Por el momento, la sensación es que los resultados de las elecciones municipales y autonómicas del 24M en España marcaron el cenit de la nueva izquierda representada principalmente por Podemos.
Según distintas encuestas, las tendencias sostenidas a la baja del partido liderado por Pablo Iglesias se han estancado en torno al 15 por ciento de los votos, mientras que la formación artificial de Ciudadanos alcanza un porcentaje similar pero con un perfil al alza.
Por su parte, el bipartidismo resiste bien los embates de la crisis y de la consecuente erosión de poder: entre PP y PSOE reúnen el 45 por ciento de los sufragios, con cierta inclinación de mejora en sus expectativas a medio plazo.
En cuanto a Izquierda Unida su cota parece estabilizarse alrededor del 5 por ciento de votantes declarados. La abstención rondaría el 40 por ciento del censo electoral.
Cabe deducir que los resultados del 24M podrían evaluarse como un espejismo y no como un punto de inflexión o ruptura de cara a los previsibles comicios generales del mes de noviembre.
La anodina paz social en que estamos inmersos no ayuda a clarificar el escenario político a favor de la izquierda en su conjunto. Por esa causa, el discurso preeminente de la recuperación lanzado por la derecha gana adeptos en la ciudadanía. La estrategia de no tensión de Podemos diluye el conflicto social en escaramuzas verbales de poco peso específico, lo que provoca un agrandamiento de las tesis oficialistas de la elite dominante, convenientemente aireadas por los medios de comunicación del sistema.
El contexto europeo tampoco ayuda a un ascenso de la izquierda. Syriza se ha roto en dos, desoyendo el mandato de su pueblo vía referéndum, lo que ha supuesto una pérdida de credibilidad importante en su programa con probables repercusiones directas en los presupuestos políticos que postula Podemos. Al final, Syriza ha optado por aliarse con las rancias derechas helenas y el PASOK, el PSOE más o menos socialdemócrata de Grecia, apartando las voces críticas izquierdistas que reclamaban mayor empuje y decisión en las negociaciones con la troika.
El sedimento o lección que quedaría del ejemplo griego es que los discursos radicales de la nueva izquierda ceden ante los poderes clásicos pactando soluciones similares a las patrocinadas por las viejas castas hegemónicas. Estamos ante un límite tradicional de la socialdemocracia: no poner en cuestión el orden capitalista bajo ningún concepto.
Se ha visto en los últimos tiempos que la manida corrupción no era más que una maniobra de distracción mediática para llevar a cabo las profundas reformas regresivas del neoliberalismo. El foco de la corrupción no ha dejado ver en toda su extensión el bosque del tremendo golpetazo al renqueante Estado del Bienestar. Si los sondeos aciertan en sus análisis demoscópicos, el hartazgo del elector medio ya ha amortizado tanto escándalo sucesivo de portada: ahora lo que quiere es moderación, tranquilidad y nuevos créditos para consumir y tirar para adelante.
La escasa ideologización de la crisis está jugando poco a poco a favor del PP y el bipartidismo en general. La timidez de la izquierda, la nueva e IU, no pone en cuestión las bases del capitalismo, conformándose con declaraciones más o menos subversivas en la forma para reclamar la atención de la gente común.
La confluencia movilizadora de las diversas mareas ha tocado techo el 24M. Más allá de esta fecha sería necesario saber qué quiere la izquierda plural y qué novedades de verdad aporta al debate político. ¿Volver al alicaído Estado del Bienestar? ¿Recuperar el consumo y el optimismo con medidas meramente estéticas? ¿Iniciar una transformación más o menos socialista de España?
Lo cierto es que las estructuras de poder están consolidándose día a día en silencio, despacio, sin hacer ruido. Lo que las nuevas izquierdas trasladan subrepticiamente es que resulta imposible enfrentarse al capitalismo con convicciones ideológicas. Lo más que se puede sería adornar la severidad del régimen con alguna medida puntual que no afectara a las instituciones de siempre.
