Comienza el juicio del año en Moscú: un oligarca ocupa el banquillo

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La prensa (incluida la rusa) asegura que Alexei Uliukaiev, que el miércoles (pleno mes de agosto, vacaciones) debutaba en los banquillos (de los tribunales) de Moscú, es un prototitpo del burócrata apolillado de los tiempos soviéticos. Lo cierto es que llegó al Ministerio de Economía en 1991, en los tiempos de Yegor Gaidar, el “gran reformador” de los gobiernos de Yeltsin, el hombre -hoy desacreditado- que completó la transición (del socialismo al capitalismo) o, mejor dicho, que casi subasta Rusia a los monopolios occidentales (en lugar de crear los propios).

Este economista, licenciado en 1979 por la Universidad Pública de Moscú, tiene 61 años y le acusan de embolsarse un soborno de dos millones de dólares de la petrolera Rosneft, algo que aquí es moneda corriente, pero en Rusia suena muy mal.

No es que vuelvan los procesos de Moscú, pero… casi; desde luego que la actualidad política en los mentideros es un juicio con todo el sabor añejo: Uliukaiev se declara inocente y acusa al FSB (el viejo KGB, el servicio secreto soviético) de urdir un montaje en su contra.

En el Ministerio por antonomasia, Uliukaiev sobrevivió a los tiempos de Gaidar y trepó hasta convertirse con el cambio de siglo en adjunto del de Finanzas de Alexei Kudrin, alguien bien distinto de Gaidar, hasta llegar a vicepresidente del Banco Central en 2004. De ahí saltó en 2013 para ponerse al frente del Ministerio de Desarrollo Económico. Como decimos, sobre su biografía se podría escribir la historia de la transición rusa (del socialismo al capitalismo, aclaremos una vez más).

Es la primera vez que en Rusia se juzga a un político de ese rango (desde los tiempos soviéticos donde eso era algo bastante corriente). Llegó al banquillo por su propio pie, o mejor dicho en su propio coche, un viejo Lada de la época soviética que nunca necesita del garaje, y ataviado con un sencillo polo. No sólo parecía el contrapunto del corrupto, sino el contrapunto del (ex)ministro. A la multitud de periodistas que le esperaban a la entrada les respondió que estaba tranquilo, que todo iba bien y que, por fin, ahora tenía tiempo para leer a Chéjov.

Todo se remonta al 27 de enero del año pasado cuando, desde su Ministerio, Uliukaiev envía una propuesta al gobierno para privatizar el 50,8 por ciento de las acciones que el Estado ostenta de la petrolera Bashneft. El 25 de mayo el Primer Ministro, Dmitri Medvedev, aprueba la privatización. Todo iba viento en popa hasta que Uliukaiev presenta una lista de empresas vetadas para la compra que, como por casualidad, eran empresas públicas todas ellas, incluida Rosneft, deseosa de apoderarse de Bashneft.

El 30 de setiembre el asunto da un giro sorprendente: el Ministerio apoya la compra de acciones por parte de Rosneft, que se consuma al mes siguiente por un valor de 329.690 millones de rubles.

¿Por qué un giro tan repentino? Según la fiscalía todo cambió durante un viaje a una reunión de los Brics a Goa, India, el 15 de octubre, cuando Uliukaiev reclamó al directivo de Rosneft, Igor Setchin, un amigo muy amigo de Putin, un soborno de dos millones de dólares por excluir a Rosneft del veto. En aquel viaje, Uliukaiev llegó a amenazar a Rosneft con bloquear futuras operaciones de la multinacional petrolera.

El gran amigo de Putin dice que pagó el soborno porque le entró el miedo en el cuerpo (a pesar de tan poderosos amigos), aunque luego informó de ello al FSB/KGB que, de mutuo acuerdo con el amigo de Putin, prepara un dispositivo para sorprender al ministro con las manos en la masa (en el dinero).

No puede ser más sencillo: Setchin le llama al ministro y conciertan una entrevista en la sede de Rosneft en Moscú para pagar la mordida. Cuando el FSB interviene, detienen al ministro, registran su vehículo y encuentran el dinero en el maletero.

Cuando al inicio del juicio le leen el acta, Uliukaiev dice que el amigo de Putin miente y que el operativo es una trampa urdida por el FSB. Es el guión de una película mediocre, muy vista. Sobre la mesa salta el nombre del típico “fontanero” a la sombra que tienen todos los grandes tinglados económicos y políticos: Oleg Feoktistov, vicepresidente y responsable de seguridad de Rosneft.

Lo mejor de Feoktistov es que, como buen artífice gris, de él no se sabe (casi) nada, salvo que antes de llegar a Rosneft, trabajaba en las más altas oficinas del FSB/KGB. Desde marzo de este año, tras el operativo, ha regresado de nuevo al FSB. Todo queda en casa.

En su descargo dice Uliukaiev que jamás se le hubiera ocurrido pedir un sorborno a alguien, como Setchin, que acumula mucho más poder que él, en referencia a su estrecha amistad con Putin. Un sondeo de la prensa rusa muestra que, aunque la mayor parte de la población, cree que Uliukaiev es culpable, también cree que el proceso no forma parte de una auténtica “lucha contra la corrupción” emprendida por Putin, sino que -más bien- es una advertencia.

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