Estados Unidos presiona para impedir la llegada de gas ruso a Europa occidental

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Por presiones de Estados Unidos, la Comisión Europea siempre se ha opuesto a la construcción del gasoducto North Stream 2, aduciendo que transcurre bajo las aguas del Mar Báltico.

Ya no saben qué inventar, ni qué excusa poner. Tender un gasoducto por el Báltico es un derroche de casi 10.000 millones de euros, pero no queda otro remedio después de la experiencia del que pasaba por Ucrania, mucho más barato pero impracticable a causa de los vientos que circulan por Kiev desde hace tiempo.

El gasoducto podía atravesar Polonia, pero es más de lo mismo. Estados Unidos también maneja los hilos en Varsovia y, de hecho, es el gobierno polaco quien ha pedido a la Unión Europea que frene el tendido del Norh Stream 2.

Polonia es el perro del hortelano: ni come ni deja comer.

Estados Unidos hizo lo mismo con Bulgaria, que perdió una oportunidad histórica de que e tendido del South Stream pasara por su territorio, lo que hubiera supuesto un gran negocio, que ahora ha pasado a manos de Turquía.

A petición de Polonia, o lo que es lo mismo, de Estados Unidos, a comienzos de junio la Comisión Europea pidió autorización al Consejo para “exigir” a Rusia que la explotación de North Stream 2 sea “transparente y no discriminatoria”.

A la salida de la junta de general de accionistas, el director de Gazprom, Alexei Miller, dijo a los periodistas que nada de eso es necesario, ya que se da por supuesto. El gasoducto se acabará en el plazo previsto, añadió, y la Unión Europea no puede hacer nada por impedirlo porque para eso se han gastado el dinero en tenderlo por el Báltico, es decir, por aguas internacionales.

En 2019 el North Stream 2 doblará la capacidad del gasoducto ya existente, llevando 55.000 millones de metros cúbicos anuales de gas desde Rusia hasta Alemania sin esos molestos intermediarios, como Ucrania y Polonia, que ejercen de monaguillos de Washington.

El gasoducto es un ejemplo de que los intereses de Alemania no siempre coinciden con los de la Unión Europea, por más que algunos se empeñen en decir lo contrario. Para impedir el bloqueo, Putin se entrevistó recientemente con el presidente de la multinacional Shell, Ben van Beurden, y en abril hizo lo mismo que en Turquía: repartir los gigantescos beneficios de la explotación del gasoductos con los monopolios de varios países europeos, Engie (Francia), OMV (Austria), Shell (Gran Bretaña/Holanda), Uniper (antigua EON, Alemania) y Wintershall (BASF, Alemania).

Los países del este rabian como perros porque saben que se han dejado llevar un gran bocado y que Estados Unidos jamás les va a compensar pérdidas que como buenos peleles deberán pagar en el futuro por un gas que podía haber sido suyo. En esos países y en Bruselas cantan la misma canción que en Washigton: Europa es excesivamente dependiente del gas ruso. El año pasado las exportaciones de Gazprom a Europa alcanzaron el máximo hasta la fecha. La tercera parte del gas que consumen los países europeos procede de Rusia.

Como cualquier otro, Europa depende de muchas importaciones. Lo que puede hacer es elegir si prefiere depender de las que proceden de unos o de otros. Los demás hacen lo mismo. Lo que no podemos, decía el viceprimer ministro ruso Dimitri Rogozin, es pedirle al ogro que se haga vegetariano.

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