La mayoría de la gente quiere vivir en la “libertad capitalista” porque nadie se atreve a plantear alternativas diferentes. Ni Podemos ni Syriza escapan a lo políticamente correcto pese a sus arengas creativas contra las castas nacionales, europeas y mundiales. Al final, sus escasas ambiciones ideológicas desencantan al electorado, incluso a la juventud activista más comprometida socialmente, que ahora mismo se manifiesta en casi la mitad por no acercarse a las urnas en las venideras elecciones generales.
El tono de moderación adoptado por Podemos y su prepotencia unilateral contra otras izquierdas en su misma órbita electoral y sociológica está causando estragos en la tan cacareada unidad popular, que muy posiblemente se saldará con nombres propios mediáticos que serán acogidos por la gracia de las estructuras organizativas de Podemos en algunas de sus candidaturas como meros añadidos personalistas sin capacidad para generar debates ideológicos y de altura de miras en la presunta izquierda transformadora.
Ciudadanos continúa confundiendo al electorado de manera muy preocupante, recogiendo indecisos poco politizados y barriendo para las alforjas de la derecha allí donde el PP está vetado en las conciencias interclasistas de España que no apoyan al PSOE. Sin duda, que Albert Rivera y los suyos servirán de muleta de apoyo a Rajoy si así lo precisa éste.
Por lo que se refiere al PSOE, su mercadotecnia persigue que su líder no diga nada interesante de aquí a los comicios, manteniendo una equidistancia calculada de todos los demás partidos políticos. Esa estrategia vacía de contenido le permitirá coaligarse “por responsabilidad y el bien de España” o con la derecha o con Podemos en función de la aritmética parlamentaria futura.
Tanto Podemos como Ciudadanos no pretenden chocar frontalmente con el poder establecido. Su novedad reside en agregar savia nueva al sistema en vigor, relanzando los esquemas clásicos de derecha de toda la vida con izquierda nominal ilustrada adaptada a los mecanismos “liberadores” del mercado capitalista. El margen de maniobra de Podemos quedará fijado como antes en cuestiones sociales menores que no pongan en solfa el orden imperante: reformas puntuales que jamás tocarán las estructuras financieras ni militares ni laborales de España.
Los efectos de la privatización neoliberal han venido para instalarse durante largo tiempo. No son flor de un día. La embestida contra lo público viene de muy lejos, de finales del siglo XX, y la izquierda no ha sabido criticarla ni hacerla frente con propuestas ideológicas coherentes y audaces en su origen.
No se sabe si España es de izquierdas o de derechas porque la izquierda navega en la indefinición sustancial desde muchas décadas atrás. La gente varía su voto con una veleidad preocupante. En ese sentido, todos somos de derechas porque la conciencia a la defensiva nos dicta sutilmente que no hay escapatoria al capitalismo, que habitamos el mejor de los mundos posibles porque somos incapaces mentalmente de construir ideas o utopías que nos indiquen otra perspectiva para ver y entender la realidad cotidiana.
Noviembre está ahí, a la vuelta de la esquina, pero sería una quimera infantil creer que España cambiará demasiado tras las elecciones generales. La calma chicha actual presagia un territorio donde solo sucederá lo que tenga suceder, sin que un acontecimiento inaugural abra la posibilidad cada vez más remota de un tiempo radicalmente nuevo y original.
El horizonte parece copado, con ligeras pendientes hacia Podemos y Ciudadanos, por la costumbre y la rutina que representan simbólicamente el PP y también el PSOE. La seguridad de lo malo conocido dice mucho del miedo instalado en el subconsciente colectivo y del conservadurismo latente que no se expresa por vergüenza en el electorado español. No se tambalea el bipartidismo, solo sufre un desgaste técnico que va superando poco a poco. En la no movilización, crecen sus expectativas día a día.