las elecciones estadounidenses, cuando los demócratas, medios del establishment y agencias de inteligencia intentaron achacar a la “información falsa” la victoria electoral de Donald Trump sobre Hillary Clinton.
El 14 de noviembre, el New York Times proclamó que Google y Facebook “se enfrentaban a una crítica creciente acerca de cómo las noticias falsas en sus sitios podrían haber influido el resultado de las elecciones presidenciales”, y estarían tomando medidas para combatir las “noticias falsas”.
Diez días más tarde, el Washington Post publicaba un artículo, “Esfuerzo de propaganda ruso ayudó a difundir ‘noticias falsas’ durante las elecciones, dicen los expertos”, que citaba a un grupo anónimo conocido como PropOrNot que compiló una lista de sitios de “noticias falsas” que difundían “propaganda rusa”.
La lista incluía varios sitios categorizados por el grupo como “izquierdistas”. De manera significativa, puso en su mira a globalresearch.ca, que reproduce a menudo artículos del World Socialist Web Site.
Después de la crítica generalizada de lo que era poco más que una lista negra de sitios que se oponen a la guerra y al establishment, el Washington Post se vio obligado a publicar una retractación, declarando “el Post, que no nombró a ninguno de los sitios, como tal no respalda la validez de los hallazgos de PropOrNot”.
El 7 de abril, Bloomberg News informó de que Google estaba trabajando directamente con el Washington Post y el New York Times para “comprobar los hechos” de los artículos y eliminar las “noticias falsas”. A esto siguió la nueva metodología de búsqueda de Google.
Tres meses después, de los 17 sitios declarados como de “noticias falsas” por la lista negra desacreditada del Washington Post, 14 vieron caer su posicionamiento. El declive medio del alcance global de todos esos sitios es el 25 por ciento, y algunos sitios vieron caer un 60 por ciento su alcance global.
“Estas acciones por parte de Google constituyen una censura política y son un ataque descarado a la libertad de expresión”, dijo North. “En momentos en los que es generalizada la desconfianza pública hacia los medios del establishment, este gigante corporativo está explotando su posición monopolística para restringir el acceso público a un amplio espectro de noticias y análisis críticos”.
Siria: fuerzas tigre del ejército nacional liberan 4 ciudades de Homs
Las fuerzas tigre del ejército árabe sirio continúan su lucha contra el Estado Islámico y lograron la liberación de cuatro nuevas ciudades en la Provincia de Homs. teleSUR
Deuda de Estados Unidos superó los 19 billones de dólares
La deuda interna y externa de Estados Unidos superó el umbral de los 19 billones de dólares. Ha acumulado pasivos a un ritmo mayor que el de su crecimiento económico de los últimos 14 años, con un incremento especialmente notable a partir de la crisis financiera de 2008. teleSUR
Los cinco pilares de la maquinara de guerra del imperialismo
Rodrigue Tremblay
En la década de los años veinte del pasado siglo, el Presidente Calvin Coolidge dijo: “El negocio de Estados Unidos consiste en hacer negocios”. En la actualidad, puede decirse que la industria de armas y la guerra permanente se han convertido en una gran parte del negocio estadounidense, conformándose como una especie de filial de un complejo industrial militar bien arraigado. Anteriores hombres estadounidenses con visión de alcance hicieron advertencias contra esta deriva, hombres como el Presidente George Washington y el Presidente Dwight Eisenhower, al ser intrínsicamente contrapuesta a la democracia y la libertad. Sin embargo, en la actual administración Bush-Cheney sus principales miembros fueron parte de ellas y, precisamente, estuvieron muy ocupados promocionándolas.
Las guerras, especialmente las guerras electrónicas modernas, provocan unas masacres terribles, pero son también sinónimo de grandes contratos que suponen costes altísimos, grandes beneficios y grandes posibilidades de empleo para todos aquellos que conforman el necesario engranaje militar. Las guerras son el paraíso de los carroñeros.
Las guerras son también una vía para que políticos mediocres monopolicen las noticias y los medios de comunicación en su favor de forma partisana avivando el fervor patriótico y presionando por un nacionalismo de vía estrecha. Efectivamente, inflamar el patriotismo y el nacionalismo es un viejo truco demagógico que se utilizó siempre para dominar las naciones. Cuando eso sucede, hay un claro riesgo de que la democracia y la libertad se lleguen a erosionar, e incluso que desaparezcan si esos desarrollos conducen a una concentración exacerbada de poder y de corrupción política.
