Juan Manuel Olarieta

No es tan obvio -como parece- decir que hay buenos y malos científicos como hay buenos y malos arquitectos, camareros o políticos. Es aún mucho menos obvio decir que la inteligencia no está bien repartida entre las distintas profesiones, incluida la científica. Que alguien se dedique profesionalmente a la ciencia no significa que sea inteligente. Que alguien acumule muchos conocimientos tampoco demuestra nada, salvo que tiene buena memoria.

Por eso resulta sorprende cuando se leen obras que no sólo se salen del canon sino que lo combaten, tanto en las batallas políticas, como en las filosóficas y, naturalmente, también en las científicas porque en la ciencia las concepciones gregarias están tan extendidas como en los demás terrenos y a veces se disfrazan de “consenso científico”.

También en la ciencia es muy grato tropezarse con quienes combaten el gregarismo y, además, se rodean de magníficos argumentos, como ocurre con la obra publicada en diciembre por el suizo Jean Claude Pont, profesor de la Universidad de Ginebra, de la que me encanta hasta su título, a medio camino entre Descartes y el cineasta italiano Sergio Leone: “Lo verdadero, lo falso y lo incierto en las tesis del calentamiento climático”.

En su obra Pont dice cosas como que, en su estado actual, la ciencia no está en condiciones de predecir ninguna catástrofe climática, ni el estado de los glaciares dentro de 50 años, ni el nivel de los mares.

En materia climática el canon viene impuesto contra viento y marea por organismos internacionales, como el GIEC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre la Evolución del Clima), al que Pont califica de “secta” y “grupo de presión”. Incluso algunos científicos que han formado parte del mismo, se han quejado de la manipulación de sus aportaciones. Sobre ese tipo de tinglados sólo pueden recaer sospechas por su afición al dopaje, las subvenciones y otras manipulaciones de la alta política internacional que -no hace falta recordarlo- viene impuesta por Estados Unidos.

Según Pont, no existe consenso científico, lo cual es una obviedad que no sólo concierne a este tema sino que es consustancial a la ciencia a lo largo de toda su historia. La ciencia es dialéctica y, por ello mismo, avanza en medio de controversias y polémicas.

Ni el GIEC ni ningún científico sabe cuál será el nivel de los mares, ni el estado de los glaciares, ni de la temperatura del planeta dentro de 50 años porque hoy no hay un método fiable para realizar ese tipo de cálculos, concluye Pont.

La lucha contra el CO2 es absurda y contraproducente porque es un gas que no contamina, ni aumenta tampoco la temperatura del planeta. A pesar del aumento de las emisiones, desde 1998 la temperatura se encuentra estancada.

La reducción de los glaciares del monte Kilimanjaro no se debe a la subida de la temperatura sino a un cambio en el régimen de precipitaciones, lo cual es otra obviedad: a menos lluvias, menos hielo.

Por lo demás, asegura Pont, un aumento de la temperatura de 0,7 grados en el plazo de un siglo es un margen despreciable desde el punto de vista estadístico.

Lo mismo cabe decir del incremento del nivel de los océanos, que es del orden de un milímetro por decenio, según el marégrafo de Brest; actualmente no hay ningún sensor lo suficientemente fiable como para predecir ni un aumento ni una regresión de ese nivel.

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