La guerra antifascista

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La Segunda Guerra Mundial fue una prueba de fuego para veinte años de revolución proletaria y construcción socialista.

Hitler, jefe nazi de Alemania, valoró erróneamente las contradicciones existentes en la URSS. Especuló con un alzamiento o con la indiferencia de las masas campesinas. Tejió planes en torno a las tensiones que se advertían entre los rusos y las otras nacionalidades. Sobreestimó las posibilidades de su red de saboteadores y espías, construida con apoyo o intervención directa de los ex guardias blancos y de elementos hostiles al socialismo. Se sintió envalentonado, sobre todo por la superioridad del armamento, la preparación profesional de los mandos y el entrenamiento de la tropa. Una potencia como Francia había capitulado en días. Casi toda Europa estaba ocupada por los nazis. Su industria y su agricultura abastecían la maquinaria bélica germana.

Los estados burgueses se habían derrumbado como castillos de naipes bajo los golpes fulminantes de la Reichswer. El “Fürer” -como se lo designaba a Hitler-, envió a su lugarteniente Rudolf Hess a Inglaterra para concertar un acuerdo de paz y una “santa alianza” anticomunista, tratando así de aislar a la URSS ¿Cómo podría resistir el Estado soviético su ofensiva demoledora en el momento del apogeo del poderío militar y de la capacidad de combate probada en dos años de victorias de las fuerzas hitlerianas?

Los nazis se lanzaron con soberbia contra la Unión Soviética socialista no porque estuviesen locos, sino basándose en esos múltiples factores.

Por su parte, el imperialismo británico y el yanqui, si bien enfrentaban al imperialismo nazi-alemán por el antagonismo de intereses que los oponía en la disputa por el dominio mundial, estimaban que la URSS no podría resistir. A lo sumo, creían que la contienda podría quedar sin definición. Su mayor interés era que los soviéticos se desangraran al máximo y que, a la vez, los nazis sufrieran pérdidas irreparables. Truman -presidente de EEUU- por ejemplo, declaró sin pelos en la lengua, al día siguiente de la invasión germana a la Unión Soviética, que si se veía que avanzaba había que ayudar a los rusos, y si éstos pasaban a la contraofensiva, había que ayudar a los alemanes. Churchill -primer ministro inglés- estaba creído que la URSS no duraría mucho. Los jefes militares ingleses eran casi unánimes en la opinión de que la derrota soviética llegaría en poco tiempo. Lo mismo sostenía el agregado militar de le embajada norteamericana en Moscú, Ivan Yeaton. El Departamento de Defensa en Washington le pintaba al presidente Roosevelt un panorama desastroso sobre la situación de la URSS en la guerra.

Los imperialistas yanquis y británicos imaginaban que, a la postre, ellos podrían dictar las condiciones de la paz, imponer su hegemonía en el mundo y asestar un golpe demoledor contra el movimiento obrero y revolucionario internacional, aplastando o sometiendo a su principal base, la URSS.

Por ello violaron reiteradamente sus compromisos con el gobierno soviético, y no abrieron el segundo frente en Europa Occidental sino cuando el Ejército Rojo ya podía aplastar por sí solo, junto con el movimiento guerrillero en desarrollo, a las fuerzas hitlerianas.

Los resultados fueron radicalmente distintos a los perseguidos por unos y otros imperialistas. El nazismo fue derrotado esencialmente por el país de la dictadura del proletariado. En su marcha hacia Berlín, el ejército soviético fue decisivo en la liberación de una serie de países ocupados por los hitlerianos.

La guerra antifascista librada por el pueblo soviético estimuló poderosamente el despliegue de un gran movimiento de resistencia guerrillera en casi todos los países colonizados por los nazis. Los comunistas fueron la vanguardia real y reconocida por las masas de la resistencia antifascista. Se rompió el cerco hostil que acordonaba a la URSS.

Sobre esta base, se creó una nueva situación internacional favorable al avance de las luchas liberadoras y revolucionarias de los pueblos. Se lograron grandes victorias en Europa Oriental, Corea, Vietnam y al poco tiempo el triunfo de la Revolución China. El sistema imperialista fue sacudido hasta sus cimientos.

Carlos Echague, autor de Revolución, restauración y crisis en la Unión Soviética. Editorial Ágora. 3 Tomos.

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