Y la guerra llegó a Donetsk

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26 de mayo. Hoy se cumplen tres años del terrible día en el que la guerra llegó a Donetsk. Era un día soleado y caluroso. La noche anterior habíamos escuchado cantar a los ruiseñores en la zona de Putilovka y el croar de las ranas en los estanques. Se hablaba de la lucha en Slavyansk, pero no éramos conscientes de que al día siguiente iba a llegar la guerra a Donetsk. Todo comenzó hacia la hora de la comida, cuando escuchamos los primeros bombardeos en los alrededores del aeropuerto. En las redes sociales y foros aparecían alarmantes informaciones de que había una batalla. En el cielo se escuchaba el rumor de los helicópteros. Una de sus puertas estaba abierta y desde ahí un soldado disparó. Disparó y rió. Y después se escuchó un sonido atronador, a baja altura, justo por encima de las copas de los árboles: sobre nuestro patio volaba una aeronave militar.

La batalla no cesó durante todo el día. Por la noche llegaron los mensajes de los primeros heridos y muertos entre la población civil. Después dispararon contra un KAMAZ que transportaba milicianos heridos [este hecho provocó una de las imágenes más impactantes de las primeras semanas de la guerra: en la morgue de Donetsk, la falta de espacio hizo que hubiera que apilar los cuerpos de los milicianos muertos-Ed]. Ocurrió en la avenida de Kiev, justo al otro lado del hospital infantil. Eran 36.

Ese día dividió nuestras vidas en un antes y un después. Antes, los cantos del ruiseñor y el sonido de las ranas dominaban la noche. Después, serían los zumbidos de los misiles, los helicópteros militares en el cielo, muertos en las calles y heridos gritando de dolor. Antes, la paz. Después, la guerra.

Entre nosotros hay quienes no recuerdan los tiempos de paz. Aquellos que no han conocido lo que eso significa. Son los niños. Niños que han nacido en lugar en el que, por cosas del destino, se han convertido en la línea del frente de la guerra de Donbass. Hijos de la guerra. Su infancia ha pasado en sótanos y refugios antiaéreos, acompañada de los sonidos de las explosiones de las bombas y el rugir de la artillería. Sus juguetes: restos de bombas y proyectiles.

Misha nació el año antes de que empezara la guerra en el pueblo de Veseloye, junto al aeropuerto de Donetsk. Tenía calles con nombres poéticos, un estanque lleno de peces, jardines con orquídeas, espacio y la libertad de vivir en el campo a las afueras de la gran ciudad de Donetsk. Los padres de Misha tenían una gran granja con pollos, cerdos, vacas y un colmenar. Tenían una casa grande y cómoda, tenían todo para una estupenda infancia. Pero la vida decidió lo contrario. Cuando el niño tenía un año, las primeras bombas cayeron sobre Veseloye. En los primeros días de la guerra, los padres de Misha se mudaron a casa de sus abuelos en el pueblo de Alexandrovka del distrito de Marinka, en la región de Donetsk. Pero la guerra les siguió hasta allí. La lucha en los alrededores del pueblo sigue allí desde que comenzó en 2014. Misha vive en una de las calles más alejadas de Alexandrovka. A un kilómetro se encuentran las posiciones del Ejército Ucraniano. Frente a su casa hay una montaña de escombros en la que a menudo impactan las bombas ucranianas. La propia casa también ha sufrido impactos: tiene el tejado roto y no hay una sola ventana. Misha ha pasado gran parte de su corta vida en el sótano de la casa de su abuelo.

Alexandrovka es agradable, casi tanto como su natal Veseloye: con jardines y orquídeas, campos cultivados, un estanque y espacio abierto. Pero el niño no puede correr libremente: es posible pisar una mina o la bala de un francotirador. El niño anda por el jardín y, las pocas veces que hay silencio, sale ocasionalmente fuera. Las madres no les permiten estar lejos de casa demasiado tiempo, en cualquier momento puede empezar el bombardeo y hay que tener tiempo para llegar al sótano.

Hace tiempo que la casa de Misha en Veseloye está destruida. Toda la calle ha sido borrada de la faz de la tierra.

Cuando comenzó la guerra, Nastia tenía dos años. En agosto de 2014, su casa en el pueblo de Trudovsky, al oeste de Donetsk, fue completamente destruida por un impacto directo. Nastia, su madre y su abuela y su hermana menor se mudaron al cobertizo, una débil estructura con suelo de tierra, en la que han vivido durante dos años. La niña se ha visto bajo las bombas en repetidas ocasiones y, en una de ellas, un francotirador ucraniano “jugó” con ella, disparando a su alrededor impidiendo que su madre pudiera acercarse. Aterrorizada, la niña sufrió un ataque de pánico. Lloró y lloró sin parar durante varias horas. En octubre de 2016, a las cuatro de la mañana, un proyectil impactó en el tejado del cobertizo. La familia apenas tuvo tiempo de correr a la calle para evitar morir aplastada bajo los escombros. Se produjo un incendio que quemó todo el cobertizo. La familia se quedó en la calle.

La familia sigue viviendo en Trudovsky. Gracias a los lectores, pudieron alquilar una casa más lejos de la línea del frente. Pero cada día, Nastia se duerme y se despierta bajo el rugido de la artillería y las explosiones.

Esta niña tiene la misma edad que la guerra y ha pasado la mitad de ella en refugios del distrito de Petrovsky de Donetsk. Ahora vive en casa. Esa imagen infantil pero seria dice que no podrá olvidar su infancia.

Karina nació en los primeros días de la guerra en Staromijailovka, al oeste de Donetsk. Pasó el primer año de su vida literalmente en la oscuridad, ya que durante once meses no hubo electricidad en el pueblo. La guerra continuaba, las bombas explotaban, mataban a vecinos y destruían viviendas. Todo eso sigue ocurriendo a día de hoy. Karina está en silencio durante mucho tiempo. Tiene miedo de cada sonido. Y mira, a lo lejos con sus enormes ojos tristes, sin pestañear, durante largos ratos.

Katyusha tiene un año y medio. Nació en pleno auge de la guerra en Donetsk en el pueblo de Alexandrovka. Cada noche sus preciosos ojos se marchan al sótano con sus padres a esperar el próximo ataque.

Artur tiene tres años. Se marcharon de su casa en Trudovsky en los primeros días de la guerra. Sus padres se llevaron al niño a Ucrania. Vivieron en Járkov, después se mudaron a Berdiansk. Pero nunca pudieron asentarse, así que volvieron a casa. De vuelta en Donetsk, la familia vivió más de un año en un refugio. Los padres del niño alquilaron un piso en el distrito de Petrovsky, algo más lejos del frente, pero donde aún se escuchan los sonidos de las explosiones de las bombas y de la artillería cada día.

Los ojos de este pequeño reflejan el miedo y las heridas de los niños de Donbass, niños que no han conocido la paz. Niños de la guerra.

Fuente: Antifashist

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