Los ataques terroristas del 11-S de 2001 supusieron una bonanza para el complejo industrial militar estadounidense. Fue un acontecimiento, un “Nuevo Pearl Harbor”, por el que algunos habían estado abiertamente esperando. ¿La razón? Esos ataques dieron el pretexto perfecto para desarrollar gastos militares, que se habían estado en gran medida anhelando tras la desaparición del antiguo Imperio Soviético. Y, además, proporcionaron el fundamento para aumentarlos de modo espectacular, sustituyendo la “guerra contra el comunismo” y la “Guerra Fría contra la URSS” por una “guerra antiterrorista” y una “guerra contra los islamistas”. En esta nueva perspectiva, las puertas del gasto militar podían abrirse y éste fluir de nuevo. El desarrollo del cada vez más sofisticado armamento podría continuar y miles de monopolios y cientos de distritos políticos podrían seguir llevándose los beneficios. Los costes serían asumidos por los contribuyentes, por los hombres y mujeres jóvenes que morirían en combate y por las remotas poblaciones que yacerían bajo la lluvia de bombas que caerían sobre ellos y sus hogares.
Efectivamente, en septiembre de 2000, cuando el Pentágono emitió su famoso documento estratégico titulado “Reconstruir la Defensa de Estados Unidos”, se expresaba la creencia en que el tipo de transformación militar que los planificadores estaban considerando requeriría de algún “suceso catastrófico y catalizador”, como un Nuevo Pearl Harbor, para que fuera posible venderle el plan al pueblo estadounidense. Fueron o intuitivos o afortunados porque, un año más tarde, ya tenían el “Nuevo Pearl Harbor” que estaban esperando.
El complejo industrial militar necesita guerras, muchas y sucesivas guerras, para prosperar. El equipamiento militar viejo tiene que ser reparado y reemplazado cada determinado tiempo si hay una guerra en marcha. Pero para justificar el enorme coste que supone tener que desarrollar armas cada vez más mortíferas, se necesita que haya un clima constante de temor y vulnerabilidad. Por ejemplo, durante el verano de 2006 los ataques israelíes contra el Líbano y Gaza facilitaron el uso de nuevas armas fabricadas en Estados Unidos. Esas armas incluían bombas de uranio empobrecido, armas de “energía directa” y armas nuevas químicas y biológicas. Estas armas no sólo logran que el acto de matar sea más fácil sino que también dejarán contaminado el medio ambiente con partículas de uranio empobrecido radioactivo durante las próximas décadas.
Pero, para construir un pacto suficientemente fuerte como para llevar a un país democrático por la senda de una permanente economía de guerra, se necesita una alianza de intereses entre militaristas, industriales, políticos, aduladores y propagandistas. Estos son los cinco pilares del complejo industrial militar que pueden encontrarse en los Estados Unidos.
El sistema militar estadounidense
En 1991, al final de la Guerra Fría, el presupuesto de defensa de Estados Unidos era de 298.900 millones de dólares. En 2006, ese presupuesto había aumentado hasta alcanzar la cifra de 447.400 millones de dólares, y esa cifra no incluía los 100.000 millones de más gastados en las guerras de Irak y Afganistán. Se ha estimado que los gastos militares estadounidenses, sin necesidad de exagerar, se aproximan a la mitad de los desembolsos militares mundiales (48 por ciento del total mundial en 2005, según cifras oficiales), a pesar de que la población estadounidense representa menos del 5 por ciento de la población mundial y alrededor del 25 por ciento de la producción mundial total. Como porcentaje, los gastos militares estadounidenses se engullen un mínimo de un 21 por ciento del presupuesto federal total estadounidense (2006 = 2.500 billones de dólares). Un presupuesto militar tal es mayor que el productor interior bruto (PIB) de algunos países, como Bélgica o Suecia. Es una especie de gobierno dentro de otro gobierno.
En 2006 el Departamento de Defensa de Estados Unidos empleó a 2.143.000 personas, mientras que los contratistas de defensa privada emplean a 3.600.000 trabajadores, lo que supone un total de 5.743.000 puestos de trabajo en Estados Unidos relacionados con el sector de la defensa, o el 3,8 por ciento del total de la fuerza laboral. Además, hay casi 25 millones de veteranos en Estados Unidos. Por tanto, se puede decir que más de 30 millones de estadounidenses reciben cheques que tienen su origen directa o indirectamente en el presupuesto militar de Estados Unidos. Suponiendo con cautela que sólo dos personas mayores de edad votan por hogar, esto se traduce en un bloque de unos 60 millones de votantes estadounidenses que tienen intereses financieros en el sistema militar estadounidense. Así pues, nos encontramos con el peligro de una sociedad militarizada que se perpetua a sí misma políticamente.
