Cuando el trabajo es digno, siempre hay recompensa

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Si algunos amigos han estado atentos, ya sabrán que Irene y yo estuvimos en un viaje por Pinar del Río. Apenas 72 horas, hurgando y recolectando información, para luego mostrar a pinceladas algunas razones por las que esta provincia se lleva el reconocimiento del trabajo, el esfuerzo y la epopeya.

Hablamos de salud, de historia, de tradiciones, naturaleza y también revisamos el tema del comercio. Una maratón de lugares, donde mucha gente amable que nos acompañó nos llamaba cariñosamente “las muchachitas de Cubadebate”.

En nuestro último día por Pinar, nos quedaban pendientes dos renglones priorizados por nuestra agenda: el tabaco y el arroz. Al primero le dedicamos toda la mañana, y aunque no coincidió nuestra visita con la época de cosecha, fue válido visibilizar que el tabaco en Cuba se trabaja todo el año. Son más de diez mil las familias asociadas a esta actividad.

Sobre las 3:00pm, pusimos rumbo a Los Palacios, en busca de los campos de arroz prometidos. – “Después que pasen el segundo puente, doblen a la derecha” – nos dijo un amigo antes de dejar la ciudad.

Y así lo hicimos. Luego de un tramo de carretera donde vencimos los baches del camino, nos encontramos con un puente. Ezequiel, el chofer, mostró una dosis admirable de determinación y cruzamos. Del otro lado estaba Los Palacios, un pueblo campechano, colorido, con carteles colgados en los portales que celebran el 26 de Julio.

Una señora en bicicleta nos hizo de guía hasta la Empresa Agroindustrial de grano, donde nos esperaba la compañera Norángeles. Pasaban las 4:30pm cuando llegamos. Nos recibió con una sonrisa y una pregunta importante: ¿qué quieren hacer?

Con el reloj en contra, pedimos disculpas de antemano y la alentamos a que fuera lo más concisa posible.

“En este momento la empresa se encuentra en dos actividades productivas fundamentales: la terminación de la siembra de la campaña de primavera y la cosecha de la campaña de frío, esta última con más de 30 mil toneladas de arroz cáscara húmedo.”

Norángeles dirige una empresa con 15 unidades de base, que se dedican a la producción del arroz, desde la semilla, la siembra, el procesamiento y beneficio final del grano. Ella es del 53,4% de mujeres pinareñas que se desempeñan en el sector estatal.

Nos habló del encargo fundamental de la empresa, que es la entrega de arroz al Mincin para cubrir la canasta básica de Pinar del Río y parte de Mayabeque y Artemisa. También nos contó que entre Los Palacios y Consolación del Sur se producen más de 200t diarias, con un rendimiento acumulado de 4,2t por hectárea.

Grabé su alocución sin tomar notas. Cuando llegó el momento del café – siempre agradecido – ya había terminado de darnos toda la información. Dimos las gracias y pusimos rumbo a la Unidad Empresarial de Base Industrial Enrique Rondoso.

Es una edificación imponente, de color grisácea y gran altura, como si hubiesen levantado cilindros enormes y los hubiesen puesto uno al lado del otro. Ahí se deja el arroz tal como nos lo dan en la bodega.

Primero, se recibe y se pesa la carga. El arroz llega en camiones, carretas, tractores con vagones; básicamente todo lo que pueda transportarlo. Viene de los 11 municipios de Pinar, y es el resultado del trabajo de productores de cooperativas, de granjas estatales y también de productores individuales.

Después del pesaje, se echa el arroz en una bácula donde, según venga seco de alguna unidad o mojado del campo, comienza un ciclo determinado de procesos. Si viene del campo, va primero al secadero, donde a través de vapor generado por un quemador de petróleo, le reducen la humedad hasta los valores óptimos de 12,5-13%.

La explicación nos la ofreció Abilio Rodríguez, director del centro, quien nos invitó a conocer lo que hacen en la industria. Todo está lleno de polvo blanco, hasta la camisa de Irene, a quien en su hacer de fotógrafa se le ensució la espalda (al pegarse a una de las tantas columnas que tiene el inmueble).

Básicamente, el arroz se seca y se pone en los molinos donde se descascara el grano. La unidad tiene los tres molinos más grandes del país y procesa hasta 5t de arroz cáscara por hora. Después, pasa al proceso de pulido, brillado, clasificación y envase.

El movimiento del arroz dentro de la industria está impecablemente concebido: en posición horizontal, se mueve a través de sinfines; cuando va hacia arriba, lo hace en pequeñas cubeticas metálicas (como mini-elevadores hechos para arroz) y si el movimiento es hacia abajo, se encarga la madre gravedad.

Aún no sé qué me impresionó más: si la maquinaria desplegada en cada nivel y proceso, o saber que la industria trabaja las 24 horas.

En el área de envase, no pude dejar de notar la rapidez con la que un muchacho llamado Raydel logró llenar 13 sacos en solo un minuto. Tiene 25 años y me contaron sus colegas que una vez, en competencia, logró llegar a 18. Otros, por su lado, esperan los sacos de la estera para ordenarlos en los camiones que llevarán la carga hasta los almacenes de distribución de la canasta básica.

Mientras observo como llegan y llegan los sacos al camión, suena mi teléfono. Es la jefa. Dice que debemos apurarnos para que no nos coja la noche en la carretera.

“Pero nos falta el campo – le digo a Irene- no podemos irnos sin ver el campo. La gente no nos va a creer si hablamos del arroz y no le mostramos la cosecha.”

Teníamos justo una hora. La plantación más cercana quedaba a 20km. Y allá nos fuimos.

La velocidad del jeep nos hacía brincar con los baches del terraplén, mientras una estela de polvo colorao quedaba tras nosotros. Lo primero que divisamos fue la siembra de primavera, con su verde intenso y pequeñas garzas blancas como faros en medio del paisaje.

Minutos después, la cosecha. Unos campos revueltos por grandes máquinas que simulan ser Transformers campesinos. Gracias a la ayuda de otras provincias, tienen 45 cosechadoras trabajando en Los Palacios, recogiendo todo el grano maduro de la siembra.

-Tenemos diez minutos. – le dije con pena a Irene. Ahora sí estábamos contrarreloj.

La tarde nos esperó con un azul intenso y quince minutos bastaron.

Gracias, Pinar

El día que fuimos a Viñales, le dije a Irene que veríamos al regreso un arcoíris. Había llovido tanto, que lo menos que nos podía pasar era lograr la foto del valle pintorreteado de colores. Pero no fue así. El clima no nos acompañó. Como tampoco nos acompañó el tiempo de cosecha del tabaco, o la luz de sol a la hora de fotografiar los monumentos.

Pero entramos de improviso a un parto, y conocí en Viñales a una mujer especial llama Neyda, de quien les contaré en otra ocasión. Y justo cuando íbamos de salida de los campos de arroz, para emprender el regreso definitivo a casa, aun cuando Irene no se había bajado de la máquina cosechadora desde donde estaba haciendo fotos, levanté la vista y allí estaba.

Enigmático y pequeño, un arcoíris. Digna recompensa.

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