Los vecinos de Moscú se alzan contra el plan urbanístico del alcalde

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Desde la primavera se vienen convocando en Moscú protestas vecinales contra el proyecto del alcalde, Serguei Sobianin, de derribar 4.500 “jruschevkas” que es como llaman allá a los edificios de viviendas de cuatro plantas contruidas en época de Jruschov. Es una obra faraónica, con un coste estimado de 21.000 millones de euros, uno de los mayores planes urbanístico europeos, comparable a la Operación Chamartín de Madrid, que supondría el desalojo de un millón de vecinos de sus casas y barrios.

Algunos hablan de “la destrucción del siglo” y las manifestaciones callejeras denuncian la naturaleza claramente especulativa del plan urbanístico. Lo que quieren derribar no son las “jruschevkas” en mal estado, los viejos “komunalka” (apartementos comunitarios), sino los que se encuentran en las mejores zonas de la ciudad, donde las grandes torres de apartamentos sustituirán a los actuales edificios bajos.

Por lo tanto, unos vecinos protestan porque les derriban sus “jruschevkas” y otros porque no se las derriban. Todos ellos, acostumbrados a los antiguos tiempos, se quejan de que el alcalde no les ha consultado previamente. También se han acostumbrado a los barrios pequeños y espaciosos donde todos se conocen y departen en los parques y zonas comunes, destinadas a desaparecer del nuevo Moscú. Los abuelos ya no tendrán estanques donde pasan el tiempo arrojando migas de pan a los patos.

La alcaldía ofrece realojamiento al millón de afectados, pero es un trágala: los que no se vayan por las buenas se irán por las malas en el plazo de 60 días. Los más “modernos” se aferran a su derecho a la propiedad: compraron una casa y ahora un organismo público se la expropia para cambiársela por otra peor, de baja calidad. ¿No se había acabado el socialismo?

Para que el realojamiento sea “rentable” el alcalde deberá edificar entre 1,5 y 3 veces más de lo que ya hay en la misma zona, lo que supone entre 3 y 4 millones más de habitantes en Moscú, una capital ya muy saturada de población. El alcalde tiene otras cifras: Moscú sólo crecerá en medio millón de habitantes como máximo, asegura. Cualquiera que sea la cifra, ese volumen adicional de población necesitará escuelas, centros de de salud…

Para ese volumen de edificación hay que acabar con las zonas verdes, los parques y las zonas de juegos para niños, que son prestaciones típicas de los viejos tiempos soviéticos. Como en cualquier otra ciudad del mundo, en Moscú hay quien defiende el patrimonio cultural, arquitéctónico e histórico, que tratándose de Rusia tiene un fuerte contenido político y, por qué no decirlo, sentimental: lo que algunos quieren conservar es la URSS, o algo de ella, lo que quede.

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, además de las “jruschevkas” el alcalde ha puesto en la lista negra a edificios del constructivismo soviético, una corriente cultural de los años veinte que también tuvo su influencia en la arquitectura.

El conservacionismo arquitectónico es como todo y quien lo lleva al extremo quiere que Moscú sea declarada patrimonio de la humanidad para impedir el derribo de cualquier vivienda.

El alcalde se apoya en un sondeo telefónico realizado en mayo, según el cual más de un 75 por ciento de los moscovitas están a favor de su proyecto urbanístico.

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