Los contratistas de la defensa privada
Los cinco contratistas más importnates de la Defensa estadounidense son Lockheed Martin, Boeing, Northrop Grumman, Raytheon y General Dynamics. Van seguidos de Honeywell, Halliburton, BAE System y miles de compañías y subcontratas de defensa más pequeñas. Algunas, como Lockeheed Martin en Bethesda (Maryland) y Raytheon en Waltham (Massachussets) obtienen cerca del 100 por ciento de sus negocios de los contratos de defensa. Otras, como Honeywell en Morristown (Nueva Jersey), tienen importantes divisiones de productos de consumo.
También se ha señalado que los contratistas de la defensa privada juegan otro papel social: son grandes empleadores de antiguos generales y antiguos almirantes del sistema militar de Estados Unidos.
El sistema político
En Estados Unidos, el Presidente George W. Bush, un antiguo petrolero, y el Vicepresidente Dick Cheney, como antiguo presidente y director ejecutivo de la gran compañía de servicios petrolíferos Halliburton en Houston (Texas), personifican la imagen de políticos consagrados al crecimiento y desarrollo del complejo industrial militar. Su administración ha extendido el sistema militar y ha adoptado una política exterior militarista a una escala nunca vista desde el final de la Guerra Fría e incluso desde el final de la II Guerra Mundial. Efectivamente, bajo la administración Bush-Cheney, la industria armamentística se ha vuelto extremadamente rentable. Contratos por miles de millones de dólares van a toda marcha vendiendo aviones y tanques a diversos países en un mundo que evoluciona cada vez más de espaldas al derecho. Casi las dos terceras partes de todas las armas exportadas en el mundo salen de Norteamérica.
El Congreso, por su parte, está en deuda con las monopolios de defensa que operan en las plantas militares existentes es cada uno de los distritos de los congresistas o en los estados de los senadores, además de ciertas gratitudes a los lobbys que les proporcionan fondos y apoyos en los medios en épocas electorales.
Los ‘think tanks’ del sistema
Los asesores y los aduladores que se hallan detrás de la economía orientada hacia la guerra forman un red entrelazada de los denominados “think tanks” con sede en Washington, financiados por ricas fundaciones que están exentas de impuestos y que tienen miles de millones de dólares de activos, como, por ejemplo, la Fundación John M. Olin, la Fundación Scaife o la Fundación Coors, etc.
Se observa que la misma puerta giratoria que existe entre el sistema militar y los contratistas de defensa, también se mueve entre los “think tank” con sede en Washington y los departamentos del gobierno de Estados Unidos.
El aparato de propaganda
Los propagandistas de la economía a favor de la guerra se pueden fundamentalmente encontrar en la derechista industria de los medios de comunicación estadounidenses. Esto se debe a que la venta de políticas orientadas hacia la guerra requiere la pericia que sólo una bien engrasada máquina de propaganda puede proporcionar.
Los esfuerzos de propaganda de Fox están estrechamente coordinados con otro medio escrito propiedad de Murdoch, como es el Weekly Standard y el New York Post. El Washington Times, que está controlado por el Reverendo de la Iglesia de la Unificación Sun Myung Moon, el neoconservador New York Sun y otras publicaciones neocon, como el National Review, The New Republic, The American Spectator, the Wall Street Journal, completan la infraestructura más importante de propagandistas a favor de la guerra.
En conclusión, esa conjunción de cinco maquinarias para la guerra, i.e., el inflado aparato militar, la gran industria armamentística estadounidense, la administración neocon favorable a las guerras, con el Congreso de rodillas ante los lobbys militaristas, la red de “think tanks” favorables a la guerra y los belicosos propagandistas de los medios constituyen el marco del complejo industrial militar, del cual el Presidente Dwight Eisenhower, en 1961, hace ya 45 años, ya temía sabiamente que pudiera ejercer una influencia corrosiva sobre la sociedad estadounidense.
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la Unión Europea y EEUU han sido los causantes del nuevo terrorismo que asola sus ciudades.
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A las 12 horas de este viernes 18 de agosto, España entró en catarsis. En todos los ayuntamientos del Estado se convocó a actos de repulsa contra los atentados terroristas que sacudieron Barcelona y Cambrils. Dos furgonetas conducidas por jóvenes, cuyas edades fluctúan entre 17 y 30 años, embestían a viandantes con un intervalo de horas. En Barcelona, 14 víctimas mortales y más de 100 heridos; en Cambrils, los cinco terroristas resultaron abatidos a manos de la policía autónoma. Elmodus operandi ha sido calco de los ocurridos en Londres y París. Mientras se hacía el silencio, en Barcelona, de manera espontánea, los asistentes entonaron la frase: ¡No tengo miedo! Una manera de crear confianza, de recuperar el pulso de lo rutinario, comenzar el luto y honrar a las víctimas. Lamentablemente nada parece indicar que el miedo ha desaparecido. Conscientes, tal vez, de la gravedad de la situación, su declamación responde a una necesidad de contrarrestar lo inevitable.
Estos atentados han venido para quedarse. Su origen espurio se encuentra en las acciones de las llamadas tropas aliadas de Occidente, encabezadas por EEUU, invadiendo países como Afganistán, Irak, Libia, fomentando guerras en Siria y desestabilizando gobiernos considerados enemigos. ¿Qué otro sentido tienen las palabras de Mariano Rajoy señalando que combatirán siempre a quienes deseen destruir nuestra forma de vida y nuestros valores? O mejor aún, cuando señala con rotundidad que el problema es global y que la batalla contra el terrorismo está ganada. En otras palabras, Occidente se considera dueño del mundo y EEUU se proclama defensor de los valores que, dice, les pertenecen por derecho propio. Hasta el mismísimo Donald Trump, quien no tiene empacho a la hora de proteger a sus amigos del KKK y, de paso, promover intervenciones militares a diestra y siniestra, muestra su pesar y condena los atentados en Barcelona.
La espiral del miedo y el terrorismo yihadista ha calado hasta los huesos. No importa que las medidas implementadas por los aparatos de seguridad y los gobiernos publiciten la normalidad. A pesar de los controles, la colaboración de las comunidades musulmanas, la vigilancia en los puntos calientes y el apoyo de gobiernos amigos, es poco probable que estos atentados dejen de producirse. El origen es la causa del problema, y mientras se oculte será imposible que desaparezca en el corto y mediano plazos.
Sabemos quiénes son los culpables, aquellos que cometen el delito, pero los responsables residen en la Casa Blanca, el Pentágono, el 10 de Downing Street, el Palacio del Elíseo, [La Moncloa] o la sede de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en Bruselas, por citar algunas. No hay que extrañarse: la Unión Europea y EEUU han sido los causantes del nuevo terrorismo que asola sus ciudades. El resto es tirar balones fuera.
Nada hace pensar que la realidad pueda revertirse. El llamado Estado Islámico (Isis) se asentó, expandió y tiene sus fundamentos en las invasiones de Irak y Libia, países destruidos y desarticulados como estados, reducidos a reinos de taifas, donde el control político por las tropas del Isis han posibilitado la toma de ciudades, proclamando el Estado Islámico. Sin olvidarnos de la guerra en Siria, recreada desde los centros de poder en Washington. Estas agresiones no han pasado desapercibidas a los ojos de la comunidad musulmana y los pueblos árabes. Los ataques a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, fueron la culminación. Bajo la declaración de guerra contra el terrorismo islámico se confundió, manipuló y presentó a una cultura milenaria y una religión, la musulmana, como la causante de todos los males en el mundo. La declaración de guerra contra el terrorismo islámico, por la administración de George W. Bush, fue el error que nos sitúa en Barcelona.
Para muchos jóvenes, hijos y nietos de musulmanes arraigados en Francia, Bélgica, Alemania o España, las políticas fomentadas o amparadas por los gobiernos, criminalizando el islam y sus seguidores, son la fuente del conflicto. La falta de oportunidades, el desempleo, la marginalidad y la sobrexplotación coadyuvan a crear ese malestar contra la sociedad de consumo, identificada con la decadencia de la moral occidental y el capitalismo.
El Isis se apoya en tales condicionantes para sumar adeptos y mártires a sus filas. Una llamada para miles de jóvenes musulmanes que rechazan la dominación militar y deciden luchar contra el invasor. Lo desgarrador es la identificación del objetivo con la necesidad de causar el mayor dolor, desgarrando y poniendo en tela de juicio los propios valores de la vida. El enemigo no tiene sexo ni edad, y carece de humanidad. Barcelona debe hacernos reflexionar y evitar declaraciones pomposas y propagandísticas que hablan del triunfo de Occidente. La guerra no es religiosa, sino geopolítica, por el control de las materias primas y la dominación imperialista.
La Jornada. Extractado por La Haine
Texto completo en: https://www.lahaine.org/barcelona-culpables-y-responsables-mas
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