Artículo de opinión de Frank García Hernández
Ser de izquierdas, marxistas y luchar por la unidad dentro del movimiento revolucionario mundial no implica aceptar toda postura que surja dentro de este. Incluso es muy válido deslindarse, previo análisis público y objetivo, de ciertos hechos y declaraciones.
En los muros de La Bastilla algún hispanoparlante ha escrito lo siguiente: Le Pen, Macron, el mismo patrón. Los trotskistas franceses organizados en la Corriente Comunista Revolucionaria, miembros del Nuevo Partido Anticapitalista y con Philippe Poutou a la cabeza, llamaron a abstenerse en las elecciones presidenciales.
De la misma manera que se confundió en la Alemania de los años treinta del pasado siglo a Hitler con Pappen y Noske, se confunde hoy en Francia a la máxima expresión de la extrema derecha con el liberalismo burgués. No es casual que Philippe Poutou y su Nuevo Partido Anticapitalista apenas sobrepasara la barrera del 1%.
No es de extrañar que el ex-presidente de Francia, Francois Hollande, llamara no solo a votar por Macron, sino dijera que este representa los valores de Francia. Un socialdemócrata liberal se ha visto reflejado en el espejo.
Pero la postura revolucionaria no era llamar a abstenerse y sí, llamar a votar contra Le Pen, ya detenida en las urnas la versión contemporánea del neofascismo galo, y hacerle a Macron la más fuerte de las oposiciones desde una postura crítica.
Por si fuera poco, estos trotskistas , que no son todos los trotskistas, ni todos sus planteamientos han sido erróneos, en su versión latinoamericana, (des)califican al gobierno revolucionario de Nicolás Maduro como bonapartista y a la época de Hugo Chávez como bonapartismo plebiscitario.
En La Izquierda Diario -sitio web que ellos y sus camaradas de la IV Internacional administran-, enfocan de la siguiente manera los recientes sucesos violentos en Venezuela:
El viernes, Caracas permaneció con fuerte presencia de las fuerzas de seguridad, luego de la tensa madrugada que incluso terminó afectando al Hospital Materno Infantil Hugo Chávez, que de acuerdo a la directora de la institución en declaraciones televisivas, “un grupo de violentos” trató de ingresar al centro asistencial para “realizar actos vandálicos”, lo que terminó implicando la evacuación de 50 niños a altas horas de la noche. La represión con armas de fuego en esa madrugada fue de una escala como no se había visto hasta ahora y se extendió por varias horas.
Una vez más repetimos, que es categórico la defensa a manifestarse, así como repudiamos las violentas represiones que lleva adelante el gobierno de Maduro y los recientes asesinatos en las manifestaciones, sean realizados directamente por la fuerza de la represión o por los grupos de choque que se organizan desde el chavismo, o incluso desde la oposición derechista.
Este texto es el ejemplo de una pérdida total del enfoque marxista de la situación. Tras describir el asalto a un hospital pediátrico no existe una posición de condena a los criminales que cometieron el despreciable hecho, sino una complicidad tácita al ser la siguiente oración dedicada a la represión con armas de fuego por parte del gobierno. Para colmo, todavía sin emitir juicio alguno acerca del asalto al centro de salud, juicio condenatorio que debiera suscitarse por una sencilla razón humana, continúan diciendo que es válido manifestarse, como si manifestar las posiciones políticas implicase la destrucción de hospitales para madres y niños.
Pero lo que termina colocando en la misma trinchera a estos trotskistas con la burguesía venezolana es cuando al condenar los asesinatos en las manifestaciones dejan como última posibilidad de este crimen a los grupos subversivos de la derecha.
Decir “o incluso desde la oposición derechista” es expresar una crítica solidaria contra sus compañeros de causa antichavista. El gobierno de Miraflores merece una oposición de izquierdas que haga radicalizar y reavivar la Revolución Bolivariana: única forma de evitar que Venezuela caiga. Pero las posturas reflejadas en La Izquierda Diario para con esta nación sudamericana, ni son comunistas, ni se avienen con la teoría de Trotski y sí colaboran con la derecha oligárquica de los Capriles. Los mismos que durante el golpe militar contra Chávez, entre otros acontecimientos reaccionarios, rodearon y atacaron la embajada del gobierno revolucionario cubano.
Rusia: imperialismo camuflado y estalinismo demodé
En las antípodas de dichas izquierdas y confundiendo la solidaridad militante de la Guerra Civil Española, sabemos que se organizan brigadas internacionalistas para defender a las repúblicas populares de Donetsk y Luganks sin comprender que dicho conflicto no pasa de ser un enfrentamiento chovinista entre las gobiernos burgueses rusos y ucranianos alimentados por un nacionalismo expansionista.
Rusia no solo llevó a Víktor Yanukovich, su hombre en Kiev, a un callejón sin salida cuando forzó a que este no admitiese la entrada de Ucrania en la Unión Europea, sino que al provocar la crisis se valió de la desestabilización para anexarse Crimea y apoyar milicias separatistas prorusas en el este del país, dando paso a un conflicto armado, aun sin salida, y del cual el Kremlin obtiene jugosos dividendos al controlar la cuenca minera del Donbass. Sin embargo, los verdaderos enemigos de la clase trabajadora ucraniana siguen en el poder y proliferan los grupos filonazis.
De igual manera pero en el caso sirio, tomar postura a favor de Damasco, como si fuera este gobierno una resistencia antimperialista, es reproducir la postura de la II Internacional antes y durante la Primera Guerra Mundial. Y este es un error continuado por no pocas organizaciones de la izquierda comunista.
En Siria, es cierto se hace necesario vencer a los grupos terroristas y dejar al pueblo elegir con libertad su futuro, pero no debemos confundir a Al-Assad con un Fidel Castro del Mediterráneo, ni a las tropas rusas que le apoyan como una expresión de solidaridad revolucionaria. Las tropas rusas están allí porque Al-Assad es su aliado y no quieren perder la base marítima de la ciudad de Tartu, ni lo que representa esa nación en el juego geoestratégico del Medio Oriente.
En la Primera Guerra Mundial, la Rusia del zar se enfrentaba a la Austrohungría imperial en defensa de Serbia. Francia combatía a la Alemania del Kaiser por rescatar Alsacia y las masacres de Bosnia-Herzegovina se hicieron en nombre de los opuestos nacionalismos croata y serbio, nunca en defensa del pueblo trabajador.
Hoy, Siria no enfrenta al imperialismo norteamericano sino que sirve de terreno para el enfrentamiento tangencial entre los imperialismos europeos y norteamericanos versus el ruso. Aunque en el choque intervienen las totalitarias monarquías teocráticas del Golfo Pérsico como aliados de uno u otro bando.
Recordemos que el internacionalismo fue la manifestación más revolucionaria de los Lenin, Gramsci, Trotski y Karl Liebnechk, enfrentados con aquellos que veían la misión del obrero en la defensa de la bandera nacionalchovinista de Kautski y compañía como una causa justa. Pero en realidad los hombres que peleaban en las trincheras europeas no pasaban de ser una carne de cañón para realizar los antojos de nuevas fronteras de un capital burgués que se deshacía en discursos guerreristas.
No es casual que aquellos revolucionarios que se enfrentaron al belicismo de aquella época son hoy los más repudiados por las hegemonías imperiales. Putin revive al Stalin proruso que en abril de 1917 orientó a los trabajadores de Petrogrado, aprovechando el exilio de Lenin, ir a pelear contra al Kaiser y defender el Gobierno Provisional de Kerensky. El mismo que perseguía, vale recordar, a los bolcheviques.
Lenin llega a Rusia y clama por una Revolución socialista y por detener, de manera inmediata, la guerra con Alemania, a la vez que critica a Stalin por su nacionalismo conciliador; es el mismo que hoy Putin oculta y denigra.
Sin que la mesura castre la praxis, la izquierda revolucionaria debe ser más responsable con cada ángulo que asume y resolución que dicta. Los errores de cualquier organización más o menos marxista son exacerbados y distorsionados en su máxima expresión por la hegemonía del capital. Mañana no deberíamos tener que pedirle disculpas a la historia por otros errores del pasado.