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La izquierda domesticada ha interpretado la purga burocrática emprendida por Trump y Musk como una medida “neoliberal” para adelgazar al Estado para engordar a las empresas privadas. Otros lo plantearon como un intento de reducir un déficit que ha alcanzado cotas insostenibles.
Cuando los franceses devolvieron las llaves de la base militar de Port Bouet al gobierno marfileño (25 de febrero), llegaron los estadounidenses y muchos creyeron que nada había cambiado, que los unos (Francia) son iguales a los otros (Estdos Unidos). Sin embargo, Estados Unidos ha llegado con las orejas gachas.
La apuesta trumpista, lejos de reforzar la base manufacturera, acelere el declive relativo de la potencia norteamericana, al aislarla de las cadenas de suministro más dinámicas y forzar a la mayoría global a ensayar un Bretton Woods alternativo.