Pentágono justifica que la coalición mate civiles en Siria e Irak

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El Departamento de Defensa de EE.UU. (Pentágono) justifica las bajas civiles en sus ‎ataques en Siria e Irak, argumentando que es ‘una realidad de la vida’.‎

“Ya hemos pasado de la táctica en la que empujamos (a los terroristas) de una posición a otra en Siria e Irak a la táctica de aniquilación, según la cual les rodeamos”, explicó el titular del Pentágono, James Mattis, en una entrevista difundida el domingo por la televisión estadounidense CBS.

Al ser preguntado sobre las bajas civiles, Mattis, al que apodan “Perro Rabioso”, comenta sin más que es “una realidad de la vida en este tipo de situación”.

El general retirado aseguró que para el Ejército estadounidense es una prioridad matar a los extremistas extranjeros, para que no puedan retornar a sus países.

Las afirmaciones de Mattis se producen en una hórrida coyuntura, ya que se ha incrementado de manera notable la muerte de civiles, entre ellos, mujeres y niños, en los ataques aéreos estadounidenses en Siria.

Estados Unidos, a la cabeza de la llamada coalición anti-EIIL (Daesh, en árabe), comenzó una campaña de ataques aéreos en Irak en agosto de 2014, y un mes después, extendió sus bombardeos a Siria, sin el consentimiento de las autoridades de ese país.

El Gobierno de Damasco, además de condenar los bombardeos, ha cuestionado una y otra vez su eficacia, y crítica a la coalición por los daños colaterales que provoca, tanto el sinnúmero de víctimas civiles, como los daños a su infraestructura nacional.

En abril la coalición comunicó que, en los dos años de su campaña aérea, habían matado a un total de 396 civiles en Siria e Irak, aunque en el mismo mes los informes independientes de otros organismos, como el opositor Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), cifraron en 1256 el número de víctimas inocentes.

En una carta enviada el sábado 27 de mayo a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Gobierno sirio repudió la violación flagrante de su soberanía por EE.UU., al tiempo que exigió a la “ilegal coalición” que cese la matanza de civiles.

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«Ya sabéis, compañeros en penas, fatigas y anhelos, que la palabra homenaje huele a estatua de plaza pública y a vanidad burguesa. No creo que nadie entre nosotros haya tratado de homenajear a nadie de nosotros hoy, al reunirnos, en la sabrosa satisfacción de comer como en familia. Se trata de otra cosa. Y yo quiero que esta comida no dé motivo para pronunciar palabras de significación extraña de nuestro modo de ser revolucionario. Esta comida es justo premio a los muchos merecimientos hechos en su vida de espectro por uno de nosotros, durante los veinticinco días que ha conllevado consigo mismo, con la paciencia de un muerto efectivo, allá, en la ultratumba de esta cárcel. El hambre que he traído de aquella trasvida fantasmal a esta otra vida real de preso: el hambre que he traído, y que no se me va de mi naturaleza, bien merece el recibimiento del tamaño de una vaca: Eso sí; como poeta, he advertido la ausencia del laurel… en los condimentos. Por lo demás, el detalle del laurel no importa, ya que para mis sienes siempre preferiré unas nobles canas. Quedamos, pues, en que hoy me ha correspondido a mí ser pretexto para afirmar, sobre una sólida base alimenticia, nuestra necesidad de colaboración fraterna en todos los aspectos y desde todos los planos y arideces de nuestra vida. Hoy que pasa el pueblo, quien puede pasar, por el trance más delicado y difícil de su existencia, aunque también el más aleccionador y probatorio de su temple, quiero brindar con vosotros. Vamos a brindar por la felicidad de este pueblo: por aquello que más se aproxima a una felicidad colectiva. Ya sabéis. Es preciso que brindemos. Y no tenemos ni vino ni vaso. Pero, ahora, en este mismo instante, podemos levantar el puño, mentalmente, clandestinamente, y entrechocarlo. No hay vaso que pueda contener sin romperse la sola bebida que cabe en un puño: el odio. El odio desbordante que sentimos ante estos muros representantes de tanta injusticia: el odio que se derrama desde nuestros puños sobre estos muros: que se derramará. El odio que ilumina con su enérgica fuerza vital la frente y la mirada y los horizontes del trabajador. Pero, severamente, cuidaremos en nosotros que este odio no sea el del instinto y la pasión irrefrenada. Ese odio primigenio sólo conduce a la selva. Y nuestro odio no es el tigre que devasta: es el martillo que construye. Vamos, pues, a brindar». Miguel Hernández

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