Los nazis condecoran a Henri Ford

Los nazis nunca hubieran llegado al poder en Alemania en 1933 sin el apoyo de poderosas fuerzas, internas y externas. Entre las primeras hay que contar con los partidos de la reacción alemana, los monopolistas, los junkers y los altos dirigentes del ejército. Entre los segundos estuvieron los imperialistas occidentales y el capital financiero, especialmente el estadounidense.

En todas partes, ayer y hoy, el surgimiento y desarrollo del fascismo no se puede entender sin ambos componentes, como tampoco del poderío soviético y del movimiento obrero en Europa. El fascismo, especialmente el III Reich, fue la fuerza de choque creada por ambas fuerzas para destruir al movimiento revolucionario.

En sus memorias el excanciller alemán Heinrich Brüning admitió que desde 1923 Hitler recibió grandes sumas de dinero desde el extranjero, a través de bancos suizos y suecos. Pero éstos sólo eran intermediarios. El dinero procedía de Estados Unidos e Inglaterra.

En 1922 tuvo lugar en Munich una reunión entre Hitler y el agregado militar de la embajada de Estados Unidos en Berlín, el capitán Truman Smith, que envió informes detallados de las reuniones a sus superiores de la oficina de inteligencia militar en Washington, en los que hablaba maravillas de los nazis.

Los conocidos de Smith en Berlín presentaron a Hitler a Ernst Franz Sedgwick Hanfstaengl, un graduado de la Universidad de Harvard, quien jugó un papel importante en el ascenso político de Hitler, le suministró un importante apoyo financiero, y le aseguró conocimiento y comunicación con personalidades británicas al más alto nivel.

El ascenso de Hitler se aceleró al estallar la crisis económica de 1929. Alemania estaba endeudada, necesitaba dinero; a Estados Unidos le sobraba y quiso aprovechar la oportunidad para penetrar en los mercados financieros de Europa. Para ello tenía que estabilizar el marco alemán, hundido por el endeudamiento, las emisiones descontroladas de moneda y una inflación galopante.

Alemania padeció uno de los primeros “rescates ecónomicos” que ahora se han hecho tan famosos. En 1924 la Conferencia de Londres aprobó el Plan Dawes, llamado así por el nombre del presidente del comité de expertos que lo diseñó. Dawes era una banquero estadounidense y director de uno de los bancos de JP Morgan que, junto con Montagu Norman, director del Banco de Inglaterra, impulsó el Plan.

Para acabar con la deuda, los imperialistas occidentales redujeron a la mitad las reparaciones derivadas de la Primera Guerra Mundial y concedieron a Alemania un préstamo de 200 millones de dólares, la mitad de los cuales fue desembolsado por JP Morgan.

Los bancos angloamericanos se hicieron con el control de las finanzas, de la circulación monetaria, del sistema de crédito y de los presupuestos de Alemania. El antiguo marco alemán fue sustituido por uno nuevo, lo que estabilizó la situación financiera.

La cooperación estadounidense con el complejo militar-industrial alemán era tan estrecha que en 1933 los sectores clave de la industria alemana y los grandes bancos como Deutsche Bank, Dresdner Bank, Banco Donat, entre otros, estaban bajo el control del capital financiero estadounidense.

Paralelamente, los imperialistas angloamericanos comenzaron a financiar el partido nazi y a Adolf Hitler en persona. El 4 de enero de 1932 se celebró una reunión entre Montagu Norman, Hitler y Von Papen, quienes llegaron a un acuerdo secreto sobre la financiación del partido nazi.

El ascenso de Hitler al poder fue la segunda parte del “rescate” de Alemania para aplastar a la URSS y al movimiento obrero en toda Europa. En sólo 6 años los nazis crearon la maquinaria bélica más formidable que el mundo ha conocido gracias al dinero de Estados Unidos y Gran Bretaña.

Grandes mnonopolios como Standard Oil, GM, Ford, ITT, General Electric o IBM, y multimillonarios como Rockefeller, Morgan, Harriman, DuPont, Ford y otros, fueron los principales sostenes exteriores del III Reich. Gracias a las inversiones estadounidenses y, en menor medida, británicas, el III Recih pasó de ser un país endeudado a convertirse en la segunda economía más grande del mundo.

La masiva ayuda que Hitler recibió de Estados Unidos está documentada por numerosas comisiones del Senado y juicios civiles basados en la Ley de Comercio con el Enemigo, aprobada por Roosevelt en 1933. El apoyo a Hitler era ilegal y en los juicios los grandes monopolistas se burlaron de ello: “Nosotros no podíamos saber lo que iba a hacer Hitler con el dinero”.

No sabían ni querían saberlo. Son sólo negocios, dinero negro (tan negro como el fascismo, por lo menos